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Russotto, su obra literaria y detrás 'Armario de Luces y Sombras', del escultor Román Hernández. C7
Desde Desván Blanco a Massachusetts

Desde Desván Blanco a Massachusetts

Literatura. El escritor grancanario firma estas 'Correspondencias improcedentes' con la poeta y profesora universitaria Margara Russotto y el escultor Román Hernández.

JUAN CARLOS DE SANCHO

Las Palmas de Gran Canaria

Domingo, 21 de agosto 2022, 02:00

Es atómica y atmosférica la tundra/ te alcanza donde quiera que estés/ quien quiera que tú seas/ te frecuetna como tus parientes» (Margara Russotto). Los libros con piernas suelen conocerse de forma inesperada. Buscan lectores afines a sus ideas escritas e impresas en tinta y papel. Los escritores a menudo están llenos de dudas, se buscan para compartir experiencias literarias pero no siempre se piropean mutuamente, a menudo procuran mantener cierta distancia epistemológica.

En otros tiempos la correspondencia epistolar era todo un género. Oscar Wilde se lo tomaba muy en serio, así que una vez finalizadas sus misivas, las introducía en un sobre, pegaba el sello, detallaba remitente y receptor, y las tiraba por la ventana de su casa de Chelsea, confiando en que cualquier transeúnte las recogiera y las llevara a correos al ver que iba firmada por él. Hoy en día el afortunado las llevaría a la sala Sotheby's a ofertarla en una gran subasta. Hemos perdido delicadeza, la belleza se ha convertido en un objeto negociable.

Poéticas, enigmáticas y espirituales como su propia escritura eran las cartas de Emily Dickinson. Dickinson estaba convencida de que el correo era un vínculo celestial para las personas y fue una de las primeras precursoras de los clubes de lectura por correspondencia. Las cartas de Marcel Proust a su editor, a su vecina o las de los hermanos Goncourt son todo un tratado literario y de costumbres de la época, la trastienda cotidiana y pormenorizada de un siglo, anécdotas reveladoras de los entresijos de un tiempo remoto que todos buscamos con nostalgia y eterna curiosidad.

Vía 'email'

Por correo electrónico me suelo comunicar a menudo con amigos artistas y escritores. Hace unos días mi amigo el escultor Román Hernández, que dirige en su propia casa un importante Espacio Cultural alternativo en Santa Cruz de Tenerife llamado Desván Blanco, me enviaba un correo donde me invitaba a asistir a las presentaciones de varios libros de la escritora, poeta, ensayista y profesora de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Massachussetts, Margara Russotto. En una de sus epístolas electrónicas por 'email' Román me cuenta: «Su poesía ha influido en algunas de mis esculturas y viceversa, a veces hemos trabajado en proyectos conjuntos». Me recuerda este comentario a la relación directa que tuvo el escultor Rodin con el poeta Rilke, disfruto con estos vínculos provechosos entre artistas, los echo de menos. «La poesía de Margara Russotto -prosigue Román- ha sido traducida al italiano, inglés, portugués y francés, y actualmente recibe la atención de la crítica a través de diversos estudios, entrevistas, ponencias y tesis de grado».

El público asistente al acto en Desván Blanco. c7

Me desplazo desde Gran Canaria en un gran catamarán de pasajeros a la vecina isla de Tenerife. Asistiré en Desván Blanco al acto de presentación. Todo viaje es una experiencia única. Me gusta conocer gente nueva, entusiasta, «raras», les dicen. Yo prefiero nombrarlas como infrecuentes. Huyo de lo académico, me gusta estar con creadores que hablen del arte como una emoción que surge desde la imaginación y no desde convenciones formales, mercantilistas o criterios academicistas. Me gusta 'la utilidad de lo inútil', no vine al mundo a aburrirme, a sentar cátedra.

Nada más conocer a Margara Russotto supe que tarde o temprano nos íbamos a cartear. Es una comunicadora nata, ejerce la sinceridad epistolar, un tipo de franqueza argumental no muy usual en el mundillo literario, poco dado al intercambio afectuoso de pareceres líricos y reales.

Recibiré dentro de unas horas (mientras escribo esta crónica) y por correo electrónico las palabras que le dedicó Román Hernández a Margara Russotto. Recuerdo que en el acto hablaron de su visita a la tumba de Emily Dickinson. Escribe la poeta norteamericana: «Las personas necesitan tiempos difíciles y opresión para desarrollar los músculos psíquicos... La naturaleza es una casa embrujada, pero el arte es una casa que trata de ser embrujada... No conozco nada en el mundo que tenga tanto poder como una palabra. A veces escribo una y la miro hasta que comienza a brillar...».

El tiempo pasa intenso en Desván Blanco. Se le ve feliz a Margara Russotto frente a un público expectante, congenia con los postulados vitales y poéticos de E. Dickinson. Por 'whatsapp' y en mensaje corto le solicito a Román Hernández las palabras que le dedicó a su amiga Russotto. Le comento que no tarde en enviármelas. No tendré que esperar semanas, meses, en unos minutos las leeré abriendo mi 'gmail', pero la emoción será idéntica, como si se tratara de una carta en papel, la emoción «del poder de la palabra...».

