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Santiago Sosa Henríquez comenzó con tan solo 9 años a trabajar en la herrería de su padre en El Carrizal de Ingenio. A sus 85 años, es en la actualidad el último herrero que queda de aquella época dorada de mediados del siglo pasado.
Por ese motivo, la 29º edición del Festival Internacional de Folclore de Ingenio ha querido rendir un homenaje a esta profesión, representada en la figura de Sosa. Y lo hace a través de una exposición en la que se pueden ver las principales herramientas que utilizaban, entre ellas una fragua y el yunque.
En la muestra, ubicada en el Centro Federico García Lorca de Ingenio, abierta de 18.00 a 20.00 horas hasta el 27 de julio, los visitantes pueden ver desde una mandarria (maza) de 8 kilogramos de peso que usaban para romper piedras o golpear el hierro, hasta herraduras de animales, pasando por diferentes tipos de hoces, hachas, martillos, limas, tenazas para sacar los hierros, el carbón que utilizaban para mantener el fuego y muchos otros utensilios.
Entre las principales labores que realizaban en la herrería, en los buenos tiempos, además de arados y herrajes, también hacían carretillas, barreños para los hornos de cal y herramientas de labranzas.
El herrero recuerda que su padre le quitó de la escuela para ponerse a trabajar con sus otros dos hermanos en esta herrería ubicada en el cruce de El Carrizal, en la que trabajaban ocho personas, y donde hoy queda solo un solar. Era una de las dos que existían en ese momento en este enclave y el trabajo era abundante.
Era una mina de oro y reconoce que, en ese momento, a mediados de los cuarenta, se ganaba dinero y no pasaban penurias económicas como sí sufría una gran parte de la población en el periodo de posguerra.
Sin embargo, la situación empezó a torcerse con la llegada de los tractores, a mediados de los cincuenta. La mecanización del trabajo rural no solo prescindió de mano de obra, sino que también se dejó de utilizar animales para tirar del arado, y con ellos sus principales fuentes de ingresos, las herraduras para los toros y la confección de esos arados.
Ya el dinero no entraba con tanta fluidez, por lo que pocos años después, tras su casamiento en 1964, decidió buscar fortuna en otros oficios y dejó la herrería en manos de su cuñado.
Así, trabajó en una finca, después en las obras -realizó los puentes de la pista entre el Aeropuerto y Tarajalillo- y más tarde de cocinero en el sur de la isla en el despegue turístico, aunque en su tiempo libre seguía realizando labores de herrería en un solar, que le generaba un dinero extra para mantener a su familia, conformada por siete hijos.
Sosa reconoce que era un trabajo duro y sacrificado, pero pese a que aún le entristece no haber podido estudiar, ya que apenas sabe leer y escribir, fue el más bonito de los oficios que tuvo y a su edad aún recuerda cada detalle.
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
Lucía Palacios | Madrid
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