En 1905, Simón Benítez Alonso afirmaba que todo el mundo conocía la mantilla de encaje, la de madroños, la de terciopelo, la castellana, la andaluza, ... la del norte, pero que la mantilla canaria era la gran desconocida reuniendo la belleza de todas las anteriores y mucho más.
Decía que era «jazmín encendido con el prodigio del suavísimo blancor del alba, que encerraba el espíritu de la discreción en su aspecto más hondo y delicado, pues las mujeres canarias la llevaban de un modo que, al contemplar el rostro que recataban, se adormecían los instintos y se despertaban las virtudes».
Y ahí está, en esa especie de misticismo que define la prenda, el que la mantilla hecha para cubrir a las mujeres en las tareas del campo, en el ir y venir de lo cotidiano, en las fiestas y romerías; fuera durante el último siglo poco a poco convirtiéndose en una vestimenta casi ligada en exclusiva a los actos religiosos. Ello ha cambiado últimamente debido a su uso en las indumentarias de los grupos folclóricos isleños, que le han dado un nuevo viraje a la prenda en sí, y sobre todo al modo de verla por parte de la población.
Tanto en la capital como en las poblaciones principales de la isla, la asistencia a todos los eventos que caracterizaban y definían las distintas celebraciones religiosas como la Semana Santa, se veían llenos de cientos de mujeres cubiertas con las mantillas blancas o negras dependiendo de su estado y edad; pero no acompañando específicamente a ninguna devoción ni paso procesional. Lo normal era vestir así.
Lo contrario era vestir a cuerpo gentil; es decir, sin cumplir las normas tradicionales de aspecto en las vestimentas femeninas.
Tendría que llegar 1928 para que en Las Palmas, a partir de un artículo publicado en prensa a inicios de marzo de aquel año que pretendía impulsar el que la población isleña comenzara a trabajar con el mayor entusiasmo para que la Semana Mayor no decayera en su tradicional esplendor, un grupo de hombres de la burguesía, del clero y de la clase alta de la ciudad -semilla de la que más tarde nacería la Junta de Semana Santa- comenzara ese camino, creando una nueva procesión que pretendía constituir un verdadero acontecimiento a la vez religioso y artístico, pues la formarían las imágenes del Santísimo Cristo de la Sala Capitular y la de la Virgen de los Dolores de la Catedral, ambas de Luján Pérez.
Contando la propuesta con el apoyo del Obispado y el Cabildo Catedral expresado en acuerdo del mismo el once de marzo, el Cristo fue trasladado desde la Sala Capitular a la capilla de los Dolores el 26 del mismo mes; y el 6 de abril de 1928 tuvo lugar la procesión de ambas imágenes en la mañana del Viernes Santo.
Francisco Manrique de Lara, Domingo Doreste, Diego Mesa y López, Carmelo Casabuena, José Azofra, José Feo y varias personas más se reunieron en el despacho de don Diego para organizar aquella primera procesión con mucha ilusión y hasta con los tronos prestados.
Tal como contara años después Francisco Manrique, la propuesta del acompañamiento de las mujeres con mantilla y la propia definición de dicha procesión con el nombre de la prenda, sería del canónigo y último maestreescuela catedralicio, José Azofra del Campo, que era asimismo quien dirigía el trono. Tras el vacío marcado en los años siguientes por el gobierno de la Segunda República, sería en la segunda mitad de la década de los treinta y a inicios de los cuarenta cuando la participación de mujeres acompañando a los pasos procesionales, cubiertas con mantillas blancas o negras, fue afianzándose en Las Palmas de Gran Canaria y en otras parroquias grancanarias como Teror o Tamaraceite.
En muchas de ellas vinieron las mantillas de la tierra a unirse a las de encaje utilizadas desde muchos años antes en éstas y otras celebraciones festivas. En la década de 1860, la sombrerería de la calle de San Francisco, junto a sombreros de felpa, de paja canela o cachorras de tela, anunciaba «graciosas mantillas de blonda» para uso de las mujeres grancanarias, aunque nunca lograron desbancar a las mantillas canarias, debido al uso, mucho más variado y cotidiano de estas últimas. Como decía ya desde mediados de los treinta, aparecen las recomendaciones del uso de la mantilla blanca o negra -ésta usada desde siempre por la cofradía de la Soledad y últimamente en la procesión de Nuestra Señora de los Dolores de Triana- no sólo desde el clero sino también desde instancias culturales que entendían que su uso en estos eventos ayudaría a evitar su desaparición.
