
De cuando la iglesia salvó a María Afonso de un degüello
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Faneque Hernández presenta 'Tres dramas de la historia de Canarias con nombre de mujer' | Será este próximo martes, en El Museo CanarioDía tres de septiembre de 1496. Plazoleta de Los Álamos, en plena Vegueta. El pueblo asiste a la ejecución de una mujer, María Afonso, de origen portugués, atada a la picota. El denunciante, su propio marido, Gonzalo Díaz, un indígena canario rebautizado. La sentencia: muerte por degüello por adulterio. Pero al final salvó su cabeza. Fue rescatada por un grupo de religiosos de la vecina Catedral, que la refugiaron en el templo (entonces más pequeño que el actual), donde estuvo meses a resguardo.
Y menos mal. La acusación de adulterio se la inventó Gonzalo porque buscaba casarse con Luisa Betancor, una nativa de estirpe noble rebautizada, Tenesoya Vidina, que a su vez había repudiado al que había sido su marido Maciot Betancor, de la familia de los primeros normandos que iniciaron la conquista.
Este es uno de los tres dramas que forman parte del último libro de Faneque Hernández, donde lo incluye como una recreación literaria escrita en romance que, sin embargo, responde punto por punto a un hecho real documentado en un proceso judicial que custodia el Archivo de Simancas.
Este catedrático de Geografía e Historia e inspector de Educación jubilado se quedó prendado de este curioso episodio histórico en el que los papeles parecen invertidos. «Lo normal es que concibamos a los canarios como los buenos y a los curas como los malos», apunta Hernández, que le pareció muy digna de resaltar la heroicidad de aquellos prebendados, quienes, por cierto, acabaron pagando muy caro aquel gesto de humanidad.
Lo descubrió de forma casual a partir de un índice que de temas canarios del Archivo de Simancas había elaborado el escritor Mariano Gambín. Le llamó la atención porque en el enunciado se mencionaba a un tal Gonzalo Díaz que Hernández había investigado para otra obra suya anterior. Pidió ayuda al historiador Manuel Lobo, «el mejor paleógrafo de Canarias», que le transcribe el documento y no solo le confirma sus sospechas, que aquel Gonzalo era el mismo al que en su día le siguió la pista como indígena exiliado y esclavizado en Madeira que había logrado regresar a Canarias, ya liberto, casado y con medios económicos, sino que además le brinda una historia digna de ser contada.
Fue el acicate que necesitó para lanzarse a la aventura de este nuevo libro, 'Tres dramas de la historia de Canarias con nombre de mujer', editado por Canarias Ebook, con prólogo, precisamente, de Manuel Lobo, y unas muy cuidadas ilustraciones de Pepe Socorro.
Será presentado el próximo martes, día del Libro, en El Museo Canario, a las 19.00 horas. De los tres dramas, dos están escritos en romance porque Hernández, que cede sus derechos a las instituciones que quieran representarlos, los ha redactado así con la idea de que puedan ser escenificados.
El segundo drama, en prosa, es una licencia literaria del autor, aunque, eso sí, siempre a partir de un contexto real. Recrea una supuesta carta de despedida que una princesa nativa canaria, Catalina Hernández, vecina de Agüimes, ya en su lecho de muerte, dirige en 1526 a su madre, Juana Hernández, otra noble indígena que reside en Tenerife.
Ese ficticio texto epistolar, que Hernández hizo por encargo de El Museo Canario y que ya fue escenificado el año pasado en sus instalaciones, le sirve de excusa para relatar sus azarosas vidas, en las que no faltó, por cierto, el paso por la esclavitud en el caso de Juana, y para poner sobre la mesa una peculiaridad en la conquista de Canarias que Hernández lleva años defendiendo y que Lobo también confirma en el prólogo.
Si en algo coinciden las biografías de Juana y su hija Catalina es en que ambas, como miembros de un linaje real indígena, ejercieron su derecho a repudiar a sus esposos. «Nadie se creía mi tesis de que las princesas nativas tenían derecho de repudio sobre los maridos. No estaba constatado, pero ahora Manuel Lobo también lo prueba con un caso similar en Güímar (Tenerife)».
Hernández lo explica. «La sucesión al trono de los reinos indígenas era matrilineal; eso sí que se sabía, de tal manera que es la hija de la reina la que al casarse se convierte en siguiente reina. Y su marido pasa a ser el guanarteme. Se hacía por línea de mujer, de madre a hija, en época indígena». Y así se siguió haciendo a posteriori, porque «cuando se hacen las capitulaciones en Córdoba con los Reyes Católicos, entre otras cláusulas que se fijan, figuró el derecho a que las princesas nativas pudieran repudiar a sus maridos».
Y el tercer drama, también por encargo de El Museo Canario, tuvo lugar 100 años más tarde y cuenta en romance un momento crucial en la vida de otro personaje histórico que fue rescatado por Faneque Hernández entre los papeles de la colección del Marqués de Bute custodiados en la institución con sede en Vegueta. Se trata de María García, una mulata hija de esclavos libertos, vecina de Teror, que, tras una vida llena de infortunios, fue condenada en 1608 por el Santo Oficio por ejercer la hechicería.
El autor hace otra recreación literaria, pero, otra vez, sustentada en hechos constatables y reales. «Me he puesto en el papel de María García ante el tribunal y empiezo a contar su vida y a tratar de solicitar que sean temperados, que no sea una sentencia dura. Que tenga en cuenta, por ejemplo, que la casaron con 9 años con un viejo borracho, con una violencia terrible en la casa y que a los 15 él la denunció por adulterio y la metieron dos años en la cárcel», entre otras desgracias. La acabaron desterrando cuatro años de Gran Canaria y Tenerife, tras la humillación de un cruel auto de fe dentro de la catedral en el que debió desfilar medio desnuda.
Cada drama incorpora un anexo con información que da fe de su rigor histórico. ¿Cómo? Aporta documentación de cada caso, como, por ejemplo, la transcripción entera de lo que se conserva en Simancas del proceso judicial a María Afonso o los papeles de Bute sobre María García.
Con esos datos y con esos tres dramas, Faneque Hernández, que dedica el libro a su propia esposa, Carmen María Santana, hace una «vindicación» del derecho al libre albedrío de las mujeres, sin sujeción alguna a los varones. Porque si algo comparten las protagonistas de este libro es que, al margen de sus respectivos status sociales, fueron víctimas por el hecho de ser mujer en un contexto social muy dominado por el hombre.
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