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Carlos Díaz-Bertrana
Santa Cruz de Tenerife
Martes, 26 de diciembre 2023, 01:00
Dentro de los actos conmemorativos del 20 Aniversario de la apertura del Centro de Arte Juan Ismael, la exposición 'Óscar Domínguez y Juan Ismael, surrealistas' ofrece una lectura transversal de sus poéticas; a través de una selección de obras destacadas de las más importantes etapas de los dos artistas. Contemporáneos que comparten su afinidad existencial por el surrealismo desde una dispar actitud vital: lírica, poética y evanescente la de Juan Ismael. Trágica, simbólica y expresionista la de Óscar Domínguez.
El surrealismo es una actitud ante la vida y el arte que no se confina en el tiempo. Hubo artistas antes de que existiera con ese nombre y los habrá en el futuro. El surrealismo no es una normativa formal, ni fue una ideología (es difícil definir así a una poética onírica) sino un instrumento para profundizar en la creatividad y en el interior del ser. En busca de lo maravilloso y el asombro, los surrealistas sondean la poética de las imágenes del inconsciente con humor e ironía, aman las metamorfosis y el deseo. Sienten pasión por el juego, la sexualidad, las asociaciones absurdas y el amor. Crean objetos poéticos de belleza convulsiva. Son utópicos, aspiran a cambiar el hombre y el mundo. En esto no hubo éxito, lo que comenzó en una perturbación inaudita devino integración.
El surrealismo como movimiento artístico ya no existe, pero sigue activo. Lo vemos en las imágenes de la publicidad, el diseño y la moda. Ha entrado en el vocabulario común y se usa como adjetivo para definir a una persona, una historia, una situación, o un paisaje. Lo asociamos con lo extraño, con lo que se asemeja a las imágenes de nuestros sueños.
Óscar Domínguez y Juan Ismael compartían sueños e incertidumbres, pero sólo se vieron una vez, en el Tenerife de 1928. De sensibilidad dispar, el espíritu de las vanguardias los hace cómplices. Juan Ismael es sutil y poético, Óscar Domínguez, insolente y trágico. El primero reclama cobijo y protección, es el eterno huésped que no encuentra acomodo en la sociedad.
Domínguez la declara hostil y la combate, es un peligro, también para sí mismo.
Óscar Domínguez fue el primer pintor canario del que tuvo noticias la historia del arte. Apuró su infancia en las playas de arena negra de Tacoronte. En Guayonje su padre tenía un castillo almenado y cultivos de plátano que vendía en París. Ciudad a la que llegó para trabajar en el negocio familiar con indolencia tenaz y en la que discurrirá casi toda su vida: Al principio como militante del movimiento surrealista y luego deslumbrado por la incandescencia de Picasso, al que considera el genio de la edad atómica.
En 1934 'inventa' la decalcomanía, sueños de tinta, con los objetos y la etapa cósmica, su aportación más importante al surrealismo. En su obra principal, la que va de 1933 a 1940, está muy presente la memoria del paisaje volcánico de Canarias y los recuerdos de la infancia. Las playas de arena negra y los estratos de rocas basálticas de la costa de Tacoronte, el piano de la casa familiar, las mariposas que coleccionaba su padre, los saltamontes, caracoles dragos, cardones, barcas de pesca, los porrones... En esa época ya aparece su imagen totémica y biográfica, el toro. En los últimos años de su vida, la acromegalia, una enfermedad tumescente, apresuró su destino. Se suicida en la noche del 31 de diciembre 1957. Pensaba que los egipcios y los aztecas habían construido las pirámides para sodomizar al sol. Eduardo Westerdahl dijo que tenía rostro de medalla y Patrick Waldberg destacaba su prodigiosa avidez de ser y su indignación por no tener verdaderas alas para escapar de un mundo regido por la razón.
En la vida diaria la palabra surrealista se aplica a una persona o situación extravagante y el tono con que se usa es irónico. Como lo es que que, durante muchos años, no hubo certeza sobre el lugar y fecha de nacimiento de Juan Ismael: nunca precisó sus orígenes, quizá porque les daba menos valor que a los misterios, a los juegos y al humor. Manjares surrealistas que abundan en su poesía y pintura, las dos artes a las que consagró una vida de cuya necrológica sí hay certidumbre. Sucedió en Las Palmas de Gran Canaria y era agosto de 1981.
Juan Ismael encarna el prototipo del artista surreal. Poeta, pintor y fotógrafo de exquisita sensibilidad, concilia la vegetación y el paisaje insular con el ensueño surrealista, el cuerpo femenino con el deseo y la plasticidad con la lírica. Fue un hombre inadaptable a la realidad que encontró su lugar en el mundo onírico. Entre las sugerencias que le ayudaron a perfilar su poética se citan a Dalí, Max Ernst e Yves Tanguy. No tuvo discípulos, el surrealismo, al ser más una actitud vital que una estética formalista, no los admite.
Salvo en los delicados paisajes que pintó en el amanecer de su poética y en un breve episodio informalista que transitó en los años sesenta, el pensamiento surreal anega su pintura. Sin embargo jamás fue un ilustrador de sueños, lo que Juan Ismael creaba eran imágenes atemporales y misteriosas, las de un universo improbable en el que la realidad y lo imaginario serían simultáneos. Estaba persuadido de que «lo que está dentro del marco debe representar a un ser especial, como un aparecido del pasado o del futuro, como si latiera en él el pulso de otro mundo, de un planeta con una luz que no sabemos dónde nace».
Ese afán lo encarna en caballos verdes de lomo florido, en una mujer que también es guitarra, en caballetes abandonados en tierras áridas, en un barco tripulado por flores y en otras imágenes del asombro que podemos ver en esta exposición.
Distante de la sofisticación freudiana, del delirio y de la entrega al azar de la mayoría de los surrealistas, Juan Ismael construye una obra de intensa resonancia espiritual, unas imágenes que no veremos en nuestros sueños y con las que nos gustaría soñar. No desvelan misterios, los hacen verosímiles.
Con el alma a la intemperie, atónito ante la realidad y con el pisar leve de la buena gente, Juan Ismael anduvo por Canarias, la España peninsular y Venezuela. Su imaginación, sin el confín de la geografía, frecuentaba el París surreal. De algún modo esa fue su ciudad.
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