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«Queríamos publicar una obra fresca y que al mismo tiempo aportara algo nuevo. La parte europea que abordamos ya se ha contado muchas veces. Lo novedoso ha sido unir los personajes alemanes y polacos con una niña de Agaete, en una época en la que en los tres lugares se vivía un clima político muy similar. La diferencia es que en Gran Canaria se guardaba silencio, por miedo a la represión. Nuestra principal innovación ha sido contar la parte canaria», explica Juan José Montón Gil junto a Sandra Franco.
En concreto, El reloj de Elwinga se desarrolla mediante capítulos cortos, protagonizados por un niño y dos niñas.
El varón es un polaco y judío nacido en 1924, cuyos padres se trasladan a Berlín en 1931, cuando el nazismo comenzaba a cobrar fuerza en una Alemania que padecía las consecuencias de su derrota en la Primera Guerra Mundial. Un caldo de cultivo idóneo para el ascenso de populismos y la ultraderecha.
Otra de las protagonistas de esta historia es Sophie Vogel, un niña alemana de siete años, cuyos padres se trasladan también a la capital germana, porque al cabeza de familia lo han contratado para que diseñe los campos de concentración de Dachau y Sachsenhausen.
La tercera pieza de este puzle la conforma Josefina, inspirada en una mujer real, que hoy tiene 88 años y que vive en su pueblo natal, Agaete. «Josefina Expósito es el personaje real de los tres. En la novela la ficcionamos como una niña. La idea inicial nació del documental La sima del olvido, de Juan José Monzón», reconoce Sandra Franco.
«Fui a verlo y la historia de Josefina Expósito me cautivó. Le dije que me gustaría hacer algo en torno a la memoria histórica a través de ella. Juan José me puso en contacto con ella. Hablamos, pero ella vive constantemente en el pasado, recordando todo lo que le pasó y cómo aquello marcó su vida. Teníamos los datos de la desaparición de su padre, pero conocer su vida diaria como niña y después como adulta era más complicado», recuerda la escritora, habitual de la literatura juvenil con volúmenes publicados como El largarto de Ansite, El lagarto de la Fortaleza y Tribu Lila. La tribu de iguales, entre otros.
Este proyecto literario tuvo su punto de inflexión cuando ambos viajaron a Polonia y visitaron, como muchos turistas, el campo de exterminio de Auschwitz. «En aquel viaje le planteo a Sandra la posibilidad de incorporar dos personajes más, junto a Josefina. Así, podíamos hacer una historia sobre los fascismos en Europa, desde 1931 hasta 1945. Al final nos han salido 49 relatos cortos, porque teníamos claro que no podían ser muy largos, para conectar con los jóvenes, que eran nuestros destinatarios originales. Lo que ha pasado es que la novela ha llegado muy bien a los adultos, sobre todo a personas que ya superan los 70 años y que vivieron muchas cosas que contamos de la vida en Canarias durante aquellos años», subraya Monzón.
Apunta el autor del filme La sima del olvido que la novela narra desde «el estallido del golpe de Estado franquista, en julio de 1936, hasta cuatro días después». «Sobre los desaparecidos de Agaete se ha hablado muy poco. Incluso, si vas hoy hasta allí y preguntas, pinchas en hueso. Para mi documental ya me costó mucho llegar hasta Josefina Expósito, porque la gente no habla de aquello. Los que aún viven callan y lo mismo sucede con los descendientes. Todo lo ponemos en voz de la niña Josefina, que por la sincronía del tiempo tiene nueve años en esta ficción, aunque en la realidad ella vivió todo aquello con cinco», apunta este profesor de Secundaria que trabaja como asesor en el Centro de Profesorado Gran Canaria Noroeste de la Consejería de Educación.
Los autores de esta novela, que se presenta el próximo 7 de febrero, a partir de las 18.30 horas, en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, reconoce que llevaron a cabo «un trabajo bestial de documentación» para publicarla. «Queríamos captar el dolor padecido en Europa y en España en aquellos años, pero de otra manera, ya que muchos autores lo han contado ya. Nos inspiró mucho el cine, porque ambos somos muy cinéfilos. Al ser una novela histórica, nos metimos en un berenjenal, porque teníamos que seguir la línea del tiempo cronológica del eje de los fascismos. No podíamos saltarnos nada, porque no se trata de un cuento sin más», explican.
Sin entrar en detalles que desvelen aspectos significativos de la trama de El reloj de Elwinga, Franco y Monzón lograron, tras muchas lecturas y un buen número de borradores, conectar las historias de los dos personajes centroeuropeos con la niña culeta, gracias al plan Pilgrim y la existencia de una colonia nazi en la isla, sobre lo que les puso al día el historiador y especialista en la materia, Toni Almeida, y el fondo fotográfico de la Fedac.
para desengrasar. Para que este canto por la libertad, a partir del relato del ascenso del fascismo europeo, no fuera un ladrillo que golpease a los jóvenes lectores, Sandra Franco y Juan José Monzón se toman unas licencias muy medidas para captar su atención.
«En la literatura juvenil tienes que tener un objeto que funcione como algo mágico», reconoce Sandra Franco sobre el objeto que da nombre a la novela y que aparece al comienzo del relato, desaparece durante muchos años y finalmente reaparece en Gran Canaria.
Otra medida para desengrasar es el juego de palabras que emplean para recrear los escenarios reales de Auschwitz y Polonia y que plasman como «Ausvitxia y Polania».
Además, Sandra Franco incluye haikus, de los que es una apasionada, a modo de prólogo de muchos de los capítulos. «De la visita a Auschwitz no salí igual que entré. Además, los últimos acontecimientos políticos en Europa y España nos alertan de lo vigente que es todo esto. Llevé a ese viaje mi cámara y saqué muchas fotografías en el campo de exterminio, pero a la vuelta estuve todo una año sin poder sacarlas de la tarjeta, del impacto que sufrí. Cuando lo hice, comencé a hacer haikus con ellas, como si fuera un entrenamiento previo para los que he escrito en el libro», confiesa la escritora.
El reloj de Elwinga, cuya portada y cuidado diseño interior firma Álex Falcón, cuenta con ilustraciones de la Elena Ferrándiz, una artista gaditana con una consolidada trayectoria, a la que Sandra Franco sigue desde hace años. «Ha logrado no dramatizar los hechos que se cuentan, sino hacer algo poético y que una cosa fea sea bella», apunta la escritora de este libro con un final «imprevisible».
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