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Marusa Trujillo posa en una de las calles del Risco de San Nicolás, barrio en el que lleva 46 años. Juan Carlos Alonso
Marusa Trujillo: Con los ojos de la niña que fue

Los rostros del barrio

Marusa Trujillo: Con los ojos de la niña que fue

Esta serie hace parada en esta vecina del Risco de San Nicolás implicada desde la infancia en ayudar a los que la rodean. Durante más de tres décadas trabajó en el colegio Guiniguada y vio crecer allí a muchas generaciones del barrio

David Ojeda

Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 12 de abril 2025, 23:24

Marusa Trujillo es de esas personas a las que todo el mundo saluda cuando sale al barrio a hacer vida. Nacida en El Batán cruzó desde San Roque y hoy en día es una institución en el Risco de San Nicolás, donde reside hace 46 años. Y lo es por la limpieza de su mirada y su contribución a la vida comunitaria, en la que de una forma discreta ha participado desde que aterrizó en las calles en las que muchos años después continúa.

Llegó siendo una niña, apenas 16 años, y las malas lenguas quisieron sembrar en ella la inquietud. «Me decían que a dónde iba, que este era un barrio lleno de borrachos y mala gente y, mira, yo aquí no he visto más borrachos que en el barrio de donde venía», explica riéndose.

Marusa Trujillo vive en los altos del Risco. Allí donde la calle Real confunde su nombre con los de las ramificaciones que se prolongan sobre la altura del Guiniguada, allí donde se mira a la ciudad desde lo alto y conmueve la postal que preside la catedral de Santa Ana.

En 1987 entró a trabajar en el colegio Guiniguada, donde vio pasar a generaciones y generaciones de niños del barrio que hoy son hombres y llevan bajo el brazo a sus pequeños. «Comencé unos años antes ayudando a Lola, que tristemente falleció, que era una mujer que trabajaba allí. Una persona estupenda. Eran momentos en los que en la zona había mucha necesidad y cuando sobraba la comida se la dábamos a los niños por la parte de atrás a escondidas. Les hacíamos bocadillos de albóndigas y cosas así», explica como breve introducción a 36 años de oficio en un centro escolar que pertenece a la memoria colectiva del barrio: «Cuando entré a trabajar había más de 700 niños y el año que me tuve que ir por una caída muy fuerte que tuve que me puso muy malita había solo 36», señala.

Trujillo es una mujer que siempre ha remado por la gente que lo necesitaba. Hoy en día colabora con la asociación vecinal Cofiris, con la que cada mes participa en el reparto de alimentos entre las familias que más lo necesitan del histórico Risco.

Marusa sabe lo que es pelear por la vida. Lo sabe ahora, en plena madurez, tras superar un complicado estado de salud del que remontó con más fuerzas para luchar que nunca. Y lo sabe porque lleva bregando con la vida desde la infancia. «Cuando era niña mi madre trabajaba y no se podía ocupar de mí, por lo que me internaron en un colegio de monjas. No me gustaba estar allí y cada dos semanas me escapaba, con ocho años. Mi madre se volvía loca hasta que me dejó quedarme en casa pero con diez años ya estaba trabajando. Comencé limpiando quirófanos en la clínica del Pino y allí fue donde empecé a ver lo que era la vida, las necesidades que tenían las personas y los momentos duros que atravesaban con las enfermedades», señala.

Siendo una niña Marusa Trujillo bajaba por San Roque para ir a pillar la guagua al antiguo Hospital Militar, donde hoy se encuentra el paraninfo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, en la calle Juan de Quesada. Eso sucedía a las 05.30 horas de la mañana. Una escuela de vida que completaba con lo que sentía en el antiguo complejo hospitalario. «Allí se vivían muchas necesidades. Y eso me hizo sentir que en la medida de lo posible podría siempre ayudar a los que lo necesitan», aduce.

Siempre con los que lo necesitan

Hoy es una mujer implicada. Que hace balance y se muestra satisfecha con la vida, que le ha legado dos hijos y cuatro nietos. Solo le atraviesa la nostalgia cuando habla de aquellos largos años que pasó en el Guiniguada, lo que sigue llamando «mi colegio», que debió abandonar tras una operación de columna por culpa de aquella maldita caída.

Y es que desde los pasillos del centro se puede crear el relato del barrio de hoy, en gran parte constituido por alumnado de aquellos años en los que Marusa trabajó en él. «Es que allí conocí a muchísima gente. Directores, profesores, gente de limpieza como yo, del comedor y, sobre todo alumnos», explica.

Trujillo era casi como un agente social. Su posición de limpieza en el colegio era la forma legal de encajarla, pero su ascendente en el barrio propiciaba otros escenarios. «Muchas familias del barrio, como tenían que trabajar, me dejaban por la tarde a los niños allí aunque en principio eso no se podía hacer. Salía de vez en cuando y les echaba un ojillo. Son demasiados recuerdos, y sigo teniendo mucho cariño por aquellos chiquillos del barrio».

Marusa Trujillo siempre iba un paso más de lo que sus obligaciones contractuales imponían. En su último año colaboraba directamente con la directora del centro en el reparto de alimentos entre familias necesitadas.

Sí hay algo que en cierto modo le reconforta. Las cosas han ido mejorando en el barrio, aunque queden necesidades pendientes, en relación a sus primeros años en el colegio. «Eran tiempos duros. Se veía no solo en la comida, había muchos problemas con la limpieza, la forma en la que los niños trataban a la gente porque eso era lo que vivían en sus casas... Gracias a Dios hoy estamos mejor», señala mientras última los detalles para el próximo reparto. Siempre al pie del cañón.

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