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El horror se desata en los lugares más insospechados. Santa Cruz de Tenerife, en 1970, vivía plácidamente cuando en uno de sus inmuebles se produjo uno de los sucesos más terribles de la historia del archipiélago. Un triple homicidio en el seno de una familia alemana afincada en la isla. Harald y su hijo Frank Alexander asesinaron y mutilaron a la madre y a dos de las tres hijas del matrimonio. Lo hicieron por imperativo divino, aseguraron los integrantes de la secta denominada la Sociedad Lorber, que hoy día sigue en activo.
Un artículo periodístico sobre el caso que un buen amigo le remitió al escritor Jorge Fonte (Santa Cruz de Tenerife, 1967) fue el germen de 'Leopoldo', la nueva novela de este autor que acaba de editarse dentro de la Colección Agustín Espinosa que gestiona el Gobierno de Canarias y que destina a los volúmenes más destacados de cada cosecha anual.
«Un buen amigo juez, que se llama Leopoldo Torres López, fue quien me envió el artículo sobre el caso Alexander. Por eso le puse su nombre al personaje principal de la novela. Me dijo que aquella historia real era buena para mí. No tenía conocimiento de la misma, aunque en su momento tuvo un gran impacto, pero me había olvidado por completo de aquel terrible crimen. Lo impactante que fue me enganchó y decidí novelarlo», explica Jorge Fonte sobre el punto de partida de su cuarta novela.
Cuando el autor de 'El hijo del apotalado' (Ediciones Milenio) se puso a investigar para documentarse sobre la barbaridad cometida por Harald y Frank, se topó con que ya estaba en camino un ensayo sobre el mismo crimen. Se publicó poco después, bajo el título de 'La matanza de los Alexander: El crimen del siglo', como resultado del trabajo realizado por el psicólogo Román Morales y el criminólogo Félix Ríos.
«Contacté con ellos por medio de un amigo en común. Y resultó que hemos terminado formando una especie de cuadrilla, porque hicimos buenas migas y nos vemos con frecuencia. Fueron muy generosos desde un principio, me pasaron mucha información y me pusieron en contacto con el archivero del Palacio de Justicia de Arona, donde se encuentra el expediente judicial del caso», señala Fonte.
El archivero Rafael Quintana quedó con el escritor en La Laguna y ahí tuvo acceso a un expediente que es uno de los pilares dentro del tramo inicial de 'Leopoldo'. «Cogí las declaraciones, sobre todo la de Harald, y las puse íntegramente en la novela, porque me parecieron muy impactantes. Es increíble ver cómo el padre relató todo lo que habían hecho como si se tratara de una aventura, con una tranquilidad y una naturalidad asombrosas», subraya el escritor.
Desde un principio, Jorge Fonte tuvo claro que aquellos hechos eran el punto de partida, pero el camino y la meta de su proyecto eran otras. Lo suyo era una novela, inspirada en esos hechos reales, pero tenía que dejar volar su imaginación. «No cabía un detective, porque los autores del crimen confesaron lo ocurrido y no hubo que investigar nada. Tenía que salirme del marco encorsetado de la novela negra, porque la historia no me permitía quedarme en ese género. A medida que comencé a desarrollar la historia en mi cabeza, se me ocurrió lo del juez de instrucción. Y ahí arranca la parte fantasiosa, porque Leopoldo, el juez de mi novela, no tiene nada que ver con el que instruyó en su momento el caso Alexander.
Cada lector que se sumerja en 'Leopoldo' sacará sus propias conclusiones, porque en sus páginas afloran reflexiones sobre cuestiones como la violencia, la familia, la religión, el fanatismo, la maldad, la crueldad... «Para mí, la novela trata de la maldad llevada a la locura. El mal provoca que Harald y su hijo lleven a cabo ese asesinato, con la intención de acabar con el mal que, creen, se ha adueñado de la madre y de las dos hijas. Y ese mal se acaba metiendo en el cuerpo de Leopoldo», avanza el novelista.
Esa mutación o trasvase es el punto de partida de la fantasía que desborda las páginas de 'Leopoldo' en su tramo intermedio y final. «Paso de una novela realista a una ficción total, de fantasía, de terror, con ciertos aspectos de psicothriller con puntos de locura y de fanatismo religioso», reconoce Fonte. «Me metí en el territorio de Stephen King, con un mal que condiciona a las personas, las vuelve locas, les altera el raciocinio. Es capaz de conseguir que una persona que hasta ese momento es buena y bondadosa empiece a reconvertirse y a metamorfearse por ese mal con el que ha entrado en contacto. Me imagino el mal como un ente independiente, que pasa de persona en persona hasta que hace acto de presencia», apunta el escritor que narra en la novela cómo se produjo ese cambio en el protagonista, a partir de un hecho concreto durante la instrucción del caso y que no vamos a desvelar aquí.
Los Alexander actuaron por una convicción religiosa. Todos, los verdugos, las tres víctimas y la hija que salvó la vida por no estar en aquel momento en el domicilio familiar sino trabajando en la casa de otros alemanes afincados en la isla, tenían claro que el demonio había invadido sus cuerpos y por eso tenían que morir para poder salvarse. «No se trata de una cuestión religiosa, sino de fanatismo. Pertenecían a una secta, la Sociedad Lorber, donde la presencia de Dios es importante y relevante. Sigue activa, aunque no ha vuelto a suceder nada parecido entre sus miembros. El problema radicó en que tenían una concepción extremista de la religión y se les fue la olla. Tenían problemas psicológicos y psiquiátricos y pensaban que Dios les hablaba y que la misión que tenían consistía en matarlas para que el diablo saliera de ellas. Era tal el fanatismo que, cuando Harald y Frank fueron a ver a su hija y le dijeron lo que habían hecho, esta los abrazó y les dio las gracias».
En el libro, el juez Leopoldo charla con un amigo sacerdote sobre las dudas religiosas que le asaltan tras su 'contacto' con la maldad. «Tengo un buen amigo, Jesús Díaz, que es muy religioso. Salía a caminar con él y hablábamos de la novela. Muchas de esas conversaciones de los dos personajes son reales, son las nuestras. Yo me ponía en la piel de Leopoldo y él en la de su amigo el sacerdote. Las grabábamos y después las incorporé al libro», recuerda.
Desde un punto de vista estilístico, Jorge Fonte defiende que el escritor «debe adaptarse al tema que aborda». «Si escribiera siempre igual, sería muy aburrido. Mis cuatro novelas son muy distintas, porque la historia que se cuenta así lo requieren. Es lo que define el estilo. Cormac McCarthy fue mi referente. Es un escritor al que admiro muchísimo y creo que me he leído todo lo suyo. A medida que profundizaba en la psique de los personajes fui teniendo claro necesitaba un estilo duro y seco, como la brutalidad de los acontecimientos que se cuentan», defiende.
Al final del volumen, Jorge Fonte vuelve a la realidad y aparca la ficción. Incluye un epílogo en el que resume lo sucedido en el juicio y el camino que recorrieron tras ser absueltos de los delitos de parricidio y asesinato por tener una «enajenación mental», apuntó la sentencia. El fallo llevó al ingreso de ambos, primero en un centro psiquiátrico de Carabanchel y después en otro de Sevilla. En los 90 recalaron en Alemania, donde de nuevo fueron internados en psiquiátricos de los que acabaron saliendo en libertad, hasta hoy. Sabine Alexander, la hija que salvó la vida por no estar en la casa familiar, estuvo recluida en un convento y ahora vive, casada, en Hamburgo.
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