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Los 39 años ejercidos como cónsul honorario de Italia en Canarias aportan a Carlos de Blasio una perspectiva privilegiada para entender y analizar el importante aumento de ciudadanos transalpinos que se ha producido en el archipiélago en las últimas décadas, hasta tal punto que hoy son la mayor comunidad extranjera. «Cuando tomé el consulado, en 1985, en la provincia de Las Palmas no llegaban a 2.000 los italianos. Ahora, son más de 35.000 y en toda Canarias, oficiosamente, unos 63.000», explica como punto de partida.
En mayo, al cumplir los 70 años, este histórico de la diplomacia en el archipiélago, tuvo que dejar su cargo. «La jubilación ha sido salud para mí, un descanso físico y mental, porque al aumentar tanto la comunidad italiana, también han aumentado las gestiones y los problemas a resolver», reconoce.
Subraya que «problemas de segregación» no los ha percibido en ningún momento. Al contrario, destaca que a nivel general «los italianos se integran muy bien en la sociedad canaria».
Este fenómeno migratorio, perceptible en la mayor parte de la geografía insular, tiene varias razones, según Carlos de Blasio. «Por lo general, llegan a las islas por varias cuestiones. Una de las principales es el clima de las islas. Otra muy importante es que la relación con la población local es muy estrecha, en seguida se sienten como en familia. También están los impuestos. Aquí, los italianos ahorran dinero por dos vías. Por un lado, los jubilados que vienen, una vez que se inscriban en el registro oficial, cuando pasan seis meses pueden pedir la pensión íntegra, sin que les descuenten los impuestos de Italia. Esos tributos ya los pagan aquí, pero son mucho más bajos que en Italia. También vienen muchos empresarios, porque en Italia los impuestos son mucho más altos. De ahí que se abran tantos restaurantes, heladerías o se importen tantos productos italianos», destaca.
El excónsul honorario destaca la importancia del registro oficial para las gestiones que los ciudadanos italianos quieren llevar a cabo y por las que suelen acudir al consulado. «Como ciudadano italiano estás obligado a inscribirte en un registro cuando vas al extranjero. Pero muchos no lo hacen. Están aquí, pero no figuran para el Estado italiano. Cuando venían a renovar o sacar el pasaporte, el DNI u otros documentos, si no estaban inscritos, no podíamos hacer nada», señala.
Sobre el lugar de procedencia de los italianos, Carlos de Blasio asegura que vienen de todas las partes del país. «Tampoco hay que olvidar la fuerte presencia, desde los años 90, de argentinos y uruguayos con la ciudadanía italiana. Unos años después comenzaron a venir desde Brasil», asegura.
Una situación que, reconoce, no todos recibían con buenos modos. «A veces me gritaron y alguno me insultó, pero nada más... Yo no soy de carrera diplomática, pero sí que he intentado ser diplomático en todo momento», apunta entre risas. «Una de las máximas con las que siempre trabajé es que si una persona venía al consulado con un problema, no podía salir con más problemas. Había que intentar solucionarlo. Si no se podía, buscar dulcificárselo, pero no crearle más. Eso sí, había casos en los que la solución era imposible», añade.
Y es que reconoce que tanto residentes como turistas entienden a menudo que los consulados son el lugar idóneo para que les solucionen todo tipo de cuestiones. «En los consulados se tiene que hacer frente a nacimientos, fallecimientos, matrimonios, pasaportes, DNI... y todo lo que los ciudadanos consideran necesario. Algunos acudían con problemas personales de todo tipo, con deudas... Y eso obligaba a improvisar constantemente para intentar ayudarles», apunta quien fue objeto de un homenaje en el sur de la isla al que acudieron más de 150 italianos para reconocer su labor durante todos estos años.
«Han sido unos años maravillosos. Me divertía con mi trabajo, me gustaba. Siempre lo hice con pasión y contaba con la ayuda de muchas personas», destaca De Blasio.
Pone en valor la «gran relación» que siempre ha tenido el cuerpo consular con las autoridades locales canarias. «Nos ayudamos mutuamente. Los consulados son muy importantes en las islas», recalca quien cogió el testigo de su padre, quien recaló en el archipiélago «en 1943, para trabajar con una línea aérea que hacía escala en Villa Cisneros».
«Mi padre fundó una consignataria en Gran Canaria y el cónsul de la época, cuando se jubiló, le propuso al Estado italiano que lo sustituyera. Cuando mi padre quiso dejarlo, el embajador le preguntó si tenía un hijo interesado en coger el testigo. Hablamos unas horas y dos meses después me nombraron», rememora Carlos de Blasio, que ahora disfruta de sus hijas y nietas.
Aunque siguen vivos sus lazos familiares en la localidad de Avellino, De Blasio tiene claro que su vida «está en Gran Canaria», donde sigue muy implicado en la defensa de su sociedad como miembro del Club Rotario.
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