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Fiestas del Pilar en Casablanca, a mediados del pasado siglo. FOTO APORTADA POR JOSÉ LUIS YÁNEZ
Firgas, el recuerdo de un convento y la iglesia del Pilar

Firgas, el recuerdo de un convento y la iglesia del Pilar

«Todo pueblo civilizado mantiene las señas que lo identifican como una comunidad social respetuosa con las columnas que fundamentan sus orígenes».

JOSÉ LUIS YÁNEZ RODRÍGUEZ

Cronista Oficial de Teror

Lunes, 10 de febrero 2025, 01:00

El Ayuntamiento de Firgas solicitará al Cabildo de Gran Canaria la declaración como Bien de Interés Cultural (BIC) de la Iglesia de San Roque, en el casco del municipio, y el templo Parroquial de Nuestra Señora del Pilar, en el barrio de Casablanca. Esta declaración, además de la protección, supondrá el reconocimiento y promoción de ambas iglesias y la posibilidad de obtener subvenciones públicas para la mejora y mantenimiento de ambas infraestructuras.

El extraordinario conjunto urbano que en la actualidad se configura en la Villa de Firgas en torno a la Plaza de San Roque está definido social e históricamente por la presencia de varias edificaciones entre las que destacan la Casa Parroquial y el Templo de San Roque, herederos de las edificaciones que cobijaron el Convento Dominico de San Juan de Ortega, fundado en Firgas -por entonces pago de Arucas- en 1613 como heredero de la ermita que la familia Rodríguez de Palenzuela construyó para uso de los trabajadores de su hacienda azucarera.

Por Real Cédula de 4 de febrero de 1484, los Reyes Católicos «autorizarían a Pedro de Vera, capitán jerezano, llevase a cabo el repartimiento de las tierras entre los jefes y caballeros que habían participado en las diferentes operaciones»; a raíz de lo cual le fue concedido al capitán Alonso Rodríguez de Valenzuela o Palenzuela, terrenos en diferentes partes de la isla y, entre ellas, el llamado Heredamiento de Firgas para desarrollar y cultivar caña de azúcar.

La ermita del mismo estaba construida ya por el año 1506 y dedicada a la advocación de dicho santo de origen burgalés al igual que el fundador; y en 1613 se acrecentó con la fundación del convento; que si bien nunca fue poseedor de grandes privilegios ni propiedades, sí fue muy estimado por los vecinos de toda la comarca. Por 1556 se produjo la llegada de la primera imagen de San Roque al mismo, que sería sustituida en 1905 por la actual.

La Real Orden de Exclaustración Eclesiástica de 25 de julio de 1835 del ministro José María Queipo de Llano y Ruiz de Sarabia, conde de Toreno -previa a la Ley de Desamortización de Mendizábal- suprimió los conventos en los que no hubiera al menos doce religiosos profesos, caso en el que se encontraba el de San Juan de Ortega.

Ello no fue decisión al gusto de los firguenses, lo dejaron bien claro éstos cuando, afirmaban a fines de aquel año que «el ayuntamiento del pueblo de Firgas no puede menos que sentir el mucho dolor que le causa la extinsión del Convento». El obispado actuó prestamente y ya en noviembre de 1835, razonando «el aumento de la población, escabrosidad de los caminos y dificultad de transitarlos en invierno» solicitaba la creación de una nueva parroquia, segregándola de la matriz de San Juan de Arucas. La iglesia conventual fue sede de la parroquia creada una década más tarde tras el decreto firmado por Isabel II el 23 de mayo de 1844.

Fachada del convento de San Juan de Ortega, antes de las obras en los años sesenta. Foto aportada por José Luis Yánez.

Convento y templo han estado en permanentes arreglos durante más de un siglo y medio. Obras como el campanario, la instalación del reloj, distintas ampliaciones hasta que, por el evidente peligro de desplome de los techos se cerró el año 2004, trasladándose los cultos y celebraciones a un local cercano y al año siguiente, el Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Las Palmas redactó el proyecto de restauración.

Este templo de San Roque -antiguo y remozado-se inauguró, con presencia del obispo Francisco Cases en las fiestas del santo titular el 10 de agosto de 2008. En 2017 se inauguró un magnífico retablo que enriqueció aún más el templo firgunse. La casa parroquial, vetusta, semiabandonada y con una singular estampa de casa rural grande pero sencilla permaneció sin muchos cambios prácticamente un siglo hasta que ya a mediados del XX. Un balconcillo cerrado en su parte superior abría ventanillos hacia la plaza descansando sobre pilastras y un poyo en el que se sentaban los vecinos en sus tertulias.

