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«Hay algo que controlo y mucho que no controlo en mi escritura»
pedro mairal, escritor ·
Libros del Asteroide acaba de publicar en España 'Salvatierra', novela del argentino Pedro Mairal, autor de la celebrada 'La uruguaya' (2017)Secciones
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pedro mairal, escritor ·
Libros del Asteroide acaba de publicar en España 'Salvatierra', novela del argentino Pedro Mairal, autor de la celebrada 'La uruguaya' (2017)Define por Zoom 'Salvatierra' como un libro «luminoso» que sobrevive intacto al paso del tiempo. El escritor expresa su temor ante el retroceso de libertades y la mortalidad de la pandemia desde Montevideo, donde últimamente se ha volcado en la puesta a punto de canciones para su banda, Pensé que era viernes. Advierte que su próximo libro tardará en llegar.
-El motivo de esta entrevista es que se publica ahora en España 'Salvatierra' (Libros del Asteroide), novela que vio la luz en su país en 2008. ¿Es usted de los que relee sus libros anteriores?
-Siempre les pego una revisada a los libros cuando me dicen que se reeditan, más que nada para buscar erratas. En general no corrijo mucho. Cuanto más tiempo pasó, menos corrijo. Te digo por qué. Cuando se publicó 'Una noche con Sabrina Love', que lo publiqué cuando tenía 28 años, al reeditarse habría cambiado unas cuantas cosas, pero me pareció que el cuarentón que yo era en ese momento no tenía que corregir a aquel veinteañero entusiasta, con ese lenguaje más celebratorio y lírico. El cuarentón más desencantado le quería bajar el tono, pero no tenía que hacerlo. Uno va cambiando y el estilo también un poco. Pero ese no es el caso de 'Salvatierra'. Es un libro que, curiosamente, se mantiene mucho mejor que mis otros libros en el tiempo, porque no trata ningún tema de pareja o sexual, que creo que es lo que más se ha transformado en estos últimos 15 años. Hay un nuevo paradigma con el feminismo, que para mí es bienvenido, dentro del cual los personajes empiezan a quedar en el limbo, con cosas que suenan machistas y antes no lo eran. En 'Salvatierra' no hay vínculo de pareja, sino de padre e hijo y eso se mantiene mejor en el tiempo. Es el libro que menos ha envejecido. Es curioso y algo que no se puede prever.
-¿Estilísticamente le ha chirriado algo?
-No hay nada que me chirríe. 'Salvatierra' es un libro en el que siento que ya estaba en control del lenguaje. Ya estaba usando mis capacidades narrativas. No hay un desborde como en 'La uruguaya', donde hay momentos en los que el lenguaje se rompe, porque el personaje se rompe. En cambio, Miguel, el hijo de Salvatierra, en ningún momento se rompe, está siempre sereno, vinculándose a la energía del padre que pintó la vida entera, el mundo entero e incluso a él. Es un tono de descubrimiento, de seguridad y de un amor un poco a destiempo, como suele suceder en los vínculos madre y padre con el hijo. Los salís a buscar cuando ya no los tenés. Es un lenguaje controlado, un tono casi japonés, de cierta serenidad zen. Es curioso, no sé de dónde salió. Se ve que después en la vida me enojé más (risas). Después vino una etapa más oscura, mientras que 'Salvatierra' es un libro luminoso.
-¿La necesidad de Juan Salvatierra por pintar todos los días es un reflejo suyo de tener que escribir o crear algo a diario? Algunos escritores aseguran que necesitan escribir todos los días, ¿es su caso?
-No escribo todos los días. Alguna cosa garabateo, un pedacito de una letra de una canción que estoy haciendo ahora... siempre alguna cosita da vueltas en mi cabeza. Es cierto que cuando pasan varios días sin escribir, me empiezo a sentir mal. Esta traducción de experiencia vital en obra, en palabra, es algo que me tranquiliza mucho, me tranquiliza los monstruos internos. Siento que estoy rindiendo tributo, que merezco la vida porque la transformo en obra y es mi manera de rendir tributo a no sé bien qué. Salvatierra está todo el tiempo haciendo eso, traduciendo la experiencia diaria de vida, dejando como un registro, como una especie de autobiografía donde el mismo no está.
-No se pinta a sí mismo.
-Así es. Salvatierra también es un ideal, ojalá yo pudiera todos los días dar cuenta de la experiencia... pero no puedo. Me interrumpen muchísimo los trámites, la vida cotidiana, las cosas prácticas, ganar dinero (sonríe).
-¿Le gusta pintar, lo práctica?
