Cene, el marino de las caballas de Mercadona
Homenaje ·
José Ortega es uno de los cuatro pescadores de Mogán a los que se hará un reconocimiento en la Feria del Atún y del Mar | Vive con tristeza el declive del sector
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José Ortega es uno de los cuatro pescadores de Mogán a los que se hará un reconocimiento en la Feria del Atún y del Mar | Vive con tristeza el declive del sectorParte de las caballas del país que se comían y se comen en los Mercadona de Canarias las ha pescado José Ortega Santana o su hermano Gilberto, que siguió faenando con su barco, el Juan Carlos Primero, cuando Cene, que es como lo conocen en Arguineguín, tuvo que jubilarse, hace 14 años y medio. Ahora asiste con tristeza al cierre de una etapa. No habrá relevo generacional y tendrá que desprenderse de su embarcación.
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Son tiempos agridulces. Esta despedida coincide con el homenaje que el Ayuntamiento de Mogán le dedicará en el marco de la 7ª edición de la Feria del Atún y del Mar, el próximo sábado, 23 de noviembre, que se celebrará en la plaza Pérez Galdós, el corazón del barrio marinero que le vio nacer, en Arguineguín. Ese día compartirá protagonismo con Jesús Vega Medina, Alejandro Cabrera Medina e Irieix Guzmán Godoy. Unos, entre los que está Cene, por veteranos, otros, por jóvenes, pero a los cuatro les une una apuesta decidida por la mar y por dar continuidad al sector de la pesca, «pese a su extrema dureza», como recalcó la alcaldesa, Onalia Bueno, en la presentación del evento.
Y no le falta razón, aunque Cene, de 77 años, advierte de que las condiciones del oficio, en lo que atañe en sí a las condiciones que pasa el marinero en el mar, han mejorado mucho. Aún tiene frescas en su memoria, con 11 o 12 años, aquellas noches en la costa frente a Patalavaca, cuando salía a pescar calamares con su padre, Angelito el Rubio. «Íbamos con un barquito pequeñito y él me decía: con lo que tú cojas comen tus hermanos y con lo que yo cojo pago el motor del barco».
Si llovía, se enchumbaban. No tenían dónde cubrirse. «Si echabas un lance (echar las redes) y cogías poco pescado, te tenías que esperar, y estabas todo mojado toda la noche, porque no teníamos ni botas ni ropa de agua ni nada». El contraste salta a la vista en cuanto se está frente al Juan Carlos Primero, llamado así no por el rey emérito, sino porque el barco anterior a este era el Juan Carlos, que era como se llamaba el hermano pequeño de Cene, y no se le podía bautizar igual.
Es el segundo o tercero más grande de la cofradía de Arguineguín, con 16,11 metros de eslora, 5,10 de manga y 1,95 de puntal. Tiene camarote, baño y cocina. «Hay más comodidad que antes». Por eso Cene no puede evitar recordar los trabajos que pasaron en la mar su padre y su abuelo José Manuel. «Si mi abuelo viviese y viese este barco que tenemos ahora, porque ellos llegaron a navegar a remo».
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El Juan Carlos Primero se lo compró en 1999. «Cuando vino la Comunidad Europea llegaron las ayudas y aprovechamos, tenía ya 50 y pico de años y me eché un barco encima, pero no me ha pesado». Le costó 300.500 euros. Si se le suman otros aparejos y complementos llegó a 420.000.
Gracias a esta inversión pudo afrontar las exigencias de haberse convertido en proveedor de Mercadona, a quien vende desde hace 22 años. No ha sido fácil. Recuerda que los tres primeros años tenían su nave logística en Granadilla (Tenerife) y Cene ni dormía para que el pescado, sobre todo, la caballa, que es lo que más les ha vendido, llegara a su hora.
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Salían a faenar a las 6 o 7 de la tarde y estaban hasta las dos o tres de la madrugada. Atracaban en Arguineguín, dejaban aquí parte del pescado, y el de Mercadona lo metía en un camión, con el que salía para Agaete a ponerse en lista de espera hasta que saliese el primer Fred Olsen destino a Tenerife. Así casi todos los días.
Pese a tanto sacrificio, Cene se desconsuela cuando piensa no solo que ya no sale a faenar, sino que pronto venderá su barco. Se acaba una etapa que empezó con apenas 11 años, cuando tuvo que dejar de estudiar porque era el mayor de 10 hermanos, la familia que formaron Angelito y Magdalena, o Nena, como le decían, y había que ayudar. De los 10, solo 3 se vincularon a la pesca, aunque el tercero ya lo dejó también.
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«Era muy buen estudiante y hubiese sido muy bueno en matemáticas, se me daban bien». De hecho, estuvo más de tres meses en el seminario, en la capital, pero un día todo se cortó. «No me quisieron más». Cene lo atribuye a una inoportuna palabrota que le soltó a un compañero que le pidió prisa para que saliera ya de la ducha. 'Cállate, cabrón, que salgo ya», Le debió escuchar don Agustín Ortega, el cura, y lo pagó caro.
Llegó incluso a probar otros oficios. Estuvo un tiempo en el sector turístico, en el Don Paco, en Los Canarios 1 y 2 y en las oficinas del Corona Roja. Y hasta dio clases un año en la escuela de Barranquillo Andrés, en 1976, pero al final acabó volviendo a la pesca, que combinó mientras pudo con el fútbol (jugó en Primera Regional en varios equipos). «He estado toda la vida ligado al mar, para mí ha sido todo, y claro, me da cosa decir que ya no voy a salir más, pero es ley de vida; yo no puedo seguir y ya no alcanza tampoco».
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Su hijo Rodrigo trabaja en el sector con la empresa familiar Pescanoah, pero pescar no pesca, así que con Cene se romperá aquella cadena de generaciones de marinos. Tampoco lo son sus dos hijas. Le pesa, pero lo entiende, porque ya no es lo que era. «Hasta hace 4 o 5 años éramos unos privilegiados; en tierra se ganaba un sueldo de 900 o 1.000 euros y nosotros ganábamos 1.300, 1.400 o 1.500».
Además, a Cene no le ha ido mal. Sus fuertes han sido el atún, como para el resto de la cofradía. «Es lo que nos permitía hacer cuatro duros». Recuerda que una vez en 2012 pescó 14.000 kilos de listado. «A caña», recalca. No cabían en el barco. Y otro es la caballa, con la que, confiesa, también ha ganado dinero.
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Todo eso, encima, sin salir apenas de la isla. Su barco iba y volvía en el día. Pocas veces pasó semanas faenando fuera, como en La Gomera, y no quiere ni recordarlo. Le costaba mucho alejarse de su mujer Rosa y sus tres hijos, una familia hoy enriquecida con 5 nietos. «Cuando salíamos me acordaba de mi padre todo lo que está escrito: me decía que para comer pescado no hacía falta salir de la isla».
Pero nada es como antes. Mira a su alrededor. «Fíjese, todos amarrados». Le faltan dedos en la mano para enumerar los obstáculos. «Todo son impedimentos, hay menos pescado en el mar y, para colmo, te imponen cuotas, no puedes pescar el tipo de pescado que quieres, y tampoco hay relevo generacional porque al que quiere salir a faenar cada vez le exigen más títulos». Con todo, lo peor ha sido la prohibición de la venta ambulante. «Es lo que más daño nos ha hecho; llegábamos aquí con el pescado y nos lo quitaban de las manos, lo vendías todo; ahora no hay ni pescaderías en Arguineguín; vienes con poco pescado y te sobra».
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