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Faltaban unos días para el comienzo de la primavera y nuestros cuerpos todavía no se habían desprendido de los residuos carnavaleros. Tampoco nos había dado tiempo a limpiar nuestras ventanas, teñidas de un canelo sucio por la salvaje calima que acababa de atravesar el archipiélago. Vivíamos ajenos a las noticias que traían desde China, todavía restringidas a la sección de memes. Y, de repente, llegó la noche más oscura de estos tiempos.
El 20 de julio de 1969 dicen que el mundo se paró ante el televisor para ver la llegada del hombre a la luna. En España el fenómeno más parecido debió darse, con la radio, el 23 de febrero de 1981, cuando Tejero y sus cómplices intentaron dar un golpe de estado con asaltó al congreso incluido. En ese inventario de fechas debe incluirse el 14 de marzo de 2020, el anuncio de la primavera que nunca vivimos.
Aquella tarde el país se congeló. La ciudadanía se centró en el discurso de Pedro Sánchez, que iba confirmando todas las restricciones que se habían ido filtrando a los medios de comunicación a lo largo de la mañana y que dejaban de manifiesto que lo que días antes ya se anticipaba con el cierre de los centros escolares iba en serio.
Y la vida cambió con la misma velocidad con la que se acabó el papel higiénico en muchas grandes superficies, un hecho que se convirtió en el mejor ejemplo de la histeria y el miedo a lo desconocido de aquellos días.
De pronto la gente se vio encerrada en casa. Los medios digitales dispararon sus audiencias, con una sociedad desesperada por conocer cómo iba a seguir afectando el virus a sus rutinas. El viaje al supermercado se convirtió en el único salvoconducto para muchos y era allí donde más se notaba esa asepsia enguantada en plástico.
Fueron los días en los que nació la ensoñación de que seríamos mejores personas cuando pasara el virus. Nacieron gestos de una belleza comunal como el aplauso a los sanitarios, que cada tarde llenaba ventanas y balcones de vecinos. Muchos se pusieron rostro en ese tiempo, que pese a condenarnos al aislamiento parecía destinado a humanizarnos.
Esos días en los que perdimos la posibilidad de relacionarnos con una primavera que florecía más libre sin la agresión del tráfico y el ruido en las calles. Días de imágenes que hasta ese momento solo imaginábamos en la ciencia ficción. Aceras desiertas, vehículos que recorrían los barrios lanzando por altavoces el mensaje de que había que quedarse en casa, militares patrullando las calles.
Fernando Simón se convirtió en el personaje más popular del país y ahí fue cuando comenzaron a aparecer las de las dos españas de Machado. La polarización política se disparó con unos niveles de irritación tan altos que la gestión de la pandemia se convirtió en argumentario electoral y esa rabia es protagonista de unos tiempos en los que la gente no sabe si tiene más miedo a las secuelas físicas del virus o a su salvaje incidencia en los tejidos económicos.
Se pedía al ciudadano que estuviera a la altura. Cuando la clase gobernante se saturaba al mismo ritmo que las urgencias de los hospitales. «La pandemia es la prueba política ante lo inevitable y lo evitable, las posiciones negacionistas claudicaron, los gobiernos que no tienen plan siguen esperando a que escampe, mientras que los más exitosos han optado por una visión pragmática para adaptarse a la intermitencia que viene», subraya para este periódico el sociólogo y antropólogo David Veloso Larraz.
Esas conclusiones que están por venir solo se aclararán con la perspectiva del tiempo, aunque hay quien estima que las lecturas sobre el comportamiento social sí que serán positivas. Es el caso, por ejemplo, del historiador de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria Israel Campos, que interpreta que de este tiempo en el futuro se recordará como «la humanidad ha vuelto a ser consciente de su fragilidad, pero igualmente ha demostrado su enorme capacidad de adaptación a las adversidades».
Fueron momentos en los que se impuso la creatividad. Las eléctricas se hicieron de oro con el 'boom' de la repostería doméstica y consumimos plataformas audiovisuales a un ritmo tan alto que somos incapaces de recordar qué serie estábamos viendo hace un año.
Las casas se convirtieron en oficinas. Con el consumo a cuenta del trabajador. Toda la vida sucedía en una pantalla, con los docentes intentando armar el programa escolar a distancia y gobernando aulas numerosas desde el salón de sus hogares.
Incluso descubrimos a nuevos artistas, que estimulados por el enclaustramiento salieron a los balcones a cantar a viva voz o compartiendo su selección musical con su vecindario.
Las semanas del confinamiento se fueron superando con ingenio. Las ciudades fueron recobrando su pulso poco a poco. Evidentemente había ganas de retomar la vida normal, y se recurrió mucho a aquello de Pablo Milanés de 'yo pisaré las calles nuevamente'.
Por el camino se marchó la primavera y llegó el verano. Y así la gente fue recuperando el pulso pero cada vez con más consciencia de que falta bastante para hacer ' vida normal'. Buena muestra de ello es la mascarilla, complemento de moda esta temporada. Tras las dudas iniciales sobre su utilidad, y con la desorbitada inflación de sus precios las primeras semanas, se ha convertida en una prenda más de nuestro fondo de armario. Las hay de todo tipo, y van desde las clásicas quirúrgicas hasta las diseñadas por referentes de la moda.
Fueron meses en los que se navegó sobre la segunda ola. El tiempo en el que una sociedad, agotada de estar encerrada en casa, aprovechó el descenso de las restricciones para liberar lo que llevaba dentro.
Eso trajo nuevas restricciones, niveles de alerta que se acomodan a los datos epidemiológicos con el ritmo alocado de una montaña rusa. Una montaña de la que no solo no nos hemos bajado un año después sino que todavía continúa manejando nuestras emociones y nuestros días. «La ciudadanía apoyó al Gobierno en la difícil decisión del confinamiento total, pero, aunque la aprobación de los fondos comunitarios y la implementación del plan de vacunación hayan generado cierta esperanza, el descontento creciente muestra que la economía no espera», indica Veloso ante el escenario en el que nos situamos.
Porque la mayor certeza que tenemos 356 días después es la de que está todo por esclarecer. Aunque esta primavera la hayamos disfrutado más.
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