
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En la mañana del Día de Reyes, en un solar del barrio de Schamann de la capital grancanaria, aparece Amado Martel muerto, con la cabeza abierta. Se trata de un antiguo vidriero que, por un accidente en el que no tuvo culpa alguna, acabó dejando su oficio y cayendo en el alcohol. El coñac se convirtió en su aliado para descender en vida al infierno. Su hijo decide tocar a la puerta de un detective privado para que intente descubrir quién o quiénes acabaron con él, ya que no se fía de la Policía. Detrás de esa puerta sale Ricardo Blanco, el detective creado por el escritor grancanario José Luis Correa, al que vuelve a dar vida en la novela 'El bebedor de coñac' (Alba editorial), que desde mediados de enero está en las librerías de todo el país y que este sábado presentó en una mesa redonda en el festival Barcelona Negra (BCNegra), dedicada a la literatura canaria contemporánea dentro de este género, donde compartió espacio con Emilio González Déniz y Carmen J. Nieto.
Tras la puesta de largo en enero dentro de Aridane Criminal y ahora Barcelona Negra, el próximo 20 de febrero, la presentará en la sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés de la capital grancanaria, a partir de las 19.00 horas, acompañado por Juany Suárez Robaina, profesora de la ULPGC.
«Quería hablar sobre una historia de pasiones humanas. Asesinan a un donnadie y detrás de ese hecho no hay confabulaciones ni complots. Lo que salen son emociones humanas y rabia», explica el escritor grancanaria a comienzos de esta semana, mientras se toma un café en un establecimiento de la calle Tomás Morales.
La decimoquinta entrega de la saga protagonizada por Ricardo Blanco mantiene su estructura habitual. «El estilo y el esquema de mis novelas es el más clásico y ortodoxo de la novela de este género. Arranco con un crimen y entra en juego la Policía. Para que aparezca Ricardo tiene que haber un familiar al que no termina de convencer la actuación policial para ir a buscarlo. A partir de ahí, mi objetivo es ir desvelando el carácter y los rasgos del muerto, para después ver qué es todo lo que había a su alrededor», reconoce Correa.
El punto neurálgico de esta ficción no dice ni una palabra en la novela, ya que desde la primera línea ya está muerto. Pero sí que deja pistas. El título ya medio lo perfila ante los ojos del lector. «Elegí el coñac porque el bebedor de coñac es diferente. Huele distinto y hasta tiene un color de piel diferente. El coñac es algo viejuno, quizás más romántico. Quienes lo beben son muy fieles, sobre todo al coñac que beben en la novela, que es más un brandy, tipo 'Soberano' o 'Fundador'. No beben coñac de solera, no beben 'Napoleón'», señala el autor.
El bar al que acudía Amado Martel antes de su inesperado final es otro personaje de 'El bebedor de coñac'. «Quería recrear lo que es un bar de barrio. Me vale Schamann como me vale Vegueta u otra parte de la ciudad, porque en todos los barrios hay bares con este tipo de parroquianos. Vivo en el centro y a donde voy a desayunar ya hay gente, a las 8.30 horas de la mañana, tomando coñac. Si vuelvo al mediodía los mismos ya se están tomando Whisky. Elegí Schamann como homenaje al barrio galdosiano de la ciudad», explica porque muchas calles de esta zona de la capital grancanaria llevan nombres de novelas y personajes del autor de 'Fortunata y Jacinta' y los 'Episodios Nacionales', entre otras obras maestras de la literatura universal.
En este bar hay dos cosas sagradas. «No puedes faltar a la Unión Deportiva Las Palmas, sobre todo a la de la etapa gloriosa no a la actual, ni a Felipe González», dice entre risas José Luis Correa.
De nuevo, en las páginas de su novela cobran vida personajes normales, nada extremos, que por circunstancias diversas acaban realizando actos violentos y extremos. «No me interesa demasiado la psique de las enfermedades mentales. No me atraen los personajes que están al límite de la esquizofrenia o la psicopatía. Me interesan las personas normales, o aparentemente con una vida normal, que en un momento determinado pierden el norte. Puede ser por un desamor, por una muerte cercana, por celos o por lo que sea», explica.