Román Hernández y Margara Russotto. c7

Abro el correo electrónico y vuelvo a encontrar una nueva misiva de Román Hernández: «La poesía existe porque existe la vida y la muerte. Ya nos lo advirtió A. Gamoneda cuando escribió aquello de 'venimos de la inexistencia y hacia ella nos dirigimos'. Margara en su poesía recrea la realidad, naturalmente su realidad que es individual, se nutre de ella, de todo aquello que la rodea, del arte, de la naturaleza, de sus pensamientos, de sus sueños, hasta los condimentos que usamos en la cocina o las liendres de la cabeza de su hija. Todo puede ser lugar de inspiración para su pensamiento poético que no es otra cosa que pensamiento creativo».

'Erosiones Extremas'

Mientras espero ojeo varios libros de Margara, 'Sustentación del enigma' (cuatro ensayos sobre Clarice Lispector) y 'Erosiones extremas'. Hablando de la escritura de Lispector, Russotto escribe que «el discurso de muchos de sus cuentos es por tanto de doble fondo: por un canal transcurre la historia, y por el otro los problemas para contarla. Así la atmósfera que rodea los hechos se muestra subrepticia, desordenada, fragmentada, repetitiva. Los hechos mismos son escasos y aislados; a veces son episodios aludidos delicadamente, a veces lanzados con brutal violencia en una sola frase». En 'Erosiones Extremas' entresaco estos versos: «De haber sabido, no hubiera / hablado/ Yo no hubiera comparecido en escena / Ni expuesto rostro ni ordenado mesa / Ni mencionado tanta palabra diáfana/ que se ha tragado la tormenta... Hubiera sido el oscuro instante / del todavía no ser / de la semilla».

Destaco el silencio posterior de Margara ante las palabras previas y consideradas de su amigo el escultor. Prefirió leer sus poemas, explicándose así, en el doble trasfondo de su poética. Por el aire de la sala de Desván Blanco planeaban las voces de Dickinson y Lispector y esas «felices coincidencias» de las que hablaba Paul Auster. Sentí una feliz suerte al coincidir con las mismas emociones y criterios que como cartas al futuro enviaban Russotto y Hernández al público asistente y que también intenté plasmar en mi libro 'Fábulas Improcedentes' que entregué a Margara como una colección de cartas viajeras con sus rarezas y divagaciones delirantes incluidas.

En la playa de Abades me contó sus primeras impresiones sobre mis improcedencias. Le pedí una pequeña reseña para incluirla en este poliédrico artículo, como un juego de correspondencia epistolar ya casi en desuso. En Arico y con guitarra entrelazamos amigos y alientos únicos: «La vida es corta -escribe Lispector- mas las emociones que podemos dejar duran una eternidad».

Han pasado unos días y recibo de Marga esta pequeña reseña sobre 'Fábulas improcedentes' que me envía por correo electrónico. A la espera del correo de Román Hernández, adelanto algunas de las palabras de Russotto: «Tus fábulas parecen escaparse de toda clasificación: del micro cuento tan ingenioso como árido (que tanto aburre a mis estudiantes extranjeros); de Esopo, porque no pretende enseñar nada (¡qué felicidad saltarse la pedagogía!); del disparate a lo Alicia y sus maravillas (aunque sombrereros-editores-escritores, duquesas con/sin taburete monárquico y un sin fin de animales y objetos asombrosos se asoman felices entrelineas); y hasta del realismo mágico, porque ¿qué más magia puede haber, en tiempos disfóricos como los nuestros, que la aparición de este libro como una isla de verde paisaje inesperado? Me encantaron tus fábulas cojas e intervenidas que juegan a dos voces: la letra abecedaria y la línea del dibujo discutiendo como viejos amigos que jamás estarán de acuerdo. Nada, entonces, de procedimientos, aplicaciones u otros pragmatismos burocráticos de moda. He allí el centro de todo: la amistad y la convivencia entre todas las cosas, sea raro sea banal, sea simple sea complejo. Así mismo lo dices: ¡Oh, esta libertad diversa, errante y disipada!»

Un día Clarice Lispector escribió que «digo lo que tengo que decir sin literatura». Me gusta la gente que siente necesidad de inventar y transmitir sensaciones más allá de los hechos, incluso dejándose arrastrar por una búsqueda lingüística incesante y una inestabilidad gramatical que obligue al lector a leer varias veces el texto escrito. «Vivir es inventar», escribía Nietzsche y lo repito sin cesar en esta época tan nihilista y simplona donde casi todo viene premeditadamente masticado y muy poco elaborado.

Última correspondencia

Recibo la última correspondencia de Román Hernández: «Éramos como ustedes/ seréis como nosotros. Este poema de Márgara Russotto me sirvió de inspiración para crear mi 'osario de retratos' que está tras esa pared. Otro poemario suyo directamente relacionado con las artes plásticas es 'Laboratorio lombrosiano', poemario inspirado en una instalación mía de cabezas titulada 'Laberinto de Pasiones'».

Regreso a Gran Canaria en un nuevo y gigante catamarán, con la lección bien aprendida, un viaje iniciático desde Desván Blanco a Massachusetts, siempre en ese devenir improcedente que rompe los esquemas previstos, esperando una nueva correspondencia, tal vez la epístola concluyente y final: «Éramos como ustedes/ seréis como nosotros». Y la nave va.

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