Los rostros del barrio
Armando Quintana: Siempre disponibleLos rostros del barrio
Armando Quintana: Siempre disponibleLa familia Quintana regenta el kiosco de la plaza de Obispo Frías, en Escaleritas, desde el 19 de marzo de 1964. Allí empezó Armando a trabajar con su padre cuando solo tenía 14 años y al mirar desde el minúsculo negocio solo veía tierra en el horizonte. Ni grandes edificios ni siquiera el Mercado de Altavista. Desde entonces, Armandín, como le llama gran parte de su clientela, siempre ha estado disponible para sus vecinos.
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El de Armando Quintana es la perfecta definición del pequeño comercio. Lo es por sus dimensiones, apenas dos metros cuadrados en los que cabe de todo. Pero también por la proximidad con la que su responsable trata a su clientela, una palabra que tal vez no defina bien la relación que tiene con ellos. «Aquí soy hasta el psicólogo de muchas personas que me cuentan sus problemas», explica entre risas.
El Kiosco Quintana abre todos los días de la semana, en los días laborales mañana y tarde. Sábados y domingos hasta las 15.00 horas, momento en el que Quintana baja la persiana y se dispone a ver el fútbol. Su pasión.
Fue jugador en los buenos tiempos del fútbol regional. Concretamente en una de los grandes de su tiempo y un histórico que continúa vivo: la UD San Antonio. Allí jugó Armando Quintana como extremo o interior en los años en los que aquellos partidos eran masivos. «Era una cosa impresionante. Se llenaban las gradas del López Socas, pero es que además la gente se quedaba en el paseo desde arriba para ver los partidos.Como los de aquella rivalidad mítica con el Sporting de San José», recuerda.
Y es que a través de fútbol se vertebra gran parte de la vida que sucede desde hace seis décadas en el Kiosco Quintana. Un escudo de la Unión Deportiva acompaña al nombre del negocio en su lona, donde también destaca una foto de Armando junto a Juan Carlos Valerón. Célebre es a su vez su peña quinielística, muy participada, y que ha pillado en más de una ocasión algún pellizco.
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Apenas unos minutos de conversación con Quintana en la ventanilla de su negocio son suficientes para comprender su relación con el barrio. No pasan ni tres minutos sin que alguien le pida un paquete de tabaco, pan, llame por teléfono para apuntarse en la quiniela de la semana o, milagro en estos tiempos, venga a comprar el periódico.
Y es que el entorno del Obispo Frías, con su pabellón rebautizado como Félix Santana, es la zona cero de los movimientos de Armando. Vecino de una vivienda apenas unos metros más allá de su kiosco, donde cultivó una vida de esfuerzo para educar a sus cuatro hijos. Él recogió el testigo de su padre pero duda de que haya relevo generacional porque «gracias a dios todos mis hijos tienen trabajo».
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Desde su negocio podría contar la Escaleritas del desarrollismo. La de aquella gente que llegó de otros lugares y sentó las bases de la Ciudad Alta del presente. «Desde aquí tengo el conocimiento del barrio de cinco generaciones. Las de mis abuelos, la de mis padres, la mía, la de mis hijos y la de mis nietos. Vienen hoy muchos hijos de algunos que venían a comprar antes y decían aquello de apúntaselo a mi madre», señala con una sonrisa.
Armando Quintana mantiene esa esencia de toda la vida. De tener la cuenta de los clientes de siempre abierta en los malos momentos, con una muestra de respeto mutuo en la que siempre se cumple la palabra.
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Los años pasan y Quintana sigue con energía. Pasa casi 12 horas en su pequeño negocio pero no pone horizonte de hasta cuándo seguirá, figura emocional para todas esas generaciones que pasaron por allí y que recuerdan con mucho cariño su establecimiento. Niños que llenaron sus álbumes de estampas comprando allí.
La del Kiosco Quintana es una vida numantina, de resistir a los cambios de los tiempos. Su entorno ha ido dejándole solo como negocio en esas calles cuadriculadas de Escaleritas. «La verdad es que da mucha pena que la llegada de las grandes superficies obligara a muchas tiendas a cerrar. Porque eso, además, es algo que ahora se nota mucho con la gente mayor del barrio. Que se ven obligados a subir la cuesta para ir al supermercado y volver a casa cargados porque no quedan muchos sitios para hacer sus compras por aquí», comenta.
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Y es que incluso él se vio amenazado por esos cambios. «En su día tuve que pelear por mantener el kiosco, en el año 1995, cuando construyeron este parque en la entrada del pabellón. Acabamos en juicio y logramos ganar. Porque querían quitar este negocio para poner algo más parecido a una cafetería», cuenta.
Pero allí sigue Armando Quintana, defendiendo el legado de su padre, aquel que una vez hecho el relevo acudía al kiosco a cubrirle las horas que él dedicaba a entrenar con el San Antonio.
Un negocio de barrio con sus propios códigos, esos que se están perdiendo. Ese encuentro con un vecino que le saluda todas las mañanas con aquello de «buenos días, señor caballero» mientras Armando se da la vuelta para coger de la nevera la cerveza «amarilla» que sabe que le va a solicitar.
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