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Logró el título de médico anestesiólogo en 1985 y durante décadas, en Cuba, salvó vidas en quirófanos y hasta veló por la salud del propio Fidel Castro (1926-2016) y de su familia. Desde que está en España, en cambio, las protege, aunque de otra manera, en la piscina de un complejo turístico. No dejó la profesión. Lo obligaron a aparcarla. La burocracia lo ha forzado a reciclarse como socorrista.
Pero José Manuel Martín Dieppa no se rinde. Sigue luchando para que alguien le reconozca su formación, como ya se hace con decenas de médicos cubanos, y le deje ejercer de aquello a lo que dedicó su vida. No ha logrado que le convaliden los títulos en su país de adopción. La última opción que le han dado ya no se siente capaz de cumplirla: hacer en España los tres últimos cursos de la carrera. Lo intentó, pero desistió tras un primer examen.
«30 años de experiencia tirados al desprecio en un país necesitado de profesionales de la salud y anestesiólogos, principalmente». Este lamento es de puño y letra de José Manuel. Sonó a desahogo público este junio pasado en un post de su perfil en una red social. «Sin reconocer recursos extraordinarios de todo tipo y, como respuesta, el silencio. No digo más; solo pido el aval público de todos aquellos que me conocen o por referencia saben de mi historial».
Médico desde 1982 y anestesiólogo desde 1985, José Manuel Martín entró a formar parte del equipo médico que velaba por la atención del presidente de Cuba. «Éramos cuatro anestesiólogos y, como es lógico, pertenecía al Ministerio del Interior por las medidas que hay en Cuba de discreción y toda la seguridad que había alrededor de Fidel», se explica. «Éramos los responsables de la seguridad del presidente allá por donde fuera y, dependiendo del lugar, nos escogían a uno o a otro».
Trabajaba en la llamada Clínica de 43, por la calle en la que se encontraba. «Está en el centro de La Habana, en un barrio lujoso, rodeada de casas de generales, con guardias y ahí había dos mansiones, una de ellas había sido del gobierno de Batista. Unieron dos edificios e hicieron una unidad quirúrgica muy selectiva. Solo para personal de Fidel y su familia», detalla José Manuel. Esa posición le permitió, por ejemplo, ejercer de médico del papa cuando Juan Pablo II visitó Cuba. «Me dieron incluso un reconocimiento de la clínica de 43». Conserva recortes periodísticos de aquel homenaje.
Lo cierto es que ese pasado suyo que lo vinculaba profesionalmente al núcleo duro del régimen cubano, lejos de beneficiarlo, le ha complicado su situación en España. ¿Por qué? «Porque no tenía los papeles legalizados». Es la expresión que usa José Manuel para explicar el trámite que le faltaba y que le exigieron cuando intentó convalidar sus estudios de Medicina en el Ministerio de Educación español.
La obtención y legalización de documentos docentes en Cuba es un requisito indispensable cuando se requiere que estos surtan efecto fuera del territorio cubano. Los documentos son el título, certificación de título, certificación de notas, programa de estudios y plan temático expedidos por los centros de educación.
«Tienes que tener un cuño de Relaciones Exteriores y Consultoría Jurídica para cuando llevas esos documentos al extranjero». Pero es más. «Para la legalización de los papeles y llevarlos a consultoría jurídica se te exige en Cuba una autorización del ministro. En el caso de los médicos que son civiles, te la da el ministro de Salud Pública. Yo, en cambio, necesitaba una autorización del ministro del Interior». ¿Y qué diferencia hay? José Manual la aclara. Por norma general, «ese aval no se lo dan a ningún militar porque saben que puede desertar, que fue lo que sucedió» en su caso.
José Manuel aprovechó para quedarse en España en una de sus estadías de adiestramiento, como él las llama, en diversas clínicas del país. En aquella clínica de alta seguridad a la que pertenecía, era el jefe de docencia, el responsable de los que salían a formarse a España.
Su primera salida fue en 1992, al Hospital La Paz, en Madrid, donde trabajó en investigaciones sobre la reposición de sangre en las unidades quirúrgicas en pacientes operados. Y posteriormente, en 2003, 2005 y 2008 fue a Sevilla, primero al Virgen Macarena y después al Virgen de Valme. Lo hicieron miembro de la Sociedad Andaluza del Dolor y Asistencia Continuada y aprovechó que en 2011 lo invitaron a un evento en Ceuta y se quedó.
De allí se fue a Madrid, donde empezaron sus intentos de convalidación, pero el primer obstáculo fue la legalización de sus documentos docentes. Presentó los originales, pero no bastaba. No tardaron en darle el pasaporte de protección internacional, pero su verdadero objetivo se atascaba. Ni siquiera fue posible la mediación del Centro Nacional de Inteligencia, que lo investigó unos meses por su pasado y sabía de sus méritos profesionales, entre los cuales siempre subraya que formó parte del equipo que hizo la primera colecistectomía laparoscópica pediátrica en Cuba, hito del que acaban de cumplirse 30 años.
Ante el escollo de que no tenía los papeles legalizados, el Ministerio le ofreció entonces una salida: hacer una prueba de aptitud. Entretanto, la crisis económica asfixiaba España, José Manuel necesitaba trabajar para ganarse la vida y le dijeron que a lo mejor era más fácil en Canarias, a donde llegó en 2012.
Así que siguió intentándolo desde Gran Canaria. Buscó que le hicieran esa prueba de aptitud en la Facultad de Medicina de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria: lo que no imaginó es que era prueba consistía casi en volver a hacer la carrera. Más de una veintena de asignaturas de 4º, 5º y 6º de Medicina.
Un especialista del Doctor Negrín, Joaquín Marchena, como presidente del tribunal de homologación de títulos extranjeros, propuso que se le hiciera una prueba con el jefe anestesista del hospital, pero se lo denegaron. Le duele porque, como recalca, lo que le sobra es formación. «En Cuba no puedes ni suspender un examen».
Así han sido todos sus intentos, infructuosos. Más tarde, en 2015, llegó incluso a conseguir la legalización de sus documentos en Cuba, pero llegaba tarde. La resolución del Ministerio ya era firme. Le buscaron una salida a través de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y cuando ya estaba encaminada, logró la ciudadanía española. Esa vía también se cerraba.
Ni sabe las reuniones que ha mantenido, hasta con la que fue delegada del Gobierno de España en Canarias, Mercedes Roldós. Su último consuelo es que durante la pandemia pudo colaborar con el Departamento de Anestesiología de la Clínica San Roque de Las Palmas, sin cobrar, como periodo formativo.
Tiene 67 años y su físico, aún en buenas condiciones, le permite ejercer de socorrista. Por la edad, tras 41 años trabajados, podría jubilarse o al menos ir pensando en hacerlo, pero las circunstancias, las de los últimos años, se lo impiden. Lleva trabajando en el mismo sitio desde 2013, 10 años, pero aún le quedan cinco más para los 15 necesarios que le darían derecho a una pensión jubilatoria. Si nada lo remedia, el médico que atendió a Fidel Castro y al papa se verá con 70 años al sol velando por el buen baño de los bañistas en una piscina del sur.
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