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«Las calles de Alexis son nuestras»Ángeles Jurado
Las Palmas de Gran Canaria
Viernes, 10 de noviembre 2023
Alexis Ravelo dijo: «Yo me crié en una ciudad portuaria, con influencias de muchos sitios, con el mar imponiendo el ritmo y mirando al horizonte, de donde han de venir todos los Evangelios, como decía García Cabrera, mientras, a la espalda, tenía un paisaje de riscos y barrancos, de senderos innumerables. No sé si habría sido escritor de haber vivido en otro sitio, pero sí estoy seguro de que habría sido un escritor muy diferente». Dijo que soportaba las neuras y achaques de Las Palmas de Gran Canaria, que se calentaba con ella, que hasta se podía aburrir de ella, pero también que no quería abandonarla, que no se imaginaba en otro sitio. «Se las da de fina y no lo es», se nos quejó, como el pretendiente de una mujer coqueta, irresoluta, que alterna desplantes y caricias, a la que se ama a pesar de ella misma.
El paseo de Las Canteras que ahora parece mutar en una revoltura de nómadas digitales, turistas, gente bien y Erasmus con hechuras de modelo fue, en otros tiempos, peligroso. Y eso le gustaba. Alexis prefería una ciudad más sucia, alocada, desordenada; menos aburguesada, normativa, higiénica, europea, plagada de franquicias. Le aliviaban los rincones donde perviven rastros de su personalidad portuaria, mestiza y hasta soez y le minaban el espíritu las calles peatonales, los hipermercados y los centros comerciales. Suenan a cosas buenas y parecen despejarle la cara a la ciudad, pero la convierten en una copia de otras, la doman y la travisten, le borran lo que hay de único en ella.
Las calles de Alexis son nuestras porque son reconocibles, vividas, con múltiples registros, ficcionalizadas pero reales, más exactas que las postales o los vídeos de promoción o incluso que algunos recuerdos. Y aunque no era persona de absolutos, salvo en la justicia, y se movía en el territorio de los grises, Alexis hacía diferencias entre barrios. Las calles limpias, bien delineadas y silenciosas de los barrios buenos significan peligro. Tienen un tufillo a corruptela, perversiones, crueldades. Nos sentimos seguros en los barrios de la Ciudad Alta y del puerto, los más populares, donde las calles son desordenadas, escandalosas y bullangueras, plenas de gente y de humores. Huelen a fluido humano, a aceite de freidora, a basura fermentada y no están bien iluminadas, pero preferirías templarte en una esquina de Ripoche a adentrarte en un impoluto bufé de abogados de Vegueta o la elegante casona de un político o un empresario de Ciudad Jardín.
Alexis nos observó, desde detrás de una copa muchas veces, cuando pensábamos que nadie nos miraba, y luego nos volcó a todos en sus páginas y sus calles. Calles que él mismo conoció, caminó, vivió de adolescente, de estudiante, de currante, de escritor, de tarambana. Opinó en una entrevista que el escritor es la suma de sus lecturas, pero también de experiencias vitales y confesó que comió mucha calle, mucha noche y mucha violencia. Eso le ayudó a formarse como persona. Buena persona, hay que añadir, aun cuando una indigestión de violencia y noche podría haberle agriado el alma.
La ciudad de Alexis Ravelo es fruto de todas esas experiencias vitales. Un escenario por el que circulan sus personajes mezclándose con nosotros, los simples mortales, en una superposición muy africana o marveliana, de universos que se funden y colisionan o de ancestros que caminan con los vivos. Saludan a Júnior Melo, por ejemplo, que aparece de refilón en una novela. O leen las columnas de David Ojeda. O se cuelan en los talleres literarios de Santiago Gil. O escuchan a Juan García Luján en la radio de un taxi. Se sientan entre nosotros en los bares y terrazas, evitan a perros y mendigos por las calles en las que nos cruzamos, comparten con nosotros visiones de amaneceres y puestas de sol. Los sentimos emborrachándose y tocando la guitarra en bochinches o discutiendo a gritos bajo la ventana o gimiendo en los zaguanes.
