Carlos Rodríguez González, coleccionista de pitayas, corta una fruta de la Undata, la más común y de la que tiene una docena de variedades.Javier Melián / Acfi Press
Rojas, blancas y dulcitas: las pitayas como colección
Agricultura ·
Carlos Rodríguez González, en La Matilla, comenzó a plantar la fruta del dragón hace apenas un año y medio y ahora tiene 205 variedades que se trae de Vietnam, Australia, Perú, Thailandia o México
Camina entre sus pitayas y lo confirma: «el coleccionismo tiene esa enfermedad, que nunca termina». Carlos Rodríguez González (Mazo, La Palma, 1958) empezó a cultivar y coleccionar la también llamada fruta del dragón hace apenas un año y medio y ya tiene 205 variedades en su finca La Pita Chica, en La Matilla, en el municipio de Puerto del Rosario.
Mientras va regando unas, apretando los amarres de otras, señalando los cladodios (ramas aplastadas que hacen la función de hojas) de la de más allá, afirmando los palos de aquella, va desgranando las cualidades de unas variedades y de otras hasta el infinito. «Esta es la Conie Mayer que es no autopolinizante, pero conseguí polinizar. La Dark Star da un fruto precioso: rojo por fuera y púrpura por dentro. La JC05 da frutos cada cinco años, pero aún no me ha dado ninguno. La Purpusi tiene un polen muy importante porque poliniza a muchas otras variedades. La Amarilla del Perú tarda mucho en cosecharse y la fruta es picuda, hay que barrerla como si fuera un tuno, pero es dulcita».
Carlos, en las pitayas que tiene amarradas mirando a la moñanta de la Muda.
Javier Melián / Acfi Press
Empieza a caer la tarde por el lejano Jarugo, cuando este profesor jubilado de Educación Secundaria y también político lo proclama: buscando la humedad, las pitayas se orientan al norte, que en el caso de La Matilla es la montaña de la Muda.
Las pitayas crecen en arenado en el caso de las que ya trepan a lo alto. Hay otras, cientos y cientos, en macetas. Las primeras de su colección se enredan en torno a ruedas de bicicletas. Otras están en garrafas de agua a la mitad, las de más allá en mesas improvisadas, unas en corcho.
La Esmeralda es una variedad que sacó «de un cachito así que me costó 40 euros y da una fruta verde por fuera y blanca por dentro». Carlos tenía muchas ganas de tener la variedad Golden Isis «porque es amarilla, buen dulzor, pero no es autopolinizante, pero para un coleccionista eso no es importante». La Thai Red, que la había estado buscando mucho, se la dio un chico de los Llanos de la Concepción que la trajo de Vietnam, «roja por fuera y roja intensa por dentro, como una pelota grande».
La mayoría de las plantas las tiene identificadas con carteles, otras les pone el nombre directamente en la maceta. «Yo voy apuntando según consigo: a veces sé el nombre, otras lo tengo que averiguar. Lo peor que te puede pasar es que alguien te regale una pitaya, pero que no sepa el nombre y tienes que estar fijándote y fijándote hasta dar con la variedad, ver si es autopolinizante». De la inmensidad de sus pitayas, de sólo una pequeñita desconoce la familia, «precisamente fue un regalo», confirma Rodríguez González.
Carlos, en la plantas que tiene en macetas.
Javier Melián / Acfi Press
La ventaja de plantar pitayas es que no les hacen daño los conejos, tampoco las ardillas. «El miedo mío son los cuervos, que un día se vayan a las plantas». En La Matilla, como en toda Fuerteventura, «le pega el viento, pero no le hace daño. Lo mejor para que crezcan y se vayan enredando es sin duda echarles cáscaras de huevo, cenizas de las hojas de palmera, estiércol de cabra o de conejo».
Vuelve a la enfermedad del coleccionismo que nunca acaba al explicar que tiene un grupo de whatsapp creado con varios conocidos de La Mata, El Cardón, Lajares, Gran Tarajal. «Siempre estamos con: encontré, por ejemplo, una Thai, pues consígueme un esqueje«.
La pitaya pide bastante calor y algo de humedad, «pero no en exceso porque se pudren y les caen las enfermedades. Estoy haciendo una prueba aquí porque creo que Fuerteventura puede ser, como pasó con los olivos, que con el tiempo también aparecerá gente que también plante una cantidad importante de pitayas. El error ha sido que algunos han plantado mucho sin saber lo que plantaban, con lo que corres el riesgo de que tengas muchas plantas pero poca fruta».
Pitaya de la variedad Undata, que es la más común.
Javier Melián / Acfi Press
«Sé más de esquejes, pero no tanto de sabores», reconoce porque lo suyo son los injertos. «Cuando empiezan a reventar hay un montón de fórmulas de injertos, yo recomiendo que se haga en verano, que es cuando más pegan. El injerto lo que tiene es que reproduce la planta, pero no te da plantas nuevas. Yo quiero empezar por que me den plantas nuevas, casi todo el mundo opta por eso: te mezclan por ejemplo una amarilla con una rosa, hace semilleros, luego injertos y empiezan a plantar muchas e iguales y compruebas cuál de ellas te da el fruto que estás buscando».
Y Carlos Rodríguez González sigue desgranando variedades hasta hablar de una de sus pitayas más apreciadas: Flor de Noche 1, como él mismo la ha bautizado, que es la Undata de antes que no faltaba en las casas majoreras, que no da fruto «sino una flor que dura sólo una noche y muere». También tiene la variedad Orange Chinese, «que son muy caras, tres esquejes me costaron 275 euros; y la Pétalos Naranjas, que es un esquejito de nada me costó 80 euros. Pero no pongas el precio, que eso son negocios míos (y ríe)».
Lo principal es no plantar sin saber, concluye antes de darte un esqueje con nombre de película. «Toma, llévate esta para tu casa: la American Beauty Turca, que es roja, autopolinizante y muy, muy dulce».
Hace apenas un año y medio que Rodríguez se tomó en serio lo de atesorar variedades de pitaya.
Javier Melián / Acfi Press
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.