
Las Palmas de Gran Canaria
La ciudad que perdió la gracia del marLas Palmas de Gran Canaria
La ciudad que perdió la gracia del marEl desencuentro escenificado esta semana entre el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria y la Autoridad Portuaria sitúa a la ciudad en la desembocadura de un nuevo fracaso a la hora de conectar la zona portuaria, su rostro al mar, con los espacios ocupados por una ciudadanía que ha visto como el Puerto se ha desarrollado a través de kilómetros de hormigón y le ha cerrado sus puertas.
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Esa deuda pendiente tiene un capítulo propio en la historia de los proyectos fallidos de la urbe atlántica por excelencia, aquella que se desarrolló gracias a abrirse al mundo desde los muelles que fueron creciendo alrededor del istmo. Poetas como Tomás Morales basaron parte de su producción literaria en lo que la infraestructura marítima significaba en el ideario de la ciudad, pero con el paso de los años es un espacio cada vez más inaccesible para la ciudadanía.
El pasado lunes el gobierno de la ciudad acusó a la Autoridad Portuaria de cercenar de forma unilateral la zona verde de 50.000 metros cuadrados para uso ciudadano, con una gran inversión, que anunció en 2022 Augusto Hidalgo junto a Luis Ibarra, cuando uno era alcalde y el otro el responsable del Puerto.
Este desencuentro, cuya mecha continúa encendida con el paso de los días, amenaza con acabar con otro proyecto para embridar la capital y el recinto portuario. En los últimos años el frente marítimo, más allá del propio Puerto, ha sido objeto de proyectos fracasados a lo largo de casi todo el litoral.
Tal vez el más célebre de ellos sea La Gran Marina. Nacido en 2004 y con fecha de defunción en 2011. Fue Josefa Luzardo, por entonces alcaldesa de la ciudad, la que impulsó el mastodóntico proyecto con el amparo de José Manuel Soria en el Cabildo y José Manuel Arnáiz –que acabó en los juzgados por ello– en la Autoridad Portuaria.
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En aquellos tiempos de desbarre urbanístico la propuesta siempre estuvo bajo sospecha. Las gigantescas maquetas mostraban un espacio que comunicaba al Puerto prácticamente con Las Canteras. Con muchas zonas verdes, sí, pero sin límites de altura y una primera línea de edificios a imagen y semejanza de lo que acabó siendo el Woermann.
Aquello iba a derivar en un concurso de ideas cerrado, por invitación, que fue producto de graves conflictos tras limitarse la propuesta a los despachos de Carlos Ferrater, César Pelli, Ben van Berkel, Nishisawa y Sejima, Nicholas Grimshaw y Rafael Moneo. Una especie de escogidos para la gloria que acabaron viendo como la Unión Europea derribaba el concurso.
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Finalmente la crisis económica de 2008 se cruzó en el camino y los cambios de gobierno, con el PSOE y Nueva Canarias en Cabildo y Ayuntamiento, zanjaron el capítulo definitivamente tras años de polémicas, pulseras encargadas por Luzardo para la ciudadanía y la sensación de sospecha que dejó todo el procedimiento.
Pero el Puerto no es estrictamente la única barrera que impide una comunicación viva entre la gente y el Atlántico. El Arsenal es otro escollo entre la ciudadanía y el mar. El puerto militar que aparece al final de la rambla de Mesa y López es un viejo anhelo que parece que nunca se cumplirá. Distintos gobiernos de la ciudad han amagado una negociación con el Ministerio de Defensa para que esas instalaciones, ocupadas en su momento por los militares, vuelvan a pertenecer a Las Palmas de Gran Canaria, pero las noticias siempre han sido amargas.
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«La Armada no se plantea abandonar la ubicación actual del Arsenal». Esta fue la frase que el pasado mes pronunció el almirante comandante de Canarias, Santiago de Colsa Trueba, durante los actos del 75 aniversario de la Base Naval, una operación del franquismo mediante la cual el ejército debía pagar 7,5 millones de pesetas por ocupar el espacio. Algo que nunca pasó.
La propia ciudad ha asumido su fracaso y lo más que ha avanzado es al retranqueo de 600 metros en la fachada, una operación que incluye el aparcamiento del contiguo Real Club Náutico, para ampliar la ciudad en esa mínima porción y abrir una puerta al museo naval que aloja al Arsenal, un gran desconocido para la ciudadanía palmense.
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En medio de ese frente surgió en su día el mamotreto del Centro Comercial El Muelle, un monumento al fracaso en la relación real Puerto-Ciudad, la que se limita a los que los habitan y no a los que ocupan sus administraciones. Desde su origen fue polémico por su ocupación de un espacio clave que se desaprovechó, manchando la imagen de la urbe y, encima, fallando como gran arteria comercial de la zona.
Ese error histórico se ha propagado con la presencia del Poema del Mar y con la futura construcción de un gigantesco taller para megayates en El Refugio. Vecinos de La Isleta se manifestaron en una movilización constante contra el alzamiento de un nuevo mamotreto frente al Castillo de La Luz pero se acabó cediendo y las obras ya se están desarrollando en el terreno.
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