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Sus casas parecen estar inmersas en las novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Viven en una calle que es un arquetipo del 'far west', una recta kilométrica y polvorienta sin nombre. Allí la vida se desarrolla como en una eterna calima. «Cuando estoy haciendo de comer y siento que llega un coche, salgo corriendo a cerrar la ventana porque se llena toda la casa de polvo», explica María Soledad Arencibia, una de las residentes en esta vía de Pedro Hidalgo, que corre en paralelo a la calle Abogado Manuel Hernández González, en el barranco que separa a este barrio de Tres Palmas.
Cada movimiento en esta calle es una polvareda. Sesenta años después de que llegaran las primeras casas, siguen esperando por la modernidad. Ni el asfalto, ni la electricidad ni el saneamiento han hecho aparición todavía en esta calle de Las Palmas de Gran Canaria, cuya vida se desarrolla a pocos metros de la obra de la MetroGuagua. El transporte rápido y de alta capacidad, que el mundo empezó a experimentar en los años setenta, es para ellos una señal de futuro. «La MetroGuagua la están poniendo ahí debajo y nosotros aquí seguimos como si estuviéramos en el siglo XIX». Se quejan de que se haya invertido tanto en la transformación de Blas Cabrera Felipe y que, a unos 400 metros, ellos sigan sin infraestructuras básicas.
La arenilla es una presencia constante a la que no se acostumbran. «Se te mete siempre en casa». Pero también los vehículos lo sufren. «Todos los filtros de los coches están taponados por la tierra», asegura otro vecino, Francisco González del Rosario.
Las familias de las más de 150 viviendas que dan a esta parte del barranco llegaron a ilusionarse cuando se inició el continuo trajín de camiones que pasaba por delante de la puerta de sus casas para el arreglo del campo de fútbol José Vega Sepúlveda, en el que el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria invirtió más de 470.000 euros. Pero la obra se quedó allí.
Hacen tres peticiones para entrar en la modernidad: asfalto para la calle, alumbrado para la noche y una red de saneamiento propia de este siglo y que se aleje de las viviendas. Las tuberías que desembocan de las viviendas están pegadas a las fachadas y cuando se produce algún reventón, se llena todo de cucas y ratas. «Esto parece un zoológico», ironiza Arencibia.
El cartero no entra en esta calle. ¿Cómo llegan las cartas a unas casas de una vía que no tiene nombre? María Soledad Arencibia lo que hace es dar la dirección de la calle principal y recoger la correspondencia en un buzón. Ahí el servicio postal era mejor el del lejano oeste.
Tampoco llegan las decisiones del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria hasta aquí. «En 2012 se aprobó el arreglo de la calle y, desde entonces, se han aprobado mociones en este sentido en cinco ocasiones», explica otro vecino que prefiere no identificarse, «ahora vendrán con la promesa de hacerlo durante la campaña electoral».
La única noticia que tienen del Consistorio capitalino es el recibo del Impuesto de Bienes Inmuebles. «Parques y Jardines nos dice que la parte izquierda de la calle es privada y no puede hacer nada», explica María Soledad Arencibia, «pero luego nos pasan el catastro y nos cobran hasta 697 euros».
La lluvia tampoco es buena noticia en esta calle de Pedro Hidalgo. Desde que caen cuatro gotas, la vía se convierte en un barrizal o, si no, se forman auténticas piscinas que acaban provocando un efecto llamada entre las poblaciones de mosquitos y otros insectos.
«No podemos abrir las ventanas de la cocina, ni yo ni mis vecinos, porque no paran de entrar mosquitos y bichos negros a casa», explica Isabel García, «esto ha sido a raíz del arreglo del campo de fútbol». Detalla que el agua se empoza y no se filtra, generando una auténtica piscina.
Esta vecina asegura, además, que el paso de los camiones para la obra del campo de fútbol deterioró aún más el estado de la carretera de tierra y que esto está provocando roturas constantes en los coches. «El mío se rompió con una piedra», prosiguió García, «por lo menos que allanen la calle de una vez».
Por si fuera poco, no hay papeleras y los contenedores de basura están al principio de la calle, lo que dificulta que las personas mayores puedan llegar hasta allí. No resulta sencillo transitar por una calle de tierra que tiene una longitud aproximada de seiscientos metros. Tampoco se limpia ni se riega.
«Esto es indefendible en una ciudad moderna», certifican.
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Jon Garay e Isabel Toledo
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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