-No. Dibujaba y lo sigo haciendo a veces. He hecho algunas esculturas en alambre. Me interesa mucho el lado plástico. Pero nunca pinté con colores ni gran formato, pero me fascina. En casa, de niño, había libros de pintura, de arte y me fascinó. Fui un niño privilegiado, aunque en su momento no era consciente y pensaba que me arrastraban por museos. Yo con pie plano, me dolían los pies (risas). Caminaba por esos museos eternos y sin duda todo eso se me quedó dentro. Me fascina la capacidad del ser humano de producir símbolos y la diversidad en la que se manifiesta en cada época en la pintura. 'Salvatierra' está lleno de reflexiones al respecto.
-He leído que uno de los orígenes de este libro fue un documental sobre Jackson Pollock. Tras leer el libro, donde abundan las frases cortas... ¿esas pinceladas se podrían asemejar a esas gotas de pintura que caían sobre el lienzo cuando Pollock pintaba de pie?
-Me parece completamente válido, por que eso que llaman 'action painting' me interesa mucho si se pudiera trasladar a la escritura. Desde Kerouac hay una intención de aflojar el tono y acercar la escritura hacia una cierta espontaneidad. Kerouac trata de hacerlo al jazz, decía que algunos párrafos eran como un solo de trompeta, duran casi lo que dura el aire del trompetista. Me encanta la idea, una idea de juego, de no saber hacia dónde va la escritura, no tenerla del todo en control. Me encanta la analogía, nunca la había pensado de esa manera, pero, sin duda, hay algo que controlo y mucho que no controlo en mi escritura. Me entrego a lo que no controlo. Tengo un plan, una intención, pero el lenguaje está vivo. Decís: ¡pero mira hacia dónde está yendo esta frase! La lengua misma es la que te lleva hacia un lugar que no tenías pensado. Todo el tiempo estás jugando, aprovechando lo inesperado y a la vez estás controlando algunas cosas. Me gusta esa analogía porque esa forma de pintar tiene que tener mucho de eso. Hacer un gesto, una intención y después cómo cae, cómo se derrama y salpica... no se puede controlar mucho.
-Quizás se resuma en parte en esta frase del libro: «La página es el único lugar del universo que Dios me dejó en blanco»...
-¡Qué bueno que mencionés esa frase! Es algo que me gusta sobre el personaje de Miguel Salvatierra. Siente que ya está todo pintado por su padre, todo representado y no hay un solo espacio en blanco. Sin embargo, en la hoja en blanco, en la escritura, encuentra su lugar para plasmarlo. Hay hijos que siguen el mandato del padre, lo imitan. Padre médico, hijo médico. Después hay otros que funcionan más por oposición. El caso de Miguel es ese. Le cuesta encontrar su espacio y está en la escritura, en la palabra, precisamente algo que estaba vedado para su padre, ya que no podía hablar. Y su nieto, el hijo de Miguel, lo encuentra en la música.
-La novela se puede entender como una reflexión sobre la familia y sobre el hecho de que damos por supuestas muchas realidades en su seno que después no son verdad.
-Sí, la idea de que no conocemos al otro de verdad. Aunque vivamos al lado, bajo el mismo techo, no sabemos bien quién es el otro. ¡Ni que hablar de la pareja! En los vínculos familiares nos separan 30 años de distancia y eso es un montón de tiempo entre medio. Cada uno con su imaginario, con su conjunto de asociaciones, con su cultura popular... no es el mismo el cine que vio y la música que escuchó mi padre que la televisión que yo vi y la música que escuché. Lo mismo me sucede con mi hijo. Es fascinante encontrar y cruzar esos mundos, ver los dibujos animados que ve tu hijo. Si uno piensa la textura que tiene tu propia infancia, lo lejos que está, esa es la distancia que existe con el padre o la madre. 'Salvatierra', la novela, es un intento de acercar esas dos generaciones, de tender un puente. Parece por un momento que llega a entender al padre, a encontrarlo, pero el padre sigue siendo un misterio.
-¿Le ha pasado a usted con la pandemia como a Juan Salvatierra y se ha quedado mudo ante una situación tan terrible?
-Un poco sí. Es un gran guionista el que está inventando todo esto. Es una sucesión de historias macabras, súper macabras, y a toda velocidad. Pienso en imágenes como ese crucero que iba a la deriva y que no dejaban atracar porque estaba lleno de enfermos de la Covid. Parecía una novela de Ballard. Esos camiones frigoríficos para guardar muertos en Nueva York, esas avenidas vacías colonizadas por animales... imágenes distópicas y apocalípticas de una época difícil para inventar historias. Suceden historias muy impresionantes a toda velocidad. Es una época para anotar, escribir y tratar de armar un relato de todo esto, pero sin duda la realidad te va a pasar el trapo, como decimos en Argentina. Pasar el trapo es que nos va a ganar la capacidad inventiva.
