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Ni la cercana amenaza de lluvia, que ha estado rondando por La Aldea desde hace días, impidió la tarde de este martes que sus vecinos volviesen a escenificar una de las tradiciones más ancestrales de las carnestolendas de Gran Canaria.
Jóvenes, niños y varios veteranos, vestidos como cabras y machos, y acompañados por un diablo, corrieron el carnaval por la calle principal del casco, asustando y tiznando a todo el que pillaron, sobre todo a los que, incautos, pensaron que podrían escapar del empuje de este curioso ganado humano. El mayor, Máximo Millares, de 84 años, y la benjamina, Nora, de solo 15 meses, demostraron que esta tradición sella generaciones y tiene futuro.
Cuando los pastores les levantaron la veda (iban tres, Óliver Díaz, Carmelo Sánchez y Faustino Vega), se desató la fiebre y perseguidores y perseguidos se pusieron de acuerdo para mantener viva la llama de un ritual que estuvo décadas dormido en este pueblo y en la isla y que ha sido recuperado por el Proyecto Comunitario de La Aldea. Al menos cuenta con más de 100 años de historia.
Con ellos iban las mascaritas, un reducto nostálgico del carnaval popular de antaño, ajeno a las plumas, la pedrería o el maquillaje. La cita acabó, como es costumbre, en un encuentro de parrandas, que esta vez, por temor a la lluvia, organizó el Ayuntamiento de La Aldea en el centro de mayores. Trajo a las parrandas La Aldea y El Volumen.
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