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Caía una media garujilla y Luciano Ramos aprovechó para cortar escobones. Se le veía desde un estrecho, pero transitado camino rural que une Montaña Alta de Guía con el área recreativa de Monte Pavón. «Esta mata es buena para las machorras y para las cabras que están secas; si se las doy a las que aún dan leche, luego deja el queso muy amargo».
Recibió, agradecido, el agua del día anterior, pero le supo a poco, a él y a los propios campos, sobre todo, matiza, a los del sur. «Ahora, como apenas llueve, sino cada mucho, la tierra está seca por arriba y por abajo, porque los pozos le han sacado hasta la sangre».
Estaba recolectando, a machete, en lo que llaman la raya de Guía, pero Luciano se crio y vive en la raya de Gáldar. A sus casi 63 años se confiesa harto de trabajar y ya no ve la vida en el campo con optimismo, sobre todo por la falta de lluvia, aunque admite que a los cultivos de estas tierras fronterizas y de medianías entre Gáldar y Guía, la llamada Irlanda de Gran Canaria, les salvan al menos la humedad y los alisios.
«Cayó un rocío bueno, pero no como para que corriera el agua, no aquí, tiene que llover mucho y no ha llovido para eso», aclaraba este lunes un parroquiano que hacía un alto en el bar de Lomo el Palo, que regenta su tío, Fermín Mendoza. El medidor que tenía Luciano se rompió, pero le dijeron que por esta zona el domingo cayeron 17 litros. «Es como ponerle una pequeña ayuda a uno que ya está jodío, para que vaya escapando, y nosotros estamos escapando».
Luciano hace balance y apunta que no ha sido un invierno «malo del todo», pero le descorazona cuando lo compara con antaño. «Hace 50 años que no vienen los tiempos de adentro». O sea, del sur, «que es el que deja lluvia». Y eso solo pasa, advierte, cuando se levanta por el oeste. «Si La Aldea no despierta, por aquí no hacemos nada, estamos listos».
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Su hartazgo, fruto de una vida de sacrificio desde que tenía apenas 4 años, contrasta con el empuje de la empresa que regenta un joven agricultor de Guía, David Ramos, que tiene cinco hectáreas de La Montañeta plantadas de al menos cinco tipos de lechugas. Aguacilejo produce 44.000 matas a la semana que vende a Florette y a Mercadona. «Fue una lluvia maravillosa, de lujo», que empapó bien.
El único inconveniente es el barro, que hace un poco más trabajosa la cosecha. Que se lo pregunten si no a Francisco, Jhony y Abdo, que andaban metidos en faena. Estos jóvenes trabajan para David y estaban cortando lechugas para limpiarlas de tierra y luego empaquetarlas. Pero tampoco les molestaba tanto. «Oh, peor es que no llueva». Al fin y al cabo, les da trabajo. David calcula que de media da empleo a 10 personas. El agua le da la vida, y futuro, al campo.
A Fermín Mendoza no se le escapa el beneficio que le ha supuesto la fama en redes de las suaves colinas que tiene cerca de su bar y que llaman la Irlanda de Gran Canaria. Le llega gente de todos lados, a la que luego, dicho sea de paso, él termina de conquistar con su carne de cabra o sus quesos. Estas lluvias, reconocen, no han sido tantas, pero dan para mantener verdes los cultivos y también los campos, este lunes aún más bonitos si cabe, en contraste con el puntillismo blanquecino de sus numerosos ganados de ovejas.
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