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Agustín Hernández Torres (Agustinito), considerado el último habitante de la Caldera de Bandama, ha fallecido este viernes a los 97 años de edad después de permanecer ingresado durante varias semanas en el Hospital Doctor Negrín. Fue su último guardián y el último agricultor de este accidente volcánico. Sus restos mortales se encuentran en el Tanatorio San Miguel de la capital y serán incinerados este sábado a las 12.30 horas.
Agustinito recorrió a diario el camino de subida y bajada del caserío a la Caldera de Bandama desde 1938, cuando desde Telde llegó al Monumento Natural junto a su familia, hasta el año 2020, convirtiéndose con el tiempo en el último eslabón de la larga saga de campesinos que colonizó este rincón de Santa Brígida desde finales del siglo XVI hasta el mismo siglo XXI.
Nacido en 1927, con apenas 11 años y junto a sus padres y sus siete hermanos se trasladó desde Telde a la Caldera para cuidar las cultivos que entonces había en el fondo a cambio de comida para la familia. Ya nunca se alejó mucho de ella y acabó siendo su guardián. En sus manos estuvo durante décadas la llave que abre y cierra la cancela de acceso al espacio protegido.
Desde 2021, y después de tantos años de cuidados desinteresados, el último habitante de la Caldera de Bandama cuenta con una placa de reconocimiento a la entrada del sendero que da acceso al fondo, rebautizado como Camino Agustinito.
La historia de Agustinito está íntegramente ligada a la de La Caldera, donde vivió por muchos años en las casas de muros anchos y tejados a dos aguas que se atisban desde el mirador de Los Cuartos o desde el Pico de Bandama; donde ha arado sus tierras, sembrado y aventado el grano en sus eras.
Allí también ha sufrido y disfrutado de la dura, sencilla y sin artificios vida del campesino canario, compartiendo un pizco de queso, pan y vino con todo aquel que tuviera la sensibilidad de poner la oreja para escuchar toda la sabiduría popular que derrochaba.
El Cabildo de Gran Canaria ha lamentado profundamente el fallecimiento de este hombre afable, conservador del paisaje y personaje esencial en la historia de la Caldera de Bandama, que «deja una huella indeleble en la memoria insular».
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