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Un canario en Oxford

Un canario en Oxford

Eduardo Benítez- Inglott y Ballesteros (Las Palmas de Gran Canaria, 1996) lleva casi seis años en dos de los centros más exigentes del mundo: primero en el King’s College de Londres, y desde 2017, en la Universidad de Oxford. Desde la exigencia universitaria revisa la Historia para mejorar el mundo.

Domingo, 29 de diciembre 2019, 11:00

En el año 1313, el Concilio de Zamora dio un paso decisivo para legitimar las exclusiones y prohibiciones contra los judíos: obligó a no hacer amistad, no conversar ni comer con ellos carne ni vino. Si durante los dos siglos anteriores se había vivido una etapa de paz relativa entre las tres grandes religiones en la península ibérica, desde comienzos del siglo XIV se entra en una dinámica de enfrentamiento que desencadena un largo periodo de guerras, alimentadas y generadoras de conflictos económicos y sociales. Lo ocurrido en esa época al sur de los Pirineos tiene enormes similitudes con lo que entonces sucedía en la Gran Bretaña; una dinámica excluyente de los judíos, primero, y de todo el que no simpatizaba con el régimen de turno después.

A definir y comparar esas dinámicas reunidas bajo el mando de tribunales inquisitoriales en la Inglaterra y Castilla y León medievales dedica sus esfuerzos Eduardo Benítez-Inglott y Ballesteros, el único canario que cursa actualmente estudios de Doctorado en la exigente Universidad de Oxford, en una investigación interdisciplinar supervisada por el hispanista John H. Edwards. Aunque la referencia histórica parezca lejana, la investigación en curso tiene una profunda carga de actualidad y aborda dilemas políticos y sociales que aún están pendientes de superación en las sociedades contemporáneas.

Al explicar estas conexiones es cuando Eduardo se desborda; la pasión con la que describe las repercusiones de su trabajo para el mundo en que le ha tocado vivir devuelve la esperanza en la juventud.

Comportamientos

«La herejía no fue sólo una cuestión de Estado. A partir de sus normas se generó una dinámica que llevaba a muchos individuos a participar con entusiasmo del régimen creado, convirtiéndose en una reafirmación local de las persecuciones y de las normas. Se modeló en la mente de los individuos un cliché que les permitía denunciar cualquier comportamiento que pareciera fuera de ese orden, y con ello, aumentaba su capacidad de prosperar en su comunidad», explica.

«Estudiar este fenómeno nos ayuda a luchar contra la discriminación social o religiosa, a prevenir los comportamientos racistas, porque lo que ocurrió durante la Inquisición fue un fenómeno que se moldea con el paso del tiempo, genera una estructura y una actitud que convierte en normal el desprecio y la persecución al diferente». Esto tiene enormes paralelismos con el presente, recalca. «La norma establece quién es hereje y quién no, así ocurrió en la Alemania nazi, y más recientemente en Estados Unidos con las medidas contra las islamistas, o está pasando en Europa con los inmigrantes».

En agosto de 2017, al recibir las licenciaturas en Historia y Teología. En su hombro izquierdo, distintivo que acredita a Eduardo Benítez-Inglott como apto para ser miembro asociado del King’s College.

Por eso se esfuerza Eduardo Benítez-Inglott en aclarar que su trabajo está lejos de convertirle en una pieza de biblioteca, pese a las muchas horas que dedica a la lectura y a la búsqueda de documentación, que le obligan a manejar con fluidez el latín como idioma, además del castellano y el inglés antiguos.

Similitudes

«Mi vocación no es la de vivir encerrado en bibliotecas, sino contribuir a mejorar el bienestar actual, aportar elementos que permitan la protección de las minorías», explica. Para ello, define el objetivo de su investigación: «En el fondo, se trata de descubrir cómo funcionaba la mente de un inquisidor en aquellos tiempos», porque eso ayudará a detectar las similitudes con los fenómenos actuales. Esa perspectiva le sitúa más cerca de la Antropología que de la Historiografía, en un trabajo que se desenvuelve ineludiblemente entre ambas disciplinas. «La ciencia de hoy tiene que ser interdisciplinar, y este es uno de los empeños que más he aprendido en Oxford, no podemos limitar la búsqueda científica a un solo campo, y mucho menos al abordar dinámicas sociales», precisa.

El trabajo final debe reunir en torno a 100.000 palabras (cien mil) palabras las conclusiones que resulten novedosas para la comunidad científica, lo que no parece una dificultad mayor para este grancanario. El hallazgo de las enormes similitudes del fenómeno de la Inquisición, tan actual en ambos países, le suministra el entusiasmo.

Acto de matriculación en la Universidad de Oxford, un ritual centenario obligatorio donde se decide si se acepta al alumno. El discurso de la vicecanciller y el compromiso se realizan en latín.

De Harry Potter al dolor de las cebollas

La vida universitaria tiene sus rigores y también sus compesaciones en un centro que acumula más de 800 años de tradiciones. La modernización de algunas costumbres mundanas ha llegado a la Universidad de Oxford, y al pueblo que la acoge, de la mano del fenómeno Harry Potter, que ha convertido la zona en un centro turístico propio de la sociedad de consumo.

La actividad académica no se resiente por esos fenómenos de masas. La Universidad mantiene tradiciones que obligan, por ejemplo, a manejar con fluidez el latín, habida cuenta de que ceremonias fundamentales como la aceptación del alumnado aspirante a los cursos ofertados se celebran íntegramente en esa lengua, o el juramento para usar la biblioteca.

La actividad científica cuida el carácter interdisciplinar de las investigaciones. La cantidad de espacios donde confrontar y conocer las actividades de otras ramas científicas permite a cualquier estudiante estar al corriente de las últimas tendencias. Eduardo Benítez-Inglott señala los trabajos de astronomía que investigan la llamada materia oscura como un espacio para dialogar sobre los límites del Universo, o los trabajos muy recientes en biología que analizan el comportamiento de las plantas, al consideralas como seres vivos. En este contexto alude a estudios sobre el sufrimiento de las cebollas, y sus reacciones defensivas capaces de hacer llorar a los humanos cuando las pelan.

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