
Crítica de 'Explanation for Everything'
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Crítica de 'Explanation for Everything'
La escarapelaLa escarapela con los colores de la bandera nacional era hasta comienzos del siglo XXI un símbolo para celebrar la unidad nacional. Los húngaros se la colocaban en la solapa para conmemorar la independencia del país frente al Imperio Austrohúngaro. Pero el joven cineasta Gábor Reisz reconoce que esta especie de pin tiene un nuevo significado desde el año 2002, cuando accedió al poder la extrema derecha. Ahora, asegura, es un símbolo más de la polarización existente en su país natal, un arma arrojadiza entre la derecha y la izquierda.
La escarapela nacional es un punto esencial en su largometraje 'Explanation for Everything' (Una explicación para todo), que se proyecta dentro de la Sección Oficial de la 23ª edición del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria y que ha dejado muy buen sabor de boca durante el pase matinal de este viernes para el público y la prensa.
Abel afronta el examen de graduación del bachillerato. Tiene que superar el examen oral de Historia ante un tribunal compuesto por tres profesores. Uno de ellos es Jakab, que durante ese curso tuvo un enfrentamiento verbal con su padre. Este docente es progresista y su padre es ultraconservador y nacionalista. Al cóctel se suma que la compañera de clase que le gusta a Abel está enamorada de ese profesor. La escarapela es la chispa del conflicto, que no vamos a desvelar aquí.
Lo cierto es que el filme tiene dos caras. Arranca como un fresco social. Un relato sobre la adolescencia y la convivencia familiar. El joven protagonista y sus amigos saben que ese examen, que suelen aprobar todos los húngaros, por lo que cuenta el filme, es clave para su futuro.
La otra vertiente emerge tras el examen de marras. El ritmo se acelera, los tintes políticos afloran y la calma da lugar casi a un 'thriller', que Reisz también resuelve con mucha solvencia.
Su director, durante la rueda de prensa posterior al pase matinal, apuntó que el filme está repleto de guiños muy húngaros que, evidentemente, se le escapan al resto de espectadores. A pesar de ello, está muy bien narrado y filmado, contando además la escasez de medios con la que se rodó, tal y como apuntó Gábor Reisz. La casa de sus padres, las de sus amigos le sirvieron como plató. Por una cuestión presupuestaria no utilizó luz artificial y los actores, que están estupendos, por cierto, no iban maquillados. Difícilmente alguien se percatará mientras digiere la película en la sala de proyección, lo que demuestra que estamos ante un cineasta con un presente y un futuro más que relevante. A eso se suma la inteligencia con la que retrata la polarización de su país. Extrapolable a todo el mundo, España incluida, por supuesto.
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