En 1953, el propio ayuntamiento dedicaba especial atención en exponer al gobernador civil en una de sus visitas la necesidad de un urgente proyecto de reforma de la casa, por encontrarse el cobertizo adosado a la misma en estado ruinoso y siendo un constante peligro para la seguridad pública; y aunque a la par surgían voces que expresaban la necesidad de su restauración y no de la demolición, en las fiestas de San Roque de 1963, el antiguo convento había perdido la parte superior de su corredor cerrado que estaba ya sustituido por una nueva fachada, que se nivelaba con la del templo y en la que se ubica un balcón central. Pese a ello, parte del interior de las dependencias conventuales y sus paredes maestras se conservaron en casa y templo y han llegado a nuestros días con necesidad de devolverles la prestancia y la seguridad que por su historia y su relación con la sociedad firguense tienen.

«En cuya virtud ha nacido en todos los habitantes el vivísimo deseo de llevar a cabo una de las obras más indispensables para todo un vecindario cristiano: la construcción de una ermita». Esto escribían todos los vecinos y vecinas del pago de Casablanca en el municipio de Firgas, la noche del cuatro de junio de 1923. Se habían reunido para preparar un escrito dirigido al obispado, en el que solicitarían licencia para la edificación de una iglesia dedicada a la advocación de Nuestra Señora del Pilar dentro del territorio del barrio.

El obispo Miguel Serra y Sucarrats autorizó la obra el trece de julio del mismo año. La falta de financiación no importó a la gente de Casablanca, que prestamente pusieron manos a la obra y crearon una junta al efecto de organizar la construcción, que se inició con la primera piedra el 15 de julio de 1923; lo que se reseñó oportunamente en la correspondiente acta fechada el mismo día y en la que aparecen los vecinos Francisco Guerra Navarro y Pilar Medina Navarro como padrinos del acto, Manuel Rodríguez Falcón, Domingo Marrero Medina y otros dejando constancia de que aquel día «en el pago de Casablanca, Parroquia de Firgas, y con esta fecha, el párroco de la misma, don Juan Quintana Rivero completamente autorizado por el Muy Ilustre Señor Gobernador Eclesiástico en trece de los corrientes, bendijo y colocó la Primera Piedra para una ermita».

Dos años más tarde, la ermita estaba concluida a «fuerza de sudores y sacrificios» como expresaba Domingo Marrero, presidente de la comisión, que aprovechaba conjuntamente con el mencionado secretario Manuel Rodríguez para agradecer a todos los que con su trabajo y sus limosnas habían contribuido para ver la obra terminada.

El 24 de octubre de 1925 se bendeciría la iglesia por el párroco Juan Quintana y se elevaron los primeros fuegos artificiales en unas fiestas del Pilar de manos de Juan Dávila; tanto cura como fueguista naturales de Teror. Al día siguiente, se procedió a la bendición de la imagen de Nuestra Señora del Pilar, llegada desde la zaragozana «Casa Aranda» y bajo el padrinazgo de Francisco Hernández Guerra y Asunción Guerra Navarro. Después de bendición y misa, tuvo lugar la primera procesión que vieron las calles del barrio de Casablanca, amenizada por la banda de música de Bañaderos.

Zona interior de la edificación. Cober

Al año siguiente se uniría la donación de las imágenes de San Pedro y San Bartolomé, realizadas también en Zaragoza. Donadas por Felisa Marrero Ponce en recuerdo de su esposo; fueron bendecidas el 27 de febrero de 1926.

La iglesia de Nuestra Señora del Pilar fue convertida en parroquia desgajándola de San Roque de Firgas en 1943, por el obispo Pildain y Zapiain. La edificación cumplirá pronto cien años, con intervenciones que la han dejado mejorada, pero aún con carencias en distintas materias como la megafonía, la instalación eléctrica y el estado de algunas de sus imágenes. No parar en esas mejoras es deber de todos y no es más que cumplir con el mérito de sus habitantes que han sabido poner durante este tiempo todo el empeño, los «sudores y sacrificios» y también la vitalidad para no desaparecer como comunidad social, manteniendo las señas de identidad que definieron sus antepasados.

El centenario se acerca y los vecinos y vecinas de Casablanca deben celebrarlo con toda la solemnidad que la efeméride merece y todo el orgullo de que son herederos de quienes lo hicieron posible.

Todo pueblo civilizado mantiene las señas que lo identifican como una comunidad social respetuosa con las columnas que fundamentan sus orígenes y, con ello, su futuro. El patrimonio es de todos y todas, así como el deber de mantenerlo y transmitirlo.

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