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— Llega usted a La Palma tras ganar recientemente el 18º Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2019 con su obra . ¿Qué nos puede contar de ese cuento?
— El título del cuento, Un pañuelo, viene de esa frase tan popular que dice: «El mundo es un pañuelo», que usamos cuando queremos expresar que el mundo a veces no es tan grande como parece. Y, en efecto, así ocurre en mi historia. En el cuento hay una cubana que se monta en un taxi en Nueva York, va rumbo al aeropuerto y tiene una serie de preocupaciones. Nueva York es una ciudad enorme, pero luego de un corto intercambio de palabras, descubre que el taxista también es cubano. Toda la historia sucede a lo largo de ese viaje y ahí, envueltos en una conversación que, sorpresivamente, va subiendo de tono, ambos descubren que el mundo puede ser un pañuelo o no.
— Usted ha transitado en otras publicaciones por el relato corto y los cuentos. ¿Le resulta más cómodo que la novela o cada historia requiere un género concreto?
— El cuento y la novela son géneros muy distintos. Yo empecé, de jovencita, escribiendo cuentos. Entonces era lo único que sabía hacer y por eso me parecía más fácil. Pero escribir un buen cuento puede ser muy complejo. De eso me di cuenta después. Un día llegué a la novela y entonces continué con ambos, porque hay historias que piden un cuento y otras que, por su complejidad, necesitan ser desarrolladas en una novela. A estas alturas de mi carrera yo me siento cómoda en ambos géneros. Casi siempre ando escribiendo una novela (suelo demorar años en cada una) y, entre medias, me nacen cuentos, porque los cuentos son así, ellos sorprenden, llegan y se imponen. Por ejemplo, el germen de Un pañuelo está en un viaje que hice hace años en un taxi rumbo al aeropuerto en Nueva York. El taxista era dominicano y tenía tantas ganas de hablar que no paramos de hacerlo en todo el viaje. Sin duda esa anécdota se me quedó dando vueltas y mi cuento empezó a crecer hasta que hace unos meses tuve que sentarme a escribirlo. Empecé y no paré hasta terminarlo. Luego vinieron las correcciones, pero el cuento ya estaba listo para nacer.
— ¿Qué le diría a los que consideran el cuento un género menor?
— ¿Qué les diría? Que están equivocados. Puede ser menos complicado narrar una historia con trescientas páginas, que hacerlo en pocas y que sea una buena historia, redonda. Yo siempre he sido gran lectora de cuentos. De los grandes cuentistas me maravilla esa capacidad que tienen de crear un mundo y dejarme boquiabierta en un ratico de lectura. Pero, además, me fascina el hecho de que el cuento no termina una vez concluida su lectura, porque los buenos cuentos se quedan dando vueltas, regresan a nuestras cabezas y nos dejan pensando en ellos, a veces mucho más tiempo del que demoramos leyendo. El cuento no es para nada un género menor, es más corto, solo eso.
— ¿Trabaja en una nueva novela y nos podría adelantar algo de la misma?
— Es una novela sobre la culpa. Cómo el sentirnos culpables de algo a veces nos puede llevar a hacer cosas que luego lamentamos todavía más. En general, no suelo hablar demasiado de la novela en la que estoy trabajando, sobre todo porque muchas cosas aún están sujetas a cambios. Siempre me gusta decir que las novelas son organismos vivos. Al menos yo soy de ese tipo de novelistas que no lo tienen todo clarísimo antes de empezar. Mis novelas van creciendo a medida que las escribo y, a veces, cuando finalmente cierro la historia, resulta que muchas de mis ideas iniciales se fueron transformando.
— Tengo entendido que su familia procede de Los Llanos de Aridane, pero que usted nunca ha estado ni en La Palma ni en Canarias. ¿Es así? ¿Si así es, nos podría contar esa historia?
