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Recuerdo que, en marzo de 1967, siendo yo un adolescente bachiller, falleció Azorín, el último superviviente de la Generación del 98. Me impresionó muchísimo, porque ... era la primera vez que asistía conscientemente a la desaparición de una figura literaria que estaba estudiando en el manual de literatura, como destacaban los periódicos y el noticiario de RNE, que daba a la reseña rango de hecho histórico. Hoy siento una parecida sensación, porque si siempre he sido consciente de la gigantesca y casi inabarcable presencia de Mario Vargas Llosa, su partida es la que pone sello y lacre a algo que ya es para siempre. Vargas Llosa es el novelista más importante del siglo XX en nuestra lengua, y sin duda uno de los más grandes del planeta, no por casualidad recibió en 2010 el Premio Nobel.
Pero es que también se nos ha ido el ensayista literario más importante e influyente de esta época, y sin duda, con T.S. Elliot, Ezra Pound y Vadimir Nabokov, forma parte del póker de estudiosos y divulgadores que han ido estableciendo el canon de su centuria. Solemos olvidar que, si bien la producción novelística de Vargas Llosa es muy amplia, variada y potente, es aún más copiosa su aportación al ensayo literario. Nada ni nadie que fuese relevante en el mudo cultural y literario hispanoamericano le fue ajeno. Por él, sabemos más de José María Arguedas, del indigenismo, de Onetti y de muchas figuras y asuntos que, sin él, probablemente no habrían encontrado su sitio, como la llamada Literatura de la Onda, un movimiento que se dio en México en los años sesenta del siglo pasado, y representado por José Agustín, Gustavo Sáinz o García Saldaña (entonces, no todo era el Boom).
Está claro que la pasión literaria e histórica de Vargas Llosa fue siempre latinoamericana, pero su formación es claramente francesa, y para explicar su visión de la novela es necesario leer uno de sus ensayos más conocidos, La orgía perpetua (1975), un texto fundamental que toma como base -no podía ser de otra manera- la obra cumbre de Flaubert. Pero no es solo un libro sobre Madame Bovary, como hay tantos, es un túnel que horada en la ingeniería estética, filosófica y psicológica de la novela. En mi opinión, La orgía perpetua es un mecanismo que traza la línea divisoria entre chismorreo y literatura, y debiera ser obligatoria su lectura al cumplir 18 años. De esta manera, nadie se sentiría engañado por supuestas literaturas que finalmente son verborrea y seguramente descubriría mundos fantásticos y a veces sobrecogedores detrás de una narración que aparentemente solo cuenta el adulterio de la mujer de un médico de provincias.
Fue una grave responsabilidad literaria la que tomó Vargas Llosa cuando publicó ese libro, porque un texto que aparentemente es un estudio subjetivo pero técnico de una obra de Flaubert acabó convirtiéndose en un libro muy peligroso porque enseña a sus lectores a buscar entre los renglones más allá del tema de su relato. Yo descubrí, por ejemplo, que el escritor honesto no trata de escribir segundas lecturas, sino que se deja llevar por la narración y así los matices surgen por sí mismos cuando los personajes cobran vida. Porque para que un personaje esté vivo no basta con ponerlo a andar, a hablar e incluso a pensar. La vida de los personajes literarios viene a ser como la vida en general, surge casi por arte de magia, es decir, fluye del talento de quien narra. Un narrador, por muchos conocimientos técnicos que posea, si carece del don de la narración nunca creará personajes vivos, sino estatuas que cuando se mueven parecen marionetas. Por ello, cuando alguien trata de ir en la escritura más allá de la propia narración acaba devorando a sus personajes, si es que en algún momento tuvieron aliento propio.
En sus últimos años, MVLL se había granjeado la oposición frontal de un sector de la vida cultural por sus radicales posiciones políticas rabiosamente neoliberales, asunto que ya conocemos en este tiempo en el que manda el lema de «el que no piensa como yo es un ignorante, o lo que es peor, un fascista o un comunista». Como todo intelectual que baja al terrero político, sus opiniones son discutibles, e incluso muy discutibles. Pero eso no le quita grandeza a su obra ensayística y de ficción. Es muy curioso que MVLL escribiera novelas 'de izquierdas' desde un pensamiento liberal. Y era la curiosidad en persona. Un sabio con la humildad de saber preguntar y escuchar. Lo pude comprobar otra vez en su última visita a nuestra ciudad. Agotábamos la jornada en la terraza del hotel Santa Catalina, con un largo café nocturno de sobremesa. La concurrencia se había disuelto por goteo, solo quedábamos MVLL, Juancho Armas Marcelo y quien esto escribe. Se interesó por algún aspecto de mi obra que Juancho había mencionado, y me preguntó qué mecanismo literario usaba para resolver determinada controversia. Me quedé perplejo porque era una situación inversa a la lógica, y se me ocurrió contestarle en tono de chanza: «Mario, no entiendo por qué te han dado el Premio Nobel, si tienes que preguntar». Él, en plena carcajada, zanjó: «Por eso, me lo han dado por eso, porque pregunto lo que no sé». Ahora tienes todas las respuestas. Buen viaje.
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