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El cencerro anuncia que el macho anda suelto
La Aldea de San Nicolás ·
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La Aldea de San Nicolás ·
Niños y jóvenes vestidos de cabras y machos a modo de ganado recrearán este martes el carnaval tradicional, un ritual ancestralSe nota que Alejandro lo lleva en la sangre, y eso que su familia no tuvo una relación activa con el carnaval tradicional de La Aldea de San Nicolás. Empezó como espectador, pero ahora lo vive desde dentro. «A mí esto me da sentimiento. Después de haber venido 15 años seguidos, todavía vengo con el gusanillo ese de: 'es hoy', 'ya es hoy'».
Ahora sale de macho, ataviado con un vestido hecho con piel de este animal y una cabeza que en realidad es un casco de moto cubierto con cuero de cabra y dotado de cuernos. El suyo es uno de los personajes clave del ganado humano que corre las calles del pueblo cada martes de carnaval y que hunde sus raíces, que esté al menos constatado, en La Aldea de entre finales del siglo XIX y principios del XX. ¿Su travesura? Asustar y tiznar a quien se les cruce en su camino.
Alejandro Suárez Rodríguez, de Tocodomán, se involucró «desde chico» con esta tradición, rescatada a principios de los años 90 del siglo XX por el Proyecto Comunitario de La Aldea. A Alejandro le gustaba, pese a que le daba cierto miedo. «Venía desde chiquitillo, me asustaba porque veía todo ese ganado corriendo, pero yo le decía a mi madre, yo me quiero vestir el año que viene, me quiero vestir, me quiero vestir...».
Y a fe que lo consiguió. Se arrancó en estas lides como cabrilla, como empiezan todos los niños que participan en este carnaval, y con los años ascendió a macho. Como él salen entre 5 o 10 (cabrillas hay bastantes más) y montan una soberana escandalera a ritmo de cencerros, el aviso sonoro de que el ganado anda suelto y que toca correr si uno no quiere acabar tiznado. Con ellos va otro personaje clave: el diablo. Hay uno solo, vestido con cuernos de vaca y un ropón, atado, además, con una cadena.
Y al mando de todos ellos, los pastores. Salen dos, al menos en los últimos años. Uno es Óliver Díaz González, de El Hoyo, con 44 años y al cuidado de ganados desde que tenía 22 o 23, tras un tiempo en la construcción. Sentado bajo un almácigo centenario e imponente, y mientras Caribe y Lola, dos activos border collie, le acechan sus, calcula, 270 cabras, advierte de un detalle: que él no se disfraza. Óliver hace de lo que es. «Mi función es hacer lo mismo que estoy haciendo ahora aquí», aunque apunta, medio en broma, medio en serio, que prefiere «pastorear cabras a pastorear humanos». Le hacen menos caso. «Hombre, son niños», aclara.
Todo ese grupo de jóvenes y niños vestidos de cabras y machos, junto al diablo, y tiznados de carbón vegetal, saldrán mañana del Museo de la Gañanía custodiados por los pastores y sus perros en torno a las seis de la tarde. Se acercarán, ordenados, sin salirse del camino, hasta el pueblo, donde a la altura del cine el pastor que irá delante, ataviado con el típico garrote, les dará rienda suelta para que corran, vía abajo, por la peatonalizada calle Real.
«Levanta el ganado, mete un silbo y venga, todo el mundo a correr para abajo», se explica Alejandro. A quienes cojan, los tiznarán. Sus preferidos son los que hacen por escaparse. «Al que se queda no le toco, pero al que se me echa a correr, intento trincarlo». Y lo dejará del color del carbón, con el que previamente él y el resto de machos y cabras se han manchado las manos. Usan para ello carbón vegetal. Lo muelen y con el polvillo que obtienen, pasado por agua, se tiznan todo lo que pueden. Esa será la huella que dejarán a su paso.
Este singular carnaval tradicional, similar al de los carneros de Tigaday, en El Hierro, corre hoy día brioso y saludable por las calles de La Aldea, pero estuvo décadas custodiado en la memoria de los más viejos del pueblo. Lo rescataron, precisamente, los que podrían ser los nietos de esos guardianes, el alumnado de dos maestros muy comprometidos con la cultura popular y que daban clase en el colegio Cuermeja, Lidia Sánchez y José Pedro Suárez.
«Todo empezó porque mi mujer y yo nos negábamos a celebrar el carnaval que hemos importado y que, además, suponía un gasto para las familias que muchas no tenían», explica José Pedro. En ese contexto apostaron por uno más tradicional, vinculado a las populares mascaritas, aquellas que se disfrazaban con lo que había en casa. Como actividad paralela y para prepararlo, en el marco del aula de etnografía del centro, los chiquillos entrevistaron en 1993 a los mayores con el objetivo de que aprendieran cómo se hacía.
«En varias de esas entrevistas, que grabábamos en vídeo, varias de las personas mayores recordaban cómo se preparaban para correr el carnaval y que los había que se disfrazaban con cabezas de cabra. Indagaron un poco más y descubrieron que Cayetano Sánchez y luego su hijo Juan Cayetano solían vestir a los niños de cabras y machos, con cencerros y pieles y que iban por las calles a modo de ganado con una persona mayor, que era el pastor. Entre los testigos de aquella tradición estaba Marcos Sánchez, padre de Lidia y suegro de José Pedro.
Pero es que les llegaron referencias de que en otro barrio, Los Espinos, José García hacía algo parecido, por lo que al final se dieron cuenta de que esta singular manifestación etnográfica no era el fruto de un hecho aislado, sino que se hacía en varios barrios. «Llegaron a haber dos ganados corriendo por el pueblo», apostilla José Pedro.
Aquel trabajo escolar motivó que se le dedicara un monográfico de las Jornadas de Patrimonio y Escuela, que a día de hoy se siguen celebrando. Participaron representantes de algunos de los carnavales tradicionales más conocidos de las islas, como los propios carneros de Tigaday o los diabletes de Teguise. Y con todo ese empuje se apostó finalmente por recuperar la tradición que se había perdido en algún momento de principios del siglo XX.
Ancor Suárez, hijo de Lidia y de José Pedro, ha cogido el testigo y preside la Fundación Canaria Proyecto Comunitario de La Aldea, que es la organización que sigue velando por preservar y transmitir a las nuevas generaciones un legado cultural que, por cierto, trasciende las fronteras de las islas. Suárez cuenta que tras una visita de una televisión de Marruecos que vino a grabar este carnaval a La Aldea en 2019 descubrieron que hay manifestaciones muy similares en pueblos marroquíes.
Es la fundación la que, por ejemplo, gestiona el museo vivo de la gañanía, donde tienen varios animales que atiende Óliver, y la que custodia y mantiene las pieles con las que mañana se vestirá la chiquillería. Mientras, un grupo de voluntarios hará tortillas de carnaval que luego repartirán entre la gente. Correrán entre 40 o 50 niños y jóvenes. Los más pequeños, de 2 o 3 años. Alejandro avisa. Su hija Leyla, una bebé casi recién nacida, se estrenará en 2026.
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