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A poco más de 1.200 metros de distancia de la Catedral de Santa Ana, tan solo 18 minutos caminando, se esconde una de las joyas del patrimonio histórico de Las Palmas de Gran Canaria: el molino de El Batán, también conocido por el del Pambaso. Pieza datada a principios del siglo XVI, estos días apenas queda en pie parte de su esqueleto original mientras la zona se llena de basura y sus habitantes más insignes son lagartos de 50 centímetros de largo.
La ciudad desconoce gran parte del patrimonio que guarda. El molino de agua de El Batán o del Pambaso fue la infraestructura de este tipo más antigua de toda la isla. Acomodado en el cauce del Guiniguada después de la Conquista, ha visto crecer la ciudad alrededor; ladera arriba se han ido desarrollando El Batán y San Roque. Recientemente autoridades municipales acudieron al barrio para la inauguración de una tienda de supermercados y, es probable, que ni repararan en que solo unos metros más abajo se está yendo al suelo un pequeño pedazo –apenas 70 metros cuadrados– de la historia primigenia de la capital insular.
El estado del molino es ruinoso. Y su desaparición es algo más que un titular llamativo. Así lo explica Israel Campos Méndez, profesor titular de Historia en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. «A pesar de encontrarse protegido por el Catálogo Municipal del Patrimonio Etnográfico, la falta de intervención integral, más allá del parque que lo enmarca en estos momentos, certificará su total desaparición en los próximos años», refiere.
De titularidad privada, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria aspira a su adquisición para, a través del Plan Especial de Protección y Reforma Interior, salvarlo de la desaparición, pero esta es una idea que lleva sonando años sin que termine por concretarse. «El Ayuntamiento viene trabajando desde hace años con los propietarios del molino para adquirirlo dado su interés etnográfico. El acuerdo está avanzado y el objetivo es culminar el proceso para llevar a cabo el proyecto de rehabilitación», explican a este periódico las fuentes municipales consultadas.
El molino estuvo en funcionamiento hasta la década de 1960. La zona se nutría de gofio a través de sus aspas, desparecidas también hace muchos años. Fue el último ingenio hidráulico a pleno rendimiento de la Heredad de Vegueta. Textos históricos de Tomás Marín y Cubas o Antonio Bethencourt hacen referencia a las singularidades del molino por su «arquitectura sencilla e interesante silueta».
La obra hidráulica de El Batán ha sido moneda de cambio entre familias y apellidos ilustres de Gran Canaria prácticamente desde su construcción por orden del conquistador Pedro de Vera. «A finales del siglo XVI se vincula a las propiedades de la familia del Castillo y al Condado de la Vega Grande. Parece que para esas fechas ya había variado su función principal como molino batanero, que aunque con características parecidas a los molinos de granos movidos por agua, se destinaban al engrosado de los tejidos de tela (bataneo)», expone Campos Méndez.
Han pasado más de cinco décadas desde que dejó de utilizarse. Su utilidad y exposición ante la ciudadanía fueron otras de las víctimas colaterales de la construcción de la GC-110, esa gran carretera que sepultó el cauce del barranco, hizo desaparecer los simbólicos puentes de Piedra y de Palo y cambió la anatomía de Las Palmas de Gran Canaria de una forma que todavía se estudia cómo reconstruir sin que ninguna promesa electoral al respecto logre hacerlo.
Lo curioso es que con los años sí se han producido actuaciones alrededor del molino. El acceso a El Batán cuenta con un espacio verde con cierto grado de mantenimiento, superior incluso al que es habitual en esa entrada de la ciudad. Esa zona está mantenida, con la hierba cortada con regularidad, y comparte lugar con el molino y un pequeño estanque contiguo en los que la basura trepa por las paredes.
En el interior de la antigua casa del molinero, donde ya se han desplomado los tejados, han encontrado refugio personas sin hogar. Allí se amontonan ropas viejas y restos de comida y bebida. También sirve como punto limpio no autorizado. Tirados sobre esta edificación histórica yacen los esqueletos de electrodomésticos y hasta un carrito de bebé.
La decadencia del molino forma parte de un catálogo de espacios degradados en la zona del Guiniguada. Antigua arteria principal de la ciudad, la actual alcaldesa Carolina Darias (PSOE) prometió la recuperación del cauce del barranco como su gran proyecto electoral durante la campaña de las elecciones municipales del pasado 28 de mayo.
Darias presentó unas infografías de lo que, dijo, se convertirá en el Paseo del Guiniguada de la cultura y las artes. Es pronto para exigir una transformación de la zona, pero por lo pronto muchos de los accesos a pie de carretera siguen en mal estado. Los túneles que llegan hasta la entrada del Pambaso, bajo las canchas del Risco de San Nicolás, continúan en mal estado y poblados de basura. Nada diría que esa zona pertenece a la historia de la ciudad como el lugar, como le gusta decir a la alcaldesa sobre su carrera política, donde comenzó todo.
Frente al propio molino, al otro lado del barranco y pasando el recientemente caído Árbol Bonito, la zona también exhibe su degradación. Con laderas sucias y edificios abandonados. Una cara de la ciudad que necesita una recuperación a la altura del valor histórico de la orilla en la que nación la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
Rocío Mendoza | Madrid y Lidia Carvajal
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