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La Aldea. Mirador estelar del Paso del Marinero o del Balcón. Juan Carlos Alonso.

Diez lugares únicos de Gran Canaria

Otra cara de la isla. Este continente en miniatura ofrece rincones para un turismo lento y reposado, aptos para el viajero de la era covid, ansioso de vivir experiencias seguras y enriquecedoras

G. Florido

Jueves, 18 de marzo 2021

San Francisco (Telde)

Está como escondido y eso ayuda a que al descubrirlo, mientras se callejea por el casco histórico de Telde, uno tenga la sensación de viajar en el tiempo. Su trazado urbano, de hecho, no ha variado en siglos. Todo sabe a pasado: las casas pintadas de blanco, las cruces verdes en las fachadas, las monteras para facilitar a las señoras que pudieran montarse a los caballos... El barrio debe su nombre a los franciscanos, que se asentaron en este lugar en 1610, pero el caserío es bastante más antiguo. Un laurel de Indias, el Árbol Bonito, junto a un Cristo diseñado por José Arencibia, se ha convertido en uno de sus iconos.

Cañón de Temisas (Agüimes)

Es el rincón de moda para lucirlo en las redes sociales. El barranco de Barafonso, mal llamado de Las Vacas, es una joya geológica, un cañón de cenizas volcánicas producto, según la principal hipótesis, de miles de años de paciente modelado del agua, que bajaba con fuerza por este cauce próximo a Temisas. Adentrarse entre sus paredes sobrecoge, pese a sus reducidas dimensiones, de tan solo 40 o 50 metros de longitud. Pero lo bello es frágil y este espacio lo es y mucho, de ahí que el secreto para no herirlo radique en visitarlo sin dejar huella. Hay quien ya reclama su protección.

Miradores estelares (La Aldea)

Son tres y los tres ofrecen un mix de vistas espectaculares. Por un lado, del paisaje terrenal, con panorámicas únicas, según el caso, de este valle grandioso, de la vecina Tenerife, del mar de agua y también del mar de invernaderos que tapizan este pueblo entregado al cultivo del tomate. Y por otro lado, de las estrellas, con mesas explicativas que ayudan a interpretar las miradas al cielo nocturno, el mismo que ha merecido una distinción como destino Starlight. Son el observatorio del Balcón o el del Paso del Marinero, el de La Sabinilla o Entremontañas y el de la Cruz del Siglo.

Charco Azul (Agaete)

Las últimas lluvias le han devuelto el esplendor que le robó la sequía. Es un caidero encajonado en una impresionante pared de piedra en torno a la que se forma el charco que le da nombre. Se llega a él tras una agradable y no muy larga caminata que se inicia justo detrás del caserío agaetense de El Risco. La ruta, de unos 4 kilómetros ida y vuelta, en torno a media hora de camino por sentido, es apta para familias y también para los no habituales del senderismo. El agua baja de las montañas de Tirma. Si hay suficiente, merece la pena darse un baño. Está fría, pero compensa.

Ventana del Nublo (Tejeda)

Es año santo jacobeo, la excusa ideal para atreverse con el camino de Santiago, pero no tendrá que cruzar el charco que separa Canarias de la Europa continental. La isla tiene su propio camino, reconocido incluso por el Vaticano. En la ruta que describe entre Tunte y Gáldar, a su paso por la Cumbre, este sendero le sugiere un corto y muy agradecido desvío a un balcón de piedra desde el que disfrutará de vistas inigualables del emblema de la isla, el Roque Nublo. Le bastará con salir desde Bailico, una zona de acampada entre Llanos de la Pez y Ayacata. En 20 minutos estará en la ventana.

Tajinaste azul (Valsequillo)

Es un clásico del senderismo en Gran Canaria, el camino de 4,1 kilómetros que conecta la Caldera de los Marteles con el Rincón de Tenteniguada, en Valsequillo. Y como todo lo bueno, no dura siempre. Se rata de una ruta estacional, que conviene hacer entre enero y abril, que es la época de floración de un endemismo grancanario, el tajinaste azul. Hay tramos en los que el senderista se abre paso entre ejemplares de hasta tres metros de altura de estas flores en forma de cono. La ruta se mueve entre los 1.500 y los 1.000 metros de altitud. También disfrutará de la retama amarilla.

Salinas de Tenefé (Santa Lucía)

Esta industria es parte de la historia económica y social de Canarias y no se les da la importancia que merecen. Estas salinas están en la costa de Santa Lucía, al sur de Pozo Izquierdo, y el milagro es que, 200 años después, sigan activas. Sus gestores actuales se baten el cobre para mantener la producción y las administraciones acometen inversiones para mejorarlas. Es una reliquia etnográfica de 20.000 metros cuadrados y 386 tajos en los que se produce la sal de forma natural y artesanal. Aquí puede comprar la sal o degustarla con otros productos kilómetro cero de la comarca en un entorno único.

Cuevas de Calasio (Telde)

Es un vestigio único de la época aborigen y un gran desconocido para muchos amantes del pasado prehispánico. Están en Telde, en el barranco de Silva, y son lo que ha sobrevivido de un poblado compuesto por una veintena de cuevas artificiales, todas ellas interconectadas mediante pasillos o accesos también labrados en la roca. Una de las cavidades, con forma de nave invertida, sobresale por su altura y amplitud. Está considerada la cueva artificial más grande de Canarias. Lástima el deterioro que sufren. Se accede a ellas tras una pequeña caminata desde la vía que une Cuatro Puertas y Telde.

Bandama (Santa Brígida)

La visitó hasta Winston Churchill, y fue durante décadas uno de los imprescindibles para cualquier viajero que llegó a la isla. Pero la fiebre del sol y playa le robó el protagonismo que merece esta huella geológica sin parangón, un patrimonio del mundo no muy bien tratado. Es una gran depresión de 200 metros de profundidad, un diámetro superior de 1.100 metros y un perímetro de 3 kilómetros; una caldera gigantesca producto de un proceso volcánico explosivo que pudo iniciarse hace 4.000 o 5.000 años, pero que también queda como huella de la que pudo ser la última erupción en la isla, hace 2.000 años.

Risco Caído (Artenara)

Se trata del yacimiento que sirvió de punta de lanza para que la Unesco otorgara al paisaje y la historia de las montañas sagradas de la isla el título de patrimonio mundial en su categoría de paisaje cultural. Está en Artenara. Ahora no puede visitarse, pero cuenta con una réplica a escala de la cueva número 6, en el centro de interpretación del casco artenarense. Esa cavidad, dotada de una característica cúpula, funcionó como una especie de calendario. Un haz de luz penetra por un punto excavado en la roca y recorre un friso de grabados de triángulos púbicos que sirven para marcar equinoccios y solsticios.

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