-Escribir en estas circunstancias es difícil, si no se quiere caer en esa oscuridad e incertidumbre que nos invade desde marzo de 2020.
-Se están reconfigurando cosas que no sabemos hacia dónde van. En el trato humano, el simple hecho de que el saludo haya cambiado, implica mucha energía. Veremos cómo salimos de esto, cuando la mayoría de la gente esté vacunada. No sé lo que tardará en llegar, si un año o cuánto. Van a existir cosas que no serán iguales. Lo que me preocupa es que ya se haya roto algo dentro de la gente. La capacidad de vínculo, de abrazarse... me da miedo que se haya roto y es difícil de reparar. Me asusta que la gente no vuelva a invitar a alguien a su casa. Algo se quebró. Será más difícil que un grupo de amigos vuelva a reunirse en una habitación pequeña. O no. ¿Igual el ser humano es tan gregario, se tienen tanta ganas de la amistad, amor y sexo que seguiremos para adelante, contagiándonos e intercambiando fluidos y respiraciones?
-España y aquí, en Canarias, son de los pocos lugares del mundo donde se ha mantenido una actividad cultural, con restricciones, y la población lo ha agradecido muchísimo. Por eso los responsables de los espacios escénicos y musicales atisban un regreso en masa del público cuando se consiga la inmunidad de rebaño. ¿Espera que así sea en todos sitios?
-Tengo alguna duda, pero viendo la historia, después de las grandes pestes había grandes orgías. ¡Ojalá, estoy entusiasmado! (Risas).
-Tiene ganas de fiesta.
-Sí, soy un hombre casado y lo haré en un tono muy moderado (risas). ¿Has visto el vídeo de Tangana, donde están los amigos en una mesa? Tengo muchas ganas de eso, de una sobremesa cantando con amigos, tocando la guitarra y bebiendo unas copitas. Lo extraño muchísimo. Ojalá pronto podamos estar cara a cara, podamos volver a viajar. Conocer Canarias...
-¿No ha visitado las islas?
-No. Me intriga muchísimo. Esa cercanía con el África. ¿Qué es eso?
-¿Cómo está la situación de la pandemia en Argentina, sobre todo ahora que está empezando ahí el invierno?
-Estoy en Montevideo desde noviembre. Acá hay muchísimo temor. Mi niña hace escuela por Zoom. En Buenos Aires acaban de cerrar las escuelas y hay mucho conflicto con eso. Se reconfiguran las reglas todas las semanas. Eso es bastante inquietante. Hay mucho temor y desinformación, un desencuentro sobre cuál es la verdad. Lo único que nos va a salvar es que se vacune mucha gente y así se abra todo. Me preocupa el avance de ese estado que te quiere cuidar y a la vez te controla. Ese Gran Hermano controlador me da miedo. ¿Cuánto cedés de tu libertad individual y tu privacidad en favor de este gran bien de cuidarse por la pandemia? Es una gran pregunta. Me aterrorizan las dos cosas. La idea de las muchas muertes y la del híper control, un estado que sabe y controla absolutamente todos tus movimientos. Tener que pedir permiso para desplazarte es aterrador.
-Que se hayan recuperado los toques de queda era impensable hace año y medio.
-Hay un verso de Fabián Casas, que dice: «Hay toque de queda pero no queda nada».
-¿En breve tendremos nueva novela suya?
-No. Estoy coqueteando con la música. Quedó interrumpida la grabación de las canciones por la pandemia. Quedó una grabada, que se llama 'La Tormentosa' y está en Spotify. Estoy escribiendo cositas. Las llamo así, como Paco de Lucía hablaba de 'Cositas buenas'. A veces se transforman en libros, pero me gusta trabajar en un lugar como de juegos. No estoy parado en el pedestal de hacer una obra maestra. Hago cosas que son textos que a lo mejor crecen a novela. Los mantengo en secreto, si no se les va el gas. Se me van las ganas de hacerlo cuando pierdo ese hermetismo. Me siento muy vulnerable en esa etapa. Cierro el ordenador con cuidado, que nadie me hable al hombro cuando escribo, cambio de ventana para que nadie lo vea. Siempre estoy 'cocinando'.
-No debe ser fácil publicar un nuevo libro tras el éxito de 'La uruguaya'.
-Eso ya me pasó con 'Una noche con Sabrina Love'. Éxito, novela, película y una parte de mí aprendió a salir de ese listón tan alto. Es lo que llamé en otro libro 'Maniobras de evasión'. Escaparme a otro género, la poesía... la música tiene que ser eso. Por eso ahora hago canciones y me ayuda a tener cintura para moverme por distintos géneros. Me ayuda a seguir creando sin la presión y autoexigencia de decir: ahora otra 'La uruguaya'. Eso te puede enmudecer, amordazar...
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