![Conchi de Morales posa ante un mural pintado en las calles del barrio capitalino de Tamaraceite.](https://s2.ppllstatics.com/canarias7/www/multimedia/2025/02/08/conchi.jpg)
Los rostros del barrio
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Los rostros del barrio
Conchy de Morales: De cerca se ve mejor a los tuyosConchy de Morales tenía 26 años cuando en 1987 decidió que quería emprender su carrera como óptica. Eran tiempos previos a que la emprendeduría fuera un nicho de mercado y las librerías recibieran volúmenes de gurús con la receta para hacerlo con éxito. Nada la detuvo y desde entonces su negocio, Cristal, es una muestra de cómo resistir en tiempos voraces en que los pequeños negocios han sido engullidos por los centros comerciales que los arrinconan.
En Óptica Cristal ha pasado más de media vida esta mujer de Alcaravaneras que, sin embargo, no ha pasado más horas en otro lugar que en la antiguamente esplendorosa Carretera General. Allí le ha pasado de todo. Da fe de ello una anécdota que contaba recientemente en el pregón de las fiestas de San Antonio Abad, que abrió con orgullo. «Recuerdo cuando una señora, clienta habitual, me pidió que le redactara su testamento». Conchy no lo hizo, pero comprendió la dimensión social de un oficio como el suyo.
Cuando de Morales aterrizó en Tamaraceite aquel barrio de la periferia parecía salido de otro planeta. En aquellos tiempos todavía jugaba allí el Gran Canaria de baloncesto, bajo la denominación en aquella temporada de Toshiba Las Palmas. Y esa carretera, gran vía, en la que abrió su negocio, era un lugar de tránsito obligado mucho antes de que llegara a la vida de la ciudad la circunvalación.
Pero también era un barrio con sombras y muchos estigmas. «¿Tamaraceite? Tú estás loca», fue una de las frases que más veces tuvo que escuchar en aquel tiempo en el que la imagen del barrio se veía oscurecida por la humildad de sus gentes y, como tantos barrios de la capital, por el drama de la heroína que tantas vidas sesgó.
Y no fue fácil. Había ciertos peajes que afrontar. «Al principio había mucha delincuencia. Y eran estas mismas personas las que te cobraban un 'impuesto revolucionario' para no robarte. Lo peor es que ellos mismos acabaron rompiéndome el cristal y atracándome. Entonces me planté y les dije que nos le daría nada más. Uno me llegó a ofrecer un precio cerrado por el año completo...», rememora ahora entre risas pero sin saber muy bien aún de dónde sacó las fuerzas para enfrentarse a ellos.
Llegar a Tamaraceite fue una casualidad. Natural de Alcaravaneras y tras haber estudiado en la Complutense de Madrid la carrera, trabajó en una óptica del sur de la isla unos años, hasta que decidió que le tocaba ser su propia jefe. Encontró una pequeña óptica que se traspasaba en el barrio y decidió montar allí su negocio. Primero adecentándola un poco. Luego haciéndola suya y reformándola hasta tener el local como lo conoce ahora el público.
Y lo demás, como dice el tópico, es historia. Hoy en el barrio a conocen como Conchy la de la óptica. Una fórmula familiar de tratar a la que hoy dirige la asociación de empresarios de un viejo barrio comercialmente estrangulado por el cierre del cruce de San Lorenzo.
«Ahora mismo vienen aquí con sus hijos, niños que cuando eran pequeños venían con sus padres», explica para situar su espacio en la memoria de un barrio en el que ha estado presente demasiados años para sintetizar en pocas frases sus recuerdos.
La mejor descripción del Tamaraceite que Conchy de Morales conoció en la segunda mitad de los ochenta se encuentra también en las líneas de su pregón. «La Carretera General era el corazón del barrio: una calle viva, llena de comercios, supermercado, joyería, panadería, farmacias, bancos y pequeñas tiendas y bares. También industrias como el Molino de San Antonio, el almacén de Santos y el taller de los hermanos Bolaños...».
Pero no solo rememora sus motores económicos. También las personalidades singulares que poblaban sus calles. «Había actividad, había comunidad, había vida. Tampoco me puedo olvidar de El Padrino y de Murillo que daban el toque pintoresco a la Carretera General», explica.
Conchy de Morales se siente del barrio y aunque siempre hay margen para el disenso también lo cree así la mayoría de los vecinos del casco antiguo, ese otro Tamaraceite diferente al que ahora crece en vertical y que estrangula a los que durante décadas llevan allí asentados.
Podría jubilarse pero cada mañana se fija la bata y levanta la persiana de su negocio. Tuvo otro en la calle trasera años atrás, cuando la última gran crisis económica obligó a decrecer a muchos comercios. Todo siempre desde una máxima que le lleva a mantenerse en pie con la ilusión de aquella empresaria novata de 1987. «Siempre tuve el sueño de dedicarme a una profesión que no sólo mejora la vista, sino que también transforma la vida de las personas», explica.
Y es que este oficio está muy presente en su vida. «Mi suegro era óptico en la zona de Santa Catalina. En mi familia hay más ópticos, incluso uno de mis dos hijos, que ahora se dedica a esto en una óptica en La Gomera», dice.
Conchy de Morales oficia en Tamaraceite esa especie en extinción que es el negocio de proximidad, el que alcanza un valor humano y una cercanía que no dan las franquicias.
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