Secciones
Servicios
Destacamos
Oskar Ortiz de Guinea y Álex Sánchez
Domingo, 15 de diciembre 2024, 00:21
Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
En la pequeña localidad navarra de Legasa, a medio camino entre Donostia y Pamplona, nada sucede sin que se entere el vecino. Apenas son 250 habitantes, y «todos nos conocemos». Por eso prefieren callar cuando aún hoy se les pregunta por Iñaki Indart Ariztegui. Hace ahora diez años que su cuerpo fue encontrado sin vida y con signos de violencia en la sima de Legarrea, en la cercana localidad de Gaztelu. Hacía más de seis años que no se sabía de él, desde que con 24 años se le perdiera la pista a la entrada de Legasa tras un incidente de tráfico.
Su padre, José Antonio, un conocido ganadero del pueblo, fue el principal sospechoso de su muerte. La tesis acusatoria era que el progenitor se enfadó tanto con su hijo por conducir ebrio y además saltarse un control policial, que le propinó una fuerte paliza pero se le fue la mano y acabó arrojando el cuerpo a una cavidad de difícil acceso. El hombre, sin embargo, fue exculpado por falta de indicios que lo incriminaran. «No ha habido, ni hay, ni tampoco habrá ninguna prueba que demuestre que yo matara a mi hijo Iñaki», declaró en sede judicial.
Y cada vecino de esta zona del valle de Bertiz guarda una sentencia en su conciencia. «En el pueblo cada uno tenemos nuestra opinión, unos a favor del padre y otros, en contra. Es una muerte que quedó sin esclarecer, pero de la que ya no se habla. Es como un tema tabú», aseguran dos vecinos de Legasa. Ambos hombres peinaron barrancos, acequias y bosques en busca de Iñaki hace 16 años. Ambos ruegan respetar su anonimato. Y sus dudas. «Aquí nos conocemos todos y a Indart siempre se le ha tenido respeto, incluso miedo en el pueblo. Tiene mucho carácter, incluso es agresivo». De hecho, en 2018 aceptó en la Audiencia de Gipuzkoa una condena de dos años de prisión por propinar varios puñetazos en la boca a otra persona que sufrió la pérdida de dos dientes en Donostia.
La familia Indart es muy conocida en la zona, donde históricamente ha estado vinculada al contrabando de tabaco y a la ganadería caballar y vacuna, amasando premios en infinidad de ferias. «Ahora Indart ya tiene una edad (80), pero todos los días se le ve para arriba y para abajo con el todoterreno, sigue yendo a la finca –conocida por sus dimensiones como 'Falcon Crest'–, donde tiene varios trabajadores», rematan estos vecinos de Legasa aún con la sensación de que «en su día no se investigó lo suficiente la muerte de Iñaki. ¿Por qué alguien lo iba a matar y ocultar su cuerpo?».
Los vecinos tampoco olvidan que «Iñaki temía a su padre. Dos años antes inventó un secuestro para no enfrentarse a él». Se refieren a cuando Iñaki estuvo casi tres días desaparecido en marzo de 2006. Cuando apareció, en un barrio de Orokieta, dijo que la madrugada del domingo 26, cuando volvía con el todoterreno Mercedes de su padre tras una noche de juerga, unos encapuchados se cruzaron delante suyo, le obligaron a bajarse de su vehículo, le ataron pies y manos y le metieron en el maletero, antes de dejar caer el coche por un terraplén con él dentro. La Guardia Civil concluyó que esta versión era inverosímil.
De acuerdo con el relato que el juez titular del juzgado de instrucción número 4 de Pamplona redactó en octubre de 2015, el 8 de marzo de 2008, Iñaki Indart cenó con sus amigos en Doneztebe.
Sobre las 3.00 de la madrugada decidió volver a casa porque al día siguiente estaba citado como vocal suplente en una mesa electoral de Narbarte. Apenas debía conducir tres o cuatro kilómetros, pero en el camino se encontró con un control de la Policía Foral. Iñaki trató de darse a la fuga. En su huida, reventó dos neumáticos y llegó a circular sobre las llantas hasta que la patrulla logró darle el alto, a la altura de Oronoz Mugaire, donde también fue identificado por una patrulla de la Guardia Civil. Dio positivo en el test de etilometría, y a las 5.05 horas fue denunciado administrativamente porque aparentemente no ofrecía muestras de embriaguez.
