En toda familia brota -siempre- un verso libre. Alguien que se emperra en escribir derecho -como nos decían los curas en el colegio- sobre renglones ... torcidos. Tal fue el caso de Yolanda Arencibia. No la conocí en sus años de directora del Instituto de Gáldar. Hace algunas semanas le mandaba un recorte con una foto suya de entonces. Andaba yo buscando papeles sobre Antonio Padrón. Y allí que apareció su imagen. Joven, pero con una severidad en el rostro debida, sin duda, a los prejuicios que entonces adornaban el cargo. La «potestas», vamos. La foto era de 1974, y llevaba ella ya una década larga como profesora de instituto. Acaba de ganar la Cátedra de Enseñanzas Medias. Aún vivía el General Franco. Apenas un año antes, el incansable Alfonso Armas Ayala había echado a andar el primer Congreso Galdosiano. Eran los años del Plan Cultural y de la puesta en marcha de una serie de conquistas sociales que traerían consigo la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, hija de aquella «Universidad Internacional de Canarias Pérez Galdós», que Armas Ayala tanto impulsó.
La Universidad y la Cultura en general pierden hoy una punta de lanza imprescindible
A partir de ese momento, la vida de Yolanda Arencibia estará anudada a la investigación y a la docencia universitaria. Publica su primer libro: 'La lengua de Galdós. Estudio de variantes de galeradas', en 1987. Yolanda formará parte del selecto puñado de hombres y mujeres que sentaron las bases de la ULPGC, primero como directora de la División de Filología del Colegio Universitario de Las Palmas (1987-1990), profesora titular (1990) y Catedrática de Filología Española en 1995. Para entonces Yolanda ya había tomado las riendas que le entregara Armas Ayala tras su jubilación en 1990, asumiendo la Cátedra Pérez Galdós desde 1995 hasta nuestros días. Su papel en los sucesivos Congresos Galdosianos irá parejo a su proyección en una Casa de Galdós en la que encontrará la complicidad y eficacia de una Rosa María Quintana que, como Yolanda, era inasequible al desaliento. La enorme capacidad de gestión de Rosa María será el combustible que permitirá a Arencibia sacar adelante tanto proyectos editoriales como iniciativas de todo tipo para un museo que ampliaba sus instalaciones, con la adquisición del inmueble de Cano 2, en 2006.
Para entonces ya la vida había transformado a Yolanda, recubriendo aquella «auctoritas» ganada por las oposiciones, de una «potestas» indiscutible que pocos isleños llegan a alcanzar. Para entonces aquel motor de seis velocidades ya tenía corregido los dos primeros volúmenes la colección 'Arte, Naturaleza y Verdad', dedicada a la obra completa de Pérez Galdós. Arencibia, con la infatigable Isabel Grimaldi, directora de Ediciones del Cabildo, y de su segundo de a bordo, Pablo Cabrera, ponían en marcha el proyecto editorial más ambicioso jamás realizado hasta entonces desde el Cabildo. Un complejo programa de trabajo que supuso el cotejo de cada uno de los originales, galeradas y primeras ediciones de la narrativa, del teatro y de los cuentos de Benito Pérez Galdós. Iniciativa en la que junto a Isabel y a Pablo debe señalarse el papel jugado desde la Casa por la filóloga galdosiana y experta correctora de textos Ana Isabel Mendoza de Benito. La colección -iniciada bajo la consejería de Pedro Luis Rosales, continuará bajo el mandato de Luz Caballero (2007-2011) para culminar bajo el gobierno de Larry Álvarez (2011-2015)-. En total se publicarán 24 títulos de narrativa, 4 de teatro y uno de cuentos. El último volumen, correspondiente a los prólogos de los primeros 24 volúmenes se publicará ya con Carlos Ruiz como consejero de Cultura, entre 2015 y 2019. Galdós, para Yolanda, estaba por encima de banderías, siglas y partidos, y esa fue otra de sus enseñanzas. Mujer cosmopolita y liberal, trabajó codo con codo con quien compartiera el ideario galdosiano. Sin que nadie lo advirtiera, Galdós dejó de ser así motivo de confrontación ideológica para convertirse en una voz que nos unía con el resto de los hablantes de nuestro idioma.