— En realidad, esta es la segunda vez que voy a La Palma y ya estuve también antes en Tenerife. Hace unos años mi hermana y yo decidimos llevar a mi madre como regalo de cumpleaños a La Palma, para que conociera –y conociéramos– los lugares de los que le hablaba mi abuelo cuando ella era niña. El padre de mi abuelo materno, que era de los Llanos de Aridane, llegó a Cuba a fines del siglo XIX. Allí se casó con una hija de españoles y la pareja empezó su descendencia (tuvieron 17 hijos). Mi abuelo nació en 1903 en un pueblito cubano que se llama Manicaragua. Cuenta la historia familiar que cuando mi abuelo tenía unos seis años, un tío suyo, hermano de su padre, se encontró una botija de monedas de oro mientras araba la tierra allá en Cuba. Con ese dinero decidió regresar a casa, a las Canarias, pero antes le pidió a su hermano que le dejara llevarse a uno de sus hijos. Así, mi abuelo partió con el tío rumbo a La Palma adonde llegó en 1910, el mismo año que pasó el Cometa Halley. Mi abuelo vivió en la isla hasta sus veinte años aproximadamente, cuando decidió regresar a la otra isla, la caribeña. Y, ya en Cuba, se casó con mi abuela y tuvo a sus hijas. Mi madre creció escuchando historias sobre La Palma, sobre las estrellas que desde allí se ven tan maravillosamente, sobre el paso del cometa, los Llanos de Aridane y el barranco de Las Angustias. Mi abuelo murió antes de que yo naciera, pero si hay algo que me fascina de las historias familiares es que siempre son el cuento del cuento que alguien le hizo a alguien. Quizá por eso me hice escritora. Para seguir contando el cuento.
— En tres volúmenes ha trabajado usted junto a dos fotógrafos. Dos veces con Francesco Gattoni y una con Yvon Lambert. ¿Cuál fue el origen de esa colaboración y cómo se desarrolló?
— Fueron trabajos muy bonitos. Con Francesco Gattoni me une una gran amistad. Él es romano y vive en París. Cuando nos conocimos, yo vivía en Roma. Luego me mudé a París y entonces él me enseñó el trabajo fotográfico que había hecho en su visita a Cuba en los años noventa. Francesco se movió usando los mismos medios que usábamos los cubanos (camiones, guaguas, rastras, cualquier cosa), yendo por etapas y deteniéndose al azar donde lo dejaba el transporte. Así viajaba yo por Cuba con mis amigos en aquellos años. Entonces se nos ocurrió hacer un libro sobre Cuba que tuviera como punto de partida la mirada del otro. A partir de sus fotos yo escribí los textos donde narro algunas de mis experiencias de viajes por la isla. El libro comienza en la primera villa fundada, Baracoa, recorre el país y termina en La Habana, que es donde nací y crecí. Una vez que publicamos este libro hicimos la otra cara del proyecto. Como yo viví años en Roma y Francesco es romano, en este segundo libro fui yo quien impuso las pautas. Tomando como referencia las colinas y algunas de las antiguas calles romanas, escribí los textos donde narro mis experiencias como extranjera. Y a partir de mis textos, Francesco tuvo que fotografiar su ciudad natal. Son libros hechos, literalmente, a cuatro manos. El proyecto con Yvon Lambert fue distinto pero también muy bonito. Nos reunimos, él me mostró las fotos y conversamos. Se trata de un libro sobre La Habana con fotos de Yvon y cuatro cuentos míos que transcurren en La Habana.
— ¿Qué valoración nos hace de la situación política y económica actual de su Cuba natal?
— Hace poco estaba hablando con unos amigos cubanos y decíamos: «Aquí siempre todo está por verse». Los cambios que se han producido en el país en los últimos años tocan, sobre todo, a la economía, donde ha habido discretas aperturas. En lo político, es conocido que cambió el presidente pero que se mantiene el mismo Partido único. Yo confieso que vi esperanzas de cambios y mejoras cuando Cuba y Estados Unidos reanudaron sus relaciones diplomáticas. En ese periodo, de repente, empezaron a suceder cosas. El presidente Obama visitó la isla, The Rolling Stones hizo un concierto gratis, muchos cubanos empezaron a moverse, los negocios privados florecieron. Algunos de estos movimientos pueden parecer poca cosa, pero en un sitio tan poco dado a cambios cualquier pasito es un paso. Para mucha gente, como yo, fue un periodo de esperanza. Sin embargo, cambió el presidente de Estados Unidos y la situación dio varios pasos hacia atrás.
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