Dados los daños que presentaba el vehículo, fue retirado por una grúa. A las 6.06, Iñaki pidió por teléfono un taxi que lo llevara a casa, pero el servicio no era posible. Finalmente, a las 6.15 horas, los policías forales lo acercaron hasta la entrada de Legasa, a 1.400 metros de su casa. Una panadera lo vio en el pueblo, donde se le pierde la pista.
Hasta el 23 de diciembre de 2014, cuando su cadáver es localizado de casualidad en Legarrea, a unos 3,5 kilómetros de Legasa pero en terrenos de Gaztelu. Lo descubrieron unos espeleólogos del grupo Satorrak, que se adentraron en la estrecha cavidad de 45 metros de profundidad, en busca de la familia Sagardia, una mujer embarazada y seis hijos que fueron arrojados ahí tras el golpe de 1936. En lugar de sus restos –rescatados al fin en 2016–, se toparon con el cuerpo de Iñaki, que fue rescatado el día 26. La autopsia reveló que su muerte fue violenta, «compatible con etiología médico-legal homicida». Presentaba dos tipos de heridas: unas propias de una paliza –con varias fracturas en el rostro– y otras derivadas de la caída al vacío... estando inconsciente pero aún con vida.
Según el auto judicial, aquella mañana del 9 de marzo de 2008, de camino a casa Iñaki se cruzó con su padre, quien enfadado al conocer el incidente con el vehículo y la policía «le golpeó en varias ocasiones en la cabeza», lo que le originó «graves lesiones». Para evitar ser descubierto, le llevó inconsciente en su todoterreno a la sima de Legarrea y le arrojó al fondo. Probablemente precisara ayuda de un tercero.
El juez vio «indicios claros» que vincularían con la muerte de Iñaki a su progenitor, que en junio de 2015 fue detenido como principal sospechoso del homicidio: un testigo protegido aseguró haberlo visto cerca de la sima la mañana de autos y, además, el magistrado entendió que contrató los servicios de un detective más para despistar y generar pistas falsas sobre la muerte de su hijo que para aclararla.
También fueron arrestados dos varones que trabajaban para él en la explotación ganadera que tenía –y tiene– y a los que se achacó la creación de coartadas, así como un guardia civil destinado en Etxalar, que fue acusado de encubridor y de entorpecer la investigación. Según concluyó el juez durante la instrucción, este agente, amigo del popular ganadero, consultó en los archivos policiales datos personales y matrículas de los miembros de la Policía Foral que llevaron a cabo la investigación, en la que no colaboró. Nadie entró en prisión.
El proceso judicial sufrió un giro de guion en otoño de 2015. A la semana de que el juez instructor viera «indicios racionales claros» de que Iñaki había fallecido a consecuencia de los golpes propinados por su padre, el Ministerio Público solicitó el sobreseimiento del caso por no apreciar indicios contra el progenitor.
La retirada del fiscal generó sorpresa. Si no se cerró la causa fue porque una tía de Iñaki, viuda de un hermano de José Antonio que residía en una casa a escasos metros de 'Falcon Crest', se presentó como acusación particular. Esta mujer estaba muy unida al joven fallecido y se personó contra su cuñado, lo que permitió al juez instructor llevar el caso hasta la Audiencia Provincial de Navarra.
Y aquí se paró, cuando el tribunal de la Sección Primera exculpó al procesado por falta de pruebas. Los magistrados entendieron que el padre bien pudo hallarse «muy enfadado», incluso que golpease a su hijo violentamente, lo trasladase hasta la sima y lo arrojara en su interior, pero ni siquiera «nadie» los vio juntos aquella mañana y, por tanto, no había «base de suficiente solidez» como para mantener la acusación. Fue un varapalo para el juez, la Policía Foral y la tía de Iñaki. Y un alivio para la familia Indart.
¿Ya estás registrado/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
José A. González, Sara I. Belled, Álex Sánchez y Encarni Hinojosa
José Antonio Guerrero | Madrid y Leticia Aróstegui
Juan Cano | Málaga y Lidia Carvajal
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.