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«El parque es de ellos. Están aquí todo el día», asegura Serafín Barreto mientras mira la zona de juegos infantiles del parque de la Che, como se conoce en el barrio de La Isleta el espacio libre entre edificios que se encuentra por encima de la plaza de los Bomberos, al final de la calle de La Naval. Un entorno del que asegura que se han apropiado algunos de los chicos migrantes que se encuentran acogidos en las cercanas instalaciones del antiguo cuartel Canarias 50, lo que ha derivado en problemas de convivencia que han llevado a vecinos como él a protagonizar caceloradas de protesta en demanda de una solución.
«Organizamos una cacerolada este miércoles a las siete de la tarde y la vamos a repetir todos los días», explicaba en la mañana de este jueves junto a otros residentes que no quieren seguir soportando una situación que dicen dura ya «dos años» y no tiene visos de mejorar.
«Esto empezó a principios de la pandemia», explica María Jesús Brito, que lleva viviendo en la zona «los 24 años» de construidos que tienen los edificios que rodean el parque infantil. Confiesa que si bien al principio no dudaron en echar una mano a estas personas que llegaban con idea «de seguir su camino», ahora «esto se ha desbordado».
Los vecinos afectados explican que estos chicos «están las 24 horas aquí», lo que supone que hagan sus necesidades en plena calle e incluso pernocten en la zona de juegos infantiles. A esto se suma los ruidos que generan e impiden el descanso, pues «hacen botellones y se pelean entre ellos».
«Hay unos escándalos tremendos, el último fue por preservativos», apunta María Jesús, quien reconoce haber presenciado peleas. «¿Tú sabes lo que es coger las ramas de las palmeras y pegarse como bestias?», expone.
Asegura que la respuesta policial a sus llamadas no es la que precisan. «Al principio venían, pero ya no vienen», indica.
«Compré aquí porque esto estaba tranquilo y me he llevado una sorpresa muy grande», explica Juana Perdomo, que solo lleva un año en la zona y asegura que «no se puede vivir».
Dice que desde su ventana es testigo directo de comportamientos poco cívicos. «Hacen pis, la caca, destrozan el mobiliario, se ríen de ti, no te hacen caso...», relata. Ademas, habla de «la inseguridad que tenemos» y explica que «cuando salgo, tengo que llamar a mi marido para que me espere en la esquina».
Mila Santana, vecina de la zona, también confiesa que «a las ocho de la tarde a más tardar estoy en mis casa, porque te hacen cara, y es que hacen lo que quieren».
Juana dice que no es una cuestión de racismo, pues comprende «que cada uno tiene que buscarse su vida, pero que nos respeten y nos dejen vivir». Y es que señala que tanto ella como sus vecinos viven a diario «botellones y peleas a puñaladas, con navajas y con cristales, que yo no tengo por qué estar viendo».
Por eso participa en las caceroladas organizadas por residentes que como ella quieren una solución. «Es el último cartucho que a mí me queda y quiero vivir bien», dice sobre la casa desde la que observa estas escenas.
Pese a todo, entiende que «todos no son iguales» y que estos hechos se limitan a un grupo de magrebíes, pues los subsaharianos «son más respetuosos».
Jonathan Pérez, isletero preocupado por lo que viven los residentes en esta parte del barrio, corrobora que la mayor parte de las escenas que describen los afectados están protagonizadas por «marroquíes y argelinos», que «se pasan el día bebiendo y consumiendo» y hacen sus necesidades en la calle generando malos olores, e incluso «el otro día la Policía se llevó a uno porque intentó robar 50 euros a una mujer».
Asegura que él pasó su juventud en un parque «en el que hace meses que no ves a un niño». Algo que confirma Manuel Andrade, que dice que «esto estaba lleno de niños, oía las risas y venía mi nieto, pero ahora no se puede».
Este vecino señala que esta era una zona tranquila hasta el punto de que «sacaba a mi perro a la uno o las dos de la madrugada sin ningún problema», pero ha tenido que variar su rutina. «Ahora salgo a las nueve de la mañana y a las nueve de la noche y siempre mirando para atrás porque no estoy seguro, porque parecen leones que se acercan a uno pidiendo dinero o tabaco».
Por eso invita a las autoridades «a que vengan solo un día y estén mañana, tarde y noche para que vean lo que es esto».
«Yo los acepto», dice María Jesús, pues dice desconocer las circunstancias que atraviesan estas personas, pero pide respuestas. «Pónganos un baño público y seguridad todo el día, además de la limpieza, que es fundamental porque ya no bajamos ni los niños al parque, el parque es de ellos», plantea.
Serafín reconoce que el tema de la limpieza es un gran problema y es que dice que además de hacer sus necesidades en la calle, «sacan cosas de los contenedores y lo que no les sirve lo dejan tirado». Además, señala con ironía, «hasta tenemos un rastro», dice en referencia a la ropa y otros enseres que estos chicos levan al parque para intercambiar entre ellos o vender.
El portavoz del PP en el Ayuntamiento, Ángel Sabroso asegura que «el PSOE ha generado que Gran Canaria y en particular Las Palmas de Gran Canaria sea el municipio con mayor presión migratoria de toda España, donde abandonan a los inmigrantes y a los Menas a su suerte y sobre todo abandonan a los vecinos».
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