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B. HERNÁNDEZ COBER
Viernes, 11 de diciembre 2020, 00:00
A Fátima le faltan pocos días para dar a luz. Llegó hace tres meses a Gran Canaria en patera y, aunque de momento está alojada en un centro, su objetivo es vivir con su marido, Mustafá, que está acogido en un hotel del sur de la isla. El alcanzó la costa dos meses después que su mujer. Asegura que se subió a una barcaza «por amor», para encontrase con ella. Ahora ambos se encuentran en el «difícil» proceso de «arreglar papeles».
Como ellos, una treintena de personas, la mayoría varones jóvenes, hacen cola cada día ante el Consulado de Marruecos en Las Palmas de Gran Canaria. La agilización de las devoluciones desde España ha provocado que sobre todo las personas que han llegado por mar en los últimos meses busquen tramitar cuanto antes su pasaporte, el documento que les podría abrir las puertas del continente europeo.
Pero tanto los que quieren quedarse en el archipiélago como los que aspiran a continuar su viaje se encuentran atrapados en la lenta burocracia. No pueden obtener el pasaporte si no están empadronados y «el ayuntamiento no nos empadrona sin pasaporte», explica Mohamed, marroquí que lleva años en Canarias y que ha venido acompañando a Samia, una joven que también está en cola para tramitar su documentación. La solución que están encontrando es que un notario acredite su residencia en las islas, una gestión que les cuesta 50 euros y que se ha convertido en una importante fuente de ingresos para algunas notarías. Ni uno ni otro documento regularizará su situación en España, pero les permitirá acceder a servicios municipales o coger un avión o un barco.
Para la mayoría, este proceso es demasiado largo y demasiado caro. A las trabas burocráticas se suman además las condiciones que ha impuesto la pandemia y las directrices establecidas tanto por el Ministerio de Sanidad como por las propias administraciones locales para evitar contagios. Todo ello ralentiza el papeleo y «el empadronamiento tarda hasta dos meses en algunos ayuntamientos», indica otra persona que también acude con su pareja a intentar avanzar con la tramitación del pasaporte.
A estos marroquíes que se encuentran ante el Consulado les preocupa la reactivación de las repatriaciones. Todo lo que han pasado hasta llegar aquí se ve compensado con expectativas, porque de momento, o siguen en los dispositivos de emergencia o acogidos por familiares o amigos y sin posibilidad de trabajar. Si son devueltos a Marruecos, la mayoría tiene claro que lo volverá a intentar . «La pregunta de si nos lo planteamos no cabe. Vamos a sufrir menos en el mar o en Arguineguín que allí». Como dice Aziz, «en Marruecos no tenemos nada. No podemos formar una familia porque nuestros hijos tampoco tendrán nada».
Otro de los jóvenes que espera su turno quiere papeles para continuar hasta Andalucía. Su objetivo es trabajar en la agricultura porque, reconocen, no tienen formación ni profesión. Es también el caso de Morad, que dejó Kelaa, cerca de Marrakech, para embarcarse en una patera en Dajla. «No había ningún control de seguridad», dice. Después de tres día de travesía llegó a las islas. Pasó del muelle de Arguineguín a un establecimiento hotelero y de ahí a la casa de un familiar, como apuntan casi todos los que hacen cola delante del consulado. Este joven tiene casi 19 años y pagó 2.000 euros por su «billete», dinero que consiguió con la ayuda de sus tíos y sin decírselo a sus padres. Ahora, cuando habla con ellos lo que le dicen es «trabaja». Su propósito es llegar a Almería y encontrar un empleo en el campo.
Mohamed, el marido de Fátima, también vino a hacerse el pasaporte. Lleva mes y medio intentándolo aunque ya están empadronados en casa de un amigo en Maspalomas. Aunque de momento están separados, cada uno en un recurso de acogida distinto, esperan poder trasladarse a un dispositivo de Cruz Roja para familias. De momento, va a visitarla «porque no estamos detenidos, estamos libres», señala.
Apunta que su mujer fue «muy valiente» al subir embarazada a una patera, pero «la necesidad» fue más fuerte que el miedo. Ella, dice, «conocía los riesgos» y aún así optó por el viaje. Frente a la opinión mayoritaria, Mustafá asegura que si lo deportan, se queda en Marruecos. «No vale la pena volver», dice. Por ahora, si consigue arreglar los papeles se quiere quedar en la isla y encontrar trabajo. Tampoco lo tenía en su país. «Allí se trabaja en lo que se puede y cuando se puede».
De momento siguen insistiendo para obtener documentos, aunque un grupo de estos marroquíes no está contento con la respuesta que obtienen en el Consulado. «Llevamos cuatro días viniendo». «Somos marroquíes pero no nos hacen caso», afirman.
Esperando en la cola hay también gente esperando para renovar el DNI o tramitar otros documentos. Y cada persona arrastra una historia que contar. Es Sami Elkourdi, que está en España desde hace 18 años y tiene nacionalidad española, lleva mucho tiempo intentando traer a su hija desde Marruecos. «Ella está sola. Su padre murió y no tiene familia allí». Su madre le manda cada mes 200 euros, cantidad que ha duplicado en los últimos meses con la esperanza de que los recibos de estos envíos de dinero aceleren los trámites. No ha sido así. Explica que envía los papeles a Rabat, y desde ahí van a Madrid, pero «siempre viene denegados, aunque hacemos todo legal». «No tenemos suerte», concluye.
de los inmigrantes llegados en los últimos meses a Canarias en patera proceden de Marruecos. Este porcentaje se queda en algo más de un 50% si se tiene en cuenta todos los que han llegado este año.
es el índice de marroquíes que han llegado por mar hasta las islas y que buscan asistencia ante el Consulado de su país.
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