Se disimulan porque, como nos recuerda Nicolás Guerra, son gente de la calle que habla como gente de la calle. Gente que habla como nosotros. Y ese nosotros es un arco iris. Una enorme diversidad de hijos de un territorio cruce, de tránsito, que además atrapa a extraños y los integra, sacándoles raíces del alma y anclándolas a esta tierra.
A Alexis lo nacieron y crecieron en los bloques del Patronato Francisco Franco en Escaleritas y vivió en Don Pío Coronado, ahí detrás, en una paralela a Pedro Infinito. Ahí convivió con quien él definía como «hermano de letras y vinos», Antonio Becerra. Conoció los cines del barrio antes de que los convirtieran en bingos o almacenes, sintió el perfume del asadero de pollos de la calle Zaragoza desde la guagua, conoció el videoclup Apavi, el canódromo cuando los galgos se rompían el lomo en sus pistas de tierra. Confesó en otra entrevista que, la primera vez que envió flores fue a una niña de su clase que vivía en Sor Simona.
Por su conexión con Schamann y Escaleritas, con la Ciudad Alta, sitúa a Monroy en la plaza de Don Benito o pone a uno de los malos de 'La estrategia del pequinés', changa, aunque hijo de gente trabajadora y de bien, como muchos conocemos, en una empresa familiar en esta misma calle.
Ya dijimos que Alexis era galdosiano y no se puede ser de otra manera si eres de este barrio, donde las calles tienen nombres de personajes como Fortunata o Jacinta o de episodios nacionales y otras obras de Galdós. Si no conocen el barrio, bájense al parque Don Benito, a sentarse en un banco al lado de su estatua que lee entre las palmeras, o recorran la calle Zaragoza mirando los murales en la biblioteca Dolores Campos-Herrero y los bloques o fíjense en las aceras, donde aparecen la cara y las letras de Don Benito. Es un barrio popular, migrante, vivo, del gusto de Alexis y escribió mucho y bien sobre él...
Alexis la definió como cambullonera y pachorrienta, provinciana y cosmopolita, una ciudad de paso de la que los viajeros no se van jamás. La ciudad de los ángeles en chándal y las ratas con corbata. También es la ciudad del Cuasquías, una institución en la que leímos microrrelatos y poemas, bailamos salsa y soul, reímos copas de madrugada, lloramos a nuestros muertos, cantamos con viejas glorias. La ruta no puede prescindir del peregrinaje a este espacio, ahora cerrado, donde vivimos tantos momentos únicos relacionados con la literatura, con la amistad y con la música. Entre otras cosas.
El Cuasquías (y el Matasombras que se perpetró aquí) era un espacio que se hermanaba con lo que antes era el Hotel Madrid. Un Hotel Madrid previo al remozo que lo adecenta para una nueva clientela menos bohemia y que le hizo prescindir de sus camareros de toda la vida y sus tertulias interminables. Aunque se supone que terminamos aquí, me gustaría pedirles que rindamos un tributo, quizás un minuto de silencio, al Cuasquías y Alexis Ravelo antes de cruzar el Guiniguada y acercarnos a plaza de Santa Ana, donde les propondría sacarnos una foto de familia.
Como dijo Alexis: «Esa catedral construida a tropezones a lo largo de los siglos, esos perros tan canarios que son ingleses, ese lugar donde se mezclan turistas y mendigos, con las palomas dejándose asustar por los niños y que puede albergar tanto un acto de postín como una verbena o un concierto de jazz o el final de una manifestación, me parece que representa muy bien lo que es esta ciudad. Además, tengo muchos recuerdos personales de ese lugar, tanto gratos como desagradables. Cuando vienen amigos de fuera, siempre los llevo a la plaza de Santa Ana, indicio para mí de la posición de Canarias como puente desde Europa a América y les digo que si no tienes una foto montado a caballo encima de uno de los perros de la plaza, no has estado en Las Palmas. Ya sé que ahora estará prohibido, porque, como te decía, la ciudad hoy se las da de fina, y señores aburridos que impongan normas nunca faltan. Pero las ciudades están para vivirlas, no para mirarlas».
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Jon Garay e Isabel Toledo
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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