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Sábado 29 de julio. Cinco menos diez de la tarde. Un joven desconocido toca a su puerta. Solo le pide que le deje cargar el móvil. Bibiana Araceli Talavera, que vive en Pie de la Cuesta, un minúsculo y algo aislado caserío de Agüimes, decide que espere dentro. Le ofrece un refresco y cuando le cuenta su historia, lo acoge.
Así es como esta vecina solidaria y humanitaria entra en la rueda de la experiencia vital que Charles Attonaty, de 30 años y de Normandía, empezó un 27 de julio de 2020, a las 7.40 horas de la tarde, cuando optó por volver a nacer, dejar atrás su vida «terrenal y cartesiana» y emprender una vuelta al mundo sin rumbo, sin dinero y llevada solo por la humanidad de aquellos que lo quieran ayudar.
«En 2020 tenía mis vacaciones en Tailandia, pero con la covid no fue posible, me sentí frustrado, implosioné y decidí cerrar la puerta de mi casa». En el fondo, y pese a su mundo convencional y de comodidades, con un trabajo y un hogar seguro, no estaba contento consigo mismo. «Por el momento llevo recorridos 25 países». Todos en Europa, salvo Turquía, a caballo entre este continente y Asia. Su siguiente objetivo es cruzar el Atlántico para acabar en Uruguay. Quiere conocer al expresidente José Mujica. Por eso acabó en Canarias.
En su periplo por Andalucía preguntó por la mejor manera de coger rumbo a América y le ofrecieron un billete de barco a Gran Canaria. Tras 32 horas en el océano y varios kilómetros de camino con la mochila a cuestas por carreteras de la isla tocó en la casa de Bibiana. «Eligió la mía porque dice que sintió que había como armonía», explica ella.
«Cada día es una nueva vida para mí. No sé con quién me voy a encontrar, dónde voy a dormir, ni si voy a comer. Es una vivencia muy extrema. No pido nada y recibo lo mejor de la naturaleza humana», explicaba Charles este miércoles durante una visita que hizo a Ingenio, donde fue recibido por el alcalde, José López Fabelo, el vicealcalde Rayco Padilla y la edil de Presidencia y Turismo, Vanesa Martín, en medio de una gran expectación. No le pilla de nuevas. Su aventura arrasa en redes sociales, en las que sus seguidores se cuentan por miles, pero también ha seducido a grandes cabeceras mediáticas europeas como 'The Times'. Es más, fue tal su popularidad en Reino Unido que llegó a frustrar uno de sus objetivos, que la gente lo ayude por que sí, por humanidad, no por su fama.
Esta es una de las normas que se ha autoimpuesto Charles. No cortó con su vida para hacer turismo. Su hazaña busca ser un «desafío personal», pero también un intento de probar que la bondad humana existe. Su energía, explica, es el amor de la gente. Ahora está inmerso en la quinta etapa de esta singular empresa. Esta última lo ha llevado por el norte y el sur de España, Andorra, Portugal y ahora Canarias. Y cada vez que empieza una nueva etapa se fija requisitos extremos, como si quisiera desintoxicar su cuerpo cuanto antes del artificio de una vida desconectada de la naturaleza. «El primer día de mis etapas no puedo desayunar, no puedo coger comida ni bebida de mi mochila, no puedo coger dinero, no puedo usar tarjeta de banco, ni internet, ni seguridad social, ni seguro. Solo mi mochila con mi equipamiento y mi buena energía...».
Y ya en medio del viaje, si se encuentra con gente, tampoco puede pedir comida ni alojamiento ni trabajar en el país. Todo ha de partir de la humanidad que despierte en los demás. La dificultad que se pone es alta y eso también le ha traído consecuencias. No en vano, lo ha llegado a pasar mal. «He estado hasta dos días sin comer y un día y medio sin beber y pude morir en España, en Laponia, a más de 30 grados bajo cero, en Islandia...».
Solo se permite pedir que le dejen cargar el móvil, usar el aseo y que le informen de dónde puede plantar su caseta sin que moleste a nadie. En muchos sitios está prohibido. Pese a tantas limitaciones, Charles ha sobrevivido y sigue viajando, de ahí una primera lección. «El 95% de la gente que me he encontrado es buena gente. Cuando empecé pensaba que la gente era mala, pero era un ignorante. Me ha cambiado totalmente la visión».
Viaja solo, sin dinero, con una mochila de entre 30 y 35 kilos de peso, sin programa y sin límite de tiempo. Pero también se marca retos. Apuesta por conocer a tres presidentes. Ya le recibió el de Islandia, Guðni Thorlacius Jóhannesson, y le gustaría que el siguiente fuera el de El Salvador, Nayib Bukele. Son como escalas en un camino que en realidad tiene mucho de aprendizaje interior. «Estoy buscando mis extremos para encontrar mi equilibrio, y he aprendido muchas cosas, no tengo miedo y avanzo con la energía del corazón».
Entre otras cosas, ha descubierto que existe una energía que antes no sabía sentir y que ahora lo lleva a conectar con otras personas. Lo sabe por las sincronicidades que ha vivido en este viaje. Una fue en Suecia. «Una familia me invitó por Navidad y justo después me fui lejos, al norte; dos días después estaba caminando en medio de la nada y una mujer paró su coche y me dijo que era la hija del papá de aquella familia. Yo no la conocía. Su padre solo le había mandado una foto y algunas frases con mi historia», relata todavía sorprendido.
«¿Cuál es la probabilidad de conocer a una persona de la misma familia dos días después y muchos kilómetros más lejos en medio de la nada?», se pregunta. «Esto me ha pasado muchas veces; antes pensaba que era la suerte o la casualidad, pero no, es una sincronicidad».
«Durante mi vida anterior no tenía esta energía y pienso que cuando estoy solo, cuando avanzo y estoy en movimiento, esta energía sube». No sabe explicar muy bien cómo funciona, sino que al menos la siente, siente que hay algo que conecta a las personas entre sí y que esa energía se apaga por el artificio del modo de vida actual. «He aprendido más en este viaje que en toda mi vida; creía que hacía un viaje alrededor del mundo cuando en realidad estoy viajando dentro de mí», concluye Charles Attonaty, que invita a seguir sus vivencias en sus perfiles en redes sociales, en tik tok, Instagram y Facebook, @tourdumondesargent/. «Por si quieren comprobar si sigo vivo», bromea.
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