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No aguantan más. Llevan años respirando tierra, primero, de las machacadoras del barranco de Tirajana, y ahora, de las obras para la instalación de placas solares y aerogeneradores. Los vecinos de los barrios de entrada a San Bartolomé de Tirajana se plantan. Castillo del Romeral, Juan Grande, El Matorral, Las Salinas, Aldea Blanca, Kilómetro 40, Los Rodeos Bajo y Agadir anuncian movilizaciones. Ya están cansados. «Esto no puede ser. Aquí vivimos personas, pero parece que importa muchísimo más el negocio, el dinero, que la vida de la gente que vive aquí», se queja Ana Demetrio, secretaria de la asociación de vecinos Amurga-Juan Grande.
Para los vecinos de estos pagos no solo se ha convertido en tortura la convivencia con esas obras, que les tiene metidos en una casi permanente y molesta nube de polvo que llena de arena sus casas, sus coches y sus calles, sino que, además, temen seriamente por su salud, tanto física como mental.
Los colectivos han peleado lo indecible en los despachos, con escritos e instancias a todas las administraciones. No les queda una puerta a la que no hayan tocado, desde el Ayuntamiento al Cabildo o al Gobierno de Canarias y hasta el Diputado del Común, pero hasta ahora no han conseguido nada, de ahí que hayan decidido dar un salto cualitativo y pasar a la acción. Se echarán a la calle. Exigen medidas correctoras ya.
«Vivimos literalmente encerrados en nuestras casas por más que haga calor», se queja Demetrio. «No podemos abrir ni una ventana», insiste sobre una situación que se ha agravado «de forma alarmante en los últimos años». La arena les come. Hay veces que la zona, muy azotada por los vientos, queda sumida en una densa bruma, como si fuera una descomunal tormenta de arena que impide incluso que los barrios, a pocos metros de distancia entre sí, puedan verse entre ellos.
Las machacadoras les afectaban, pero estaban a más distancia. Llegaron a haber hasta cinco, pese a que, como advierte Demetrio, no tenían permiso para operar. Ahora solo queda una, aunque «también debería estar cerrada». Sin embargo, estas nuevas fábricas de polvo las tienen en la puerta de sus casas. De un tiempo a esta parte han sido testigos de cómo sus barrios se han visto literalmente rodeados por las obras para la instalación de gigantescos parques eólicos y huertas solares «sin que se tome ni una sola medida correctora».
A Gustavo Guedes, miembro de la plataforma Terreguero, constituida en 2017 contra las machacadoras, le preocupa especialmente que, a través de las llamadas partículas PPM, se les están metiendo en los pulmones tierras de este entorno que fueron sulfatadas durante décadas «con productos químicos altamente contaminantes y hasta cancerígenos para luchar contra los bichos que atacaban el tomate». Recuerda que muchos de aquellos tratamientos ahora están prohibidos, pero se quedaron impregnados en esta tierra. Los había tan dañinos que, según le han contado, llegaban a causar la muerte a algunos animales con solo olerlos.
A estas secuelas, las que sufrieron con años de machacadoras de áridos que han formado cúmulos de tierra que luego el viento dispersa, y a las que sufren ahora, con la implantación de las energías renovables, hay que sumarle también el humo de la central térmica de Juan Grande, cuyas partículas, añade también Ana Demetrio, acaban sedimentándose en estos suelos tan castigados.
«Basta preguntar en el centro de salud o en la farmacia para apreciar la enorme incidencia de EPOC, asma crónica o alergias que hay en estas poblaciones», advierte Guedes. Se pregunta si Instituciones Penitenciarias ha hecho alguna queja. «La cárcel de Juan Grande está en primera línea; para los presos ha de ser como si estuvieran en el infierno».
«Pedimos una transición ecológica, pero ecológica, no así. Cuando realicen movimientos de tierras, que la dejen acondicionada para que no moleste, apelmazada o cubierta con picón. No se puede remover toda la tierra y dejarla a la mano de Dios», insiste Gustavo Guedes. Casi no hay vecino que no disponga de un arsenal de vídeos que prueban cómo tractores y camiones cargan y descargan arena sin ni siquiera haberla regado antes.
Ana Demetrio tampoco cree que la mejor manera de propiciar la transición energética sea «montando macroparques de energías renovables en la única zona de cultivo que le queda a la isla, con graves afecciones al paisaje, a la fauna y a la flora del entorno». Sienten que viven en el cuarto de servicios de la isla, con el vertedero y las centrales de producción de energía. «Es como si todo esto no importara nada y nos estuvieran invitando a marcharnos. Hay necesidad de que hagamos algo; ya hay muchos vecinos con sus casas en venta. No aguantan más. Y se está devaluando el valor de las viviendas».
Insiste en que si dan el paso de movilizarse es porque acumulan años de infructuosas gestiones en los despachos. Hace ya dos años, en junio de 2021, pidieron por escrito a la Consejería de Turismo, Industria y Comercio del Gobierno de Canarias el traslado de todos los informes medioambientales y sanitarios existentes en relación con los parques eólicos y fotovoltaicos en su entorno. ¿Hubo respuesta? No. Y en aquel mismo mes los colectivos Amurga, Famara de Aldea Blanca, Las Salinas del Matorral y la plataforma Terreguero presentaron un escrito ante el Ayuntamiento, respaldado por 665 firmas, para exigir medidas correctoras. ¿Se ha hecho algo? Tampoco. Ahora cambian de estrategia. No les dejan otra salida.
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