Como ejemplos, basten su presencia masiva en la Bajada de Nuestra Señora del Pino a Las Palmas en 1936 o como, dos años más tarde, la procesión nocturna del Jueves Santo desde la parroquia matriz de San Agustín, con Jesús Crucificado, San Juan Evangelista y la Dolorosa, estuvo acompañada por señoras y señoritas con la clásica mantilla canaria dando gran realce a la procesión con esa nota típica.
Por fin, el Sindicato de Iniciativas y Turismo proponía el 14 de marzo de 1939 la obligatoriedad del uso de la mantilla en determinadas procesiones de la Semana Santa a partir de aquel año, sobre todo en la noche del Jueves Santo. La propuesta fue acogida inmediatamente en todos los pueblos de la isla proponiéndose en algunos de ellos darle mayor amplitud, extendiéndola a todas las procesiones y ceremonias religiosas. Desde entonces, aunque con diferentes estilos y rapidez la propuesta fue implantándose en toda Gran Canaria, creando un ambiente que relacionaba religión, promoción turística, tradición y cultura en torno a la prenda.
En el folleto editado a inicios de 1941 por la Junta Provincial del Turismo, destacando la importancia que las procesiones y ceremonias religiosas de la Semana Santa revestían en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria y de toda la isla, ya se hacía especial mención a la procesión de la mañana del Viernes Santo creada en 1928, llamándola con el calificativo de 'procesión de las mantillas', y resaltando que las mismas por su seriedad y recato encuadraban perfectamente en los actos religiosos. El efecto de recuperación de la mantilla -si alguna vez estuvo perdida- se consiguió con rapidez. A ello ayudó que el equipo cinematográfico que realizaba los documentales para la Exposición Internacional que se celebraría en Madrid en verano de aquel mismo año, solicitó a la Comisión organizadora de la Semana Santa que todas las mujeres que deseen acompañar a las imágenes junto a los tronos lo hicieran vistiendo la mantilla canaria.
Aunque todo ello tardó en extenderse y el resultado no fue el apetecible. Muchas mujeres fueron recelosas a perder la costumbre de llevar la de blonda y las que se ponían la canaria, no se las colocaban al estilo tradicional, dejando ver por ejemplo sus frentes al completo, algo que no se hacía en la usanza campesina tal como se muestra en grabados y fotografías del XVIII y XIX. Por ello, tres años más tarde se volvía recordar desde la organización que no estaría mal que dando las mujeres de lado a indumentos y tocados importados, tuvieran un gesto de afecto hacia la injustamente olvidada mantilla canaria, tan severa, tan honesta y cómoda.
Los intelectuales y defensores de la tradición defendieron siempre el mantenimiento de la prenda a través de su traslación al acompañamiento religioso. Pedro Cullen afirmaba en 1948 que el devoto acompañamiento de mujeres tapadas con la mantilla canaria o la española eran imágenes extraordinarias y tenían todo lo que se quería para la Semana Santa de Canarias: sabor, dignidad y categoría.
Idéntica senda llevó la implantación en los restantes municipios grancanarios. En 1964, los oficios terorenses de la Semana Santa estuvieron acompañados por un equipo de TVE que en el deseo de remarcar el tipismo canario, no sólo grabaron la Adoración de la Santa Cruz, el Sermón de las siete Palabras, el Descendimiento o la Caída de la Losa.
Los operadores de TVE tuvieron especial interés hace más de sesenta años en tomar con sus cámaras a un grupo de muchachas envueltas en la típica mantilla canaria, que posaron para las cámaras en el mismo instante en que de rodillas sobre el mármol blanco del presbiterio, recibían la comunión. La mantilla canaria era tal como destacara Francisco González Díaz en 1906 un «complemento de la belleza de la mujer; prestaba encanto al rostro femenino y le sirve de marco interesante para que se vean más sus valores y gracias del sexo con algo de toca monjil, con un poco de velo oriental, requiere garbo, soltura, nativa elegancia, la moda debería respetarla, haciendo con ella un pacto, para que no muera nuestro último distintivo regional, la emblemática corona de pureza de las mujeres de Gran Canaria«.
Ello se entendió en 1928 y se sigue entendiendo desde entonces, aunque con grandes y graves irregularidades, que van desde el inadecuado uso de telas no apropiadas, el desconocimiento del arte de plancharlas correctamente o la sutileza de su perfecta colocación.
Pese a todo ello, sigue siendo la mantilla canaria la prenda más significativa y relevante de la vestimenta tradicional de las mujeres isleñas y el verlas acompañando a los pasos de Semana Santa, símbolo y señal inequívoca de que se está en tierra canaria.
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