Diferencia este tipo de arrebatos frente a una lacra social que demasiado a menudo emerge en la sociedad. «Los hay que justifican el maltrato o la violencia de género como un arrebato. Y para nada lo es. Eso es otra cosa. Es una conducta. Un maltratador es un violento desde siempre», puntualiza.
También hay otro tributo hacia un escritor en 'El bebedor de coñac'. «Es un homenaje a Simenon y a su comisario Maigret. En una entrevista sobre mi novela del año pasado me preguntaban por la evolución de mi personaje Ricardo Blanco. Expliqué que había empezado como un homenaje a los detectives clásicos americanos y que había evolucionado, pasando por distintas etapas, hasta llegar a una, la actual, en la que está muy cerca de Maigret, por las cosas de la edad y la pachorra con la que actúa. El propio título ya es simenoniano y cada capítulo lleva uno que también es muy de su estilo», confiesa Correa.
Este detective amante de la buena mesa y que no suele utilizar los puños es cada vez «más reflexivo». «Nos contagiamos las emociones. Hay un trasvase de emociones entre él y yo. Vive lo que vivo, un desconcierto brutal ante todo lo que sucede a nuestro alrededor. Cada vez tengo más claro que este es un mundo para mi hijo y para mis alumnos. No entiendo la mitad de las cosas que veo o escucho. Me resultan incomprensibles los valores, los referentes culturales e intelectuales. Este es un mundo que me queda grande. A Ricardo le he contagiado esa mirada en la que dice: ¿ pero todo esto qué es?», explica quien se confiesa «analógico», igual que su alter ego.
José Luis Correa tampoco entiende la dependencia absoluta de los móviles y las redes sociales de las nuevas generaciones. Entre otras cosas porque le hace atisbar una sociedad manipulable y en la que afloran, sin que se alce la voz, ideas propias de tiempos tétricos y que parecían superados. «Veo actitudes muy sospechosas que recuerdan a épocas pasadas y oscuras. Vemos al frente de lo que dicen que es el mundo libre a alguien que considera que los problemas son los inmigrantes y los 'taraditos'. Y eso nos suena a los que hemos leído algo de historia. También se escuchan a los terraplanistas y a los antivacunas porque gritan más en un mundo en el que parece que lo que importante son los 'me gusta' y el número de seguidores. Y eso es muy peligroso. Todo eso me da mucho respeto, sobre todo para el futuro de los que vienen detrás», reconoce con pesar.
Otro elemento que ya estaba presente en las tres entregas anteriores pero que ahora cobra un mayor vuelo es la pandemia. «Vivo en dos momentos distintos. Estamos en febrero de 2025 pero mis novelas y sus personajes van por la navidad de 2021, aquel año fatídico. Estoy escribiendo la siguiente entrega, llevo ya ochenta páginas, y la trama se acerca a la Semana Santa de aquel año. Ricardo Blanco y yo estamos reflexionando sobre aquel periodo. Lo que llamé la trilogía de la pandemia, que comenzó con 'Morir en la orilla' y siguió con 'La estación enjaulada' y 'Un arpegio de lluvia en el cristal', va camino de ser una tetralogía. O vete a saber, porque aún no lo tengo claro. Aún estamos superando todo aquello. Fue nuestra guerra y espero que sea la última», dice.
José Luis Correa reconoce que en torno a los perdedores encuentra el material ideal para nutrir las historias de sus novelas negras. «Me interesan mucho los perdedores. Estas novelas tienen verdadero sentido cuando les doy voz. Las novelas de héroes están muy bien para Marvel y para mostrar valores para los lectores infantiles y juveniles, donde se plantea la lucha entre el bien y el mal. Cuando ya eres un adulto, todos esos límites se difuminan y por eso me interesan mucho más los antihéroes», explica.
Sus tramas y reflexiones se cimentan en otros dos pilares, «la culpa y el azar», señala. «En 'El bebedor de coñac' se mezclan. Una desgracia llevó a Amado Martel a perder la vida estable que tenía y convertirse en un borracho. La culpa le perseguía, aunque aquella desgracia fue fortuita, nada tuvo que ver con su forma de trabajar», avanza sin entrar en detalles para no destripar una novela en la que ha buscado mostrar cosas diferentes a los lectores fieles a su saga.
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