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Fernando Torres Baena, a la derecha en la puerta de la cárcel junto a su hermano Rafael. COBER

Torres Baena regresa a la prisión donde estudió Antropología y ahora se dedica a pintar retratos

tribunales ·

El condenado por el caso Kárate disfrutó de tres días lejos de Juan Grande. Llegó acompañado de su hermano Rafael, con quien compartió estos días

Francisco José Fajardo

Las Palmas de Gran Canaria

Miércoles, 18 de mayo 2022, 02:00

Fernando Torres Baena, el principal condenado por el caso Kárate, regresó al mediodía de este martes al Centro Penitenciario Las Palmas II de Juan Grande, después de haber disfrutado de su primer permiso desde que fuese condenado el 15 de marzo de 2013 a un total de 302 años de cárcel -con un limite máximo de cumplimiento de 20- por ser el cabecilla de un grupo criminal dedicado al abuso sexual de menores que se camuflaba bajo la pantalla de un prestigioso gimnasio de artes marciales en la capital grancanaria.

El pederasta llegó a la cárcel a las 13.42 horas acompañado de su hermano Rafael, que ha sido su responsable estos días ya que la autoridad judicial determinó que este primer permiso penitenciario lo concedía con una serie de condiciones entre las que estaba el «acompañamiento familiar, o por la persona que firme la acogida, a la salida del permiso, durante el disfrute del mismo y a su regreso al Centro Penitenciario».

Torres Baena regresa al módulo 4 de la prisión sureña destinado a presos no conflictivos. Incluso, está considerado como uno de los mejores y la antesala del 1 que es donde los reos pueden trabajar de forma remunerada. Tienen las celdas abiertas por el día, se les permite tener sillas y mesas en el patio y hasta material para manualidades.

Cober
Imagen principal - Torres Baena regresa a la prisión donde estudió Antropología y ahora se dedica a pintar retratos
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Fernando Torres Baena disfrutó de su primer permiso después de que la autoridad judicial resolviese de forma positiva el recurso que presentó contra la resolución de la Junta de Tratamiento que le denegó la prebenda en primera instancia.

Fruto de ello, el magistrado de Vigilancia Penitenciaria dispuso que el reo fuera examinado por una forense del Instituto de Medicina Legal de Las Palmas (IMLCF) y la profesional se entrevistó en tres ocasiones con el preso entre septiembre y octubre del pasado año. En estos encuentros, Torres Baena se mostró como una persona que había tenido mucho tiempo para reflexionar sobre lo sucedido y, por ende, había entendido el daño que había producido a las víctimas. También manifestó que haría «cualquier cosa» para reparar el daño ocasionado aunque sabía que no podía hacerlo, mostrando empatía cognitiva, sin descartarse que pudiera tener un cariz instrumental.

El reo refirió a la forense que había tenido mucho tiempo para reflexionar sobre lo sucedido y, por ende, había entendido el daño que había producido a las víctimas

A la forense le contó que había dedicado su estancia en prisión, entre otras cosas, a estudiar terminando el Grado en Antropología Social y Cultural de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y que había escogido esa carrera porque creía que estos conocimientos le iban a ayudar a llevar adelante sus planes de futuro al salir de la cárcel.

La condena

  • 302 años de cárcel -con un límite máximo de cumplimiento de 20- es la pena a la que fue condenado Torres Baena como autor de 35 delitos de abuso sexual y 13 de corrupción de menores, en la mayor condena dictada en España por este tipo de delitos.

Desde que fue trasladado al módulo 4, refirió que se había dedicado a la pintura, en una actividad en la que se sentía «bien y feliz». En concreto, se dedica a pintar murales y retratos por encargo de otros internos.

Conciencia del delito

En lo que respecta a las conclusiones a las que llegó la forense que lo exploró, determinó que, desde un punto de vista cognitivo, Torres Baena tiene conciencia del delito que cometió y reconoce sin mesuras que los hechos que motivaron las actuaciones que lo llevaron hasta la prisión eran ilícitos y reprochables, lo que, a juicio de la profesional, «supone un avance con respecto a las evaluaciones del año 2010 ya que en ese momento no reconocía los hechos llegando a estar en la convicción de que iba a quedar absuelto».

Este «cambio significativo en su conducta» fue uno de los factores que tuvo en cuenta la forense para informar a favor de la concesión del permiso.

Torres Baena también manifestó que no tenía «ni fisiológica ni emocionalmente» ninguna intención de repetir las conductas delictivas que lo llevaron a ser condenado en el mayor caso de pederastia juzgado en la historia de este país.

Cober

Vieron un «cambio significativo en su conducta» al reconocer los delitos

Fernando Torres Baena preparó una «estructura en el gimnasio destinada a satisfacer sus necesidades afectivo/sexuales y las de admiración y control», según los profesionales de la psicología que lo han examinado durante su estancia en prisión.

No se trata de una persona fría emocionalmente hablando, pero sin embargo, los grandes ausentes en sus relatos fueron «las víctimas», aunque de la misma forma, los forenses apreciaron en sus entrevistas un «cambio significativo en su conducta» al reconocer los delitos cometidos. Todo ello, en comparación con la evaluación psicológica que le realizaron en 2010, en la que se evidenciaban «marcados rasgos narcisistas y notable falta de empatía». Ese narcisismo justificaría una «necesidad constante de aprobación y admiración por parte de los otros», destacan.

El exkarateca, que a juicio de estos especialistas sería un «abusador primario preferencial» ya que su orientación sexual se dirigía hacia los menores como parte de sus prioridades, aprovechaba su situación de «prevalimiento con respecto a las víctimas, su superioridad y el respeto que le tenían» para cometer los delitos. Además, empleaba la coacción a través de los beneficios deportivos que los menores iban a adquirir tras los abusos sexuales.

La capacidad intelectiva de Torres Baena es elevada y siempre estuvo condicionada a la «fuerte exigencia personal autoimpuesta» con el fin de estar a la altura de las expectativas familiares y la necesidad de «ser aceptado». Esto provocaba que subyacieran «inseguridades personales» que se apreciaron claramente, según los forenses, en las evaluaciones realizadas en 2010.

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