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Miguel Cabrera Viera, con una de las parras centenarias de sus abuelos en la montañeta de El Sordo, en Tetir: la moscatel, que tiene las varas más finas que otras variedades. Javier Melián / Acfi Press
El legado centenario de las 'cepas de ida y vuelta' de Miguel recibe premios

El legado centenario de las 'cepas de ida y vuelta' de Miguel recibe premios

Viticultura ·

En la bodega Gavias El Sordo, rescató las tres variedades centenarias de uva de sus abuelos en Tetir. Los primeros titubeos en el mundo del vino produjeron un buen vinagre que todos le pedían. Los premios regionales, nacionales e internacionales le llovieron todos juntos en 2024. Cabrera Viera se define como un hombre de blancos en una Fuerteventura de vinos blancos

Domingo, 2 de febrero 2025, 07:14

El mismo frío que conocieron sus abuelos maternos Papaíno y Mamajulia recibe a la llegada en la bodega Gavias El Sordo, en Tetir, en el municipio de Puerto del Rosario. El nieto Miguel Cabrera Viera enseña su legado en forma de parras que acaba de podar al golpito por las tardes: unas 4.000 de las tres variedades centenarias de malvasía volcánica, moscatel y hoja moral. «Yo soy hombre de blancos» y también de premios que, tras iniciarse al mundo del vino en 2017 con su mujer Ruth Gómez Hormiga, ganó todos juntos en 2024: Agrocanarias, Vinespaña y Mundial des Vins Extremes en Italia, donde se alzó con tres galardones.

La tarde sigue cayendo gélida sobre la montañeta de El Sordo, esa que heredó de Papaíno y Mamajulia junto con un moral dos veces centenario, higueras, nísperos, camueseros y las parras. Miguel, nacido en 1971 de madre de Tetir y padre de Agua de Bueyes, como él resume, las llama «las cepas de ida y vuelta» porque su abuelo Papaíno las trajo de Cuba cuando tuvo que regresar y acabar abruptamente con la emigración por la enfermedad de su hermano. Juan le pidió volver a ver a su familia y a Fuerteventura cuando se vio al borde de la muerte. Papaíno no lo dudó y dejó la plantación cubana de Santa Clara con un baúl cargado de varas y el sueldo de un mes de los trabajadores de la caña bajo una loseta olvidado.

El vino Papaíno Malvasía Volcánica, que recibió galardones regionales, nacionales e internacionales. Javier Melián / Acfi Press
Imagen principal - El vino Papaíno Malvasía Volcánica, que recibió galardones regionales, nacionales e internacionales.
Imagen secundaria 1 - El vino Papaíno Malvasía Volcánica, que recibió galardones regionales, nacionales e internacionales.
Imagen secundaria 2 - El vino Papaíno Malvasía Volcánica, que recibió galardones regionales, nacionales e internacionales.

Corría la década de 1910 y el abuelo nunca volvió a Cuba sino que «con la ayuda del burro, el camello, las cuentas de las lunas de la epacta, el buen uso de las gavias y de su esposa Mamajulia, las varas encontraron su tierra en El Sordo», explica Miguel.

Primero, de la bodega Gavias El Sordo salió vinagre. «Intenté hacer vino yo solo, leyendo libros, soñando, probando, pero me salió un buen vinagre. La gente me pedía y me decía qué rico está este vinagre».

Luego, en 2019, se integró en la Asociación de Viticultores de Fuerteventura 'Majuelo', «y me animé porque vi en otras personas una afición igual a la mía por elaborar vino, dejé de verme tan solo».

Miguel Cabrera Viera, con las varas que plantará el próximo año y con su palmarés de premios. Javier Melián / Acfi Press
Imagen principal - Miguel Cabrera Viera, con las varas que plantará el próximo año y con su palmarés de premios.
Imagen secundaria 1 - Miguel Cabrera Viera, con las varas que plantará el próximo año y con su palmarés de premios.
Imagen secundaria 2 - Miguel Cabrera Viera, con las varas que plantará el próximo año y con su palmarés de premios.

Ahora está amparado por la Denominación de Origen Protegida (DOP) Islas Canarias y asesorado desde 2024 por el enólogo Pedro Lorenzo Díaz, «que es nuestro druida».

Cuando el frío silencia la tarde sobre la montañeta de El Sordo, Miguel enseña la bodega donde avisa de que no se ha apuntado a la industrialización todavía. «No me gusta eso de ir a lo grande. El mundo artesanal es un plus en el control de calidad. Hasta para los dos momentos clave del vino -en febrero, la poda, aunque este año la he adelantado al golpito por las tardes; y en julio, la vendimia- Ruth y yo organizamos una pionada con la familia y los amigos. En un día, sacamos fuera el tajo. Estoy por cambiar el nombre a la bodega y ponerle Teleclub El Sordo».

Miguel, con las parras recién podadas y, abajo, una de las parras centenarias con la montaña de San Andrés al fondo. Javier Melián / Acfi Press
Imagen principal - Miguel, con las parras recién podadas y, abajo, una de las parras centenarias con la montaña de San Andrés al fondo.
Imagen secundaria 1 - Miguel, con las parras recién podadas y, abajo, una de las parras centenarias con la montaña de San Andrés al fondo.
Imagen secundaria 2 - Miguel, con las parras recién podadas y, abajo, una de las parras centenarias con la montaña de San Andrés al fondo.

Da dos pasos y rectifica que este año ha roto un poco con ese mundo artesanal al comprar una máqina para encorchar las botellas y otra para embotellar. «Es que no quiero sufrir otro año más, que la vendimia pasada fue de 5.000 kilos«.

Este hombre de vinos blancos, en una Fuerteventura que es «tierra de blancos por la falta de altitud, la cercanía con el Sáhara, las horas de sol», tiene en el mercado dos caldos: Papaíno Malvasía Volcánica y Papaíno Jallos. El primero, de matices de fruta tropical y frescura. El segundo es «un batiburrillo de uvas de Fuerteventura con las que hacemos un Michael Jackson, como se le conoce por estos rincones, esto es de lo negro un blanco. En realidad, se llama un blanc de noirs, pero eso no te lo entiende nadie».

El homenaje al legado familiar no sólo está en la tierra, las cepas de ida y vuelta y los nombres de los caldos, sino en las etiquetas: el burro como logotipo. «En los cuentos de mis abuelos, mi abuela Carmensa, de mi tía Ana, los trabajitos de los burros no cesaban: levantaban trastones, transportaban el agua de la fuente de Ijan a El Sordo, de la montaña a la vega. Eran uno más en la familia».

Al salir de la bodega, el frío sigue castigando la montañeta y un cartel recuerda que la playa de Jarugo queda a 11 kilómetros de El Sordo. «Pero este frío que importa mucho y que es necesario para marcar bien las estaciones, los dos días que Papaíno anduvo buscando a la majalula en Jarugo, las cuentas de las lunas de la epacta y mi tatarabuelo resucitado los dejo para otro día, que no puedo contarte todo en un solo día. Bueno, sí te añado algo más: las cepas centenarias hay que podarlas así, desde abajo».

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