Se nos ha ido pues un pilar de la cultura, como lo fuera su mentor Alfonso Armas Ayala
Durante los últimos 25 años Arencibia formó parte del Comité Científico del Congreso Galdosiano, abriendo las puertas a nuevas vías de investigación y una nueva generación de galdosianos. A lo largo de todos estos años Yolanda no parará de trabajar en el epistolario galdosiano. Todo este entramado tendrá como colofón su monumental 'Galdós. Una biografía', Premio Comillas de Historia y Biografía 2020 que tuvo la desgracia de verse publicado en aquel infausto año de la pandemia del Covid. Un texto cuyo primer original era mucho más amplio y que motivos editoriales acabaron cercenando, pensando quizá, que ya era suficiente lo editado. Sin embargo, quienes pudimos leer las distintas versiones del texto nos quedamos siempre con la magua de su publicación íntegra, tarea que Yolanda, siempre atenta a la nueva fecha, al último descubrimiento, fue retrasando, retrasando. Tras éste, Yolanda se volcó en alma y cuerpo en una guía para la lectura de Galdós, que también quedó en el cajón… Pero, más allá de convertirse en un pilar indiscutible del galdosismo, a Yolanda le cabe el mérito de volver a poner en el centro de la contemporaneidad a Galdós. Y si a don Alfonso le tocó mantener vivo el legado de los galdosianos de la República y de abrir las puertas del museo a los primeros investigadores americanos, a Yolanda, a través de los Congresos y de su propio quehacer, le cabe el mérito de haber convertido a la Casa en la capital del galdosismo internacional.
Se nos ha ido pues un pilar de la cultura, como lo fuera su mentor Alfonso Armas Ayala o como el inolvidable Antonio Bethencourt Massieu. Intelectuales de fuste que dieron al Cabildo mucho más de lo que recibieron por su labor. Como ellos, Yolanda tenía una capacidad de trabajo y de asombro ilimitados. Yolanda, además, fue una más de una Casa de mujeres: Cómplice necesaria de Rosa María y bastón de apoyo para los primeros años de Victoria Galván, Yolanda era una más en Cano 33. Aquel era su segundo estudio. No estaba allí su biblioteca, ni su ordenador, aunque siempre tuvo una mesa a su disposición. Y en la puerta, su rótulo: «Cátedra Pérez Galdós».
Yolanda sabía que un proyecto como el de la Casa de Galdós requiere de consenso y de equipo. Ella confiaba plenamente en las inagotables capacidades de organización y don de gentes de Ana Méndez, en el profundo galdosismo y conocimiento de la edición que siempre aportó Ana Isabel Mendoza, en el entusiasmo de Raquel Peñate por hacer llegar el galdosismo a los más chinijos, y en el de otras mujeres y hombres que hicieron la Casa grande a lo largo de los años y cuya memoria ya se ha olvidado. Aquella chiquilla desinquieta de Firgas, junto a todas las mujeres de la Casa, han hecho del pequeño proyecto que pergeñó Armas Ayala una referencia de prestigio única en España y Latinoamérica.
Yolanda era una fuerza de la naturaleza, y con su entusiasmo saltaba por encima de quejas, rémoras, dimes y diretes. Ella, sencillamente, no tenía tiempo para perderlo en «chiquititeces», que diría mi querido amigo Juancho Armas Marcelo. Tal vez por eso la vida fue tan generosa con ella, brindándole los suficientes años para poder terminar lo que empezó a escribir siendo apenas una chiquilla. La última vez que hablamos por teléfono nos quedamos a medio camino. Los silencios del conocimiento le añurgaron la voz. Tras la conversa, me escribió por whatsapp: «Que ganas de verte. Y de hablar. Besos».
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