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El carnaval de Las Palmas de Gran Canaria se enlutó este domingo para enterrar la sardina y despedir una nueva edición de la fiesta. Pero también lo hizo para despedir a uno de los suyos, Juan Manuel Rosales Navarro, integrante de la comisión de Letras de Los Chancletas, casa que defendió durante 18 años, y fundador a principios de la década de 1980 de la breve y divertida murga Los Desperdicios, que nació en Las Rehoyas y que lideró junto a su hermano Tito Rosales, leyenda murguera.
La sorna constante de Rosales se apagó tras no superar las complicaciones derivadas de un ictus que sufrió el pasado mes de enero. Fueron días difíciles para Los Chancletas, que lograron el segundo premio de interpretación en febrero en el concurso de murgas de Las Palmas de Gran Canaria con su figura presente de forma simbólica en unas pulseras anudadas en sus muñecas.
Como si hubiera querido resistir hasta el último día de la fiesta, el óbito de Rosales desató una reacción en cadena del mundo murguero que quiso arropar a Los Chancletas a través de comunicados en las redes con una mención especial a su hermano Tito, que el sábado había estado acompañando a su murga en el escenario del encuentro regional de Candelaria.
Rosales aportaba su humor de vieja escuela a la comisión de Letras. Defensor de la ironía y el doble sentido, defendía sus ideas y les daba continuidad en interminables noches que no era raro que vieran llegar el amanecer en el muro frente al local de la murga en el Manuel Lois. Y es que Los Chancletas fueron parte de su genética personal. Allí estaba su familia, sus hermanos Tito y Emilio, su hermana Marta, su sobrino Nauzet...
Además de su faceta vinculada al carnaval, también fue futbolista regional en escuadras relevantes de finales de los setenta como aquel Polonia que entrenara Lobera. Su buen toque se trasladó a infinidad de canchas de fútbol sala en los años posteriores.
En cualquier conversación de fútbol, donde en muchas ocasiones le cegaba su pasión por la Unión Deportiva y el Barcelona, recordaba siempre a su ídolo de todos los tiempos: Germán Dévora. Todo eso derivaba en interminables y divertidas trifulcas por WhatsApp en los diversos grupos en los que estaba. Como aquellos que durante la pandemia vivieron gracias a él, que desde su casa en Las Rehoyas, no paraba de proponer conversaciones y debates sobre fútbol, música (especialmente la de las ochenta, que pinchó en discotecas de la ciudad) y, por supuesto, de murgas.
Una anécdota personal para el final: En diciembre tuvimos nuestra última conversación y hablamos de cumplir años y la venganza del tiempo en nuestros tiempos: «Pero nada, a vivir, que la vida son tres días y uno es de carnaval», me dijo.
Hasta siempre, Nemia.
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