Sucedió en abril, cuando en las generales Nueva Canarias perdió su famoso diputado del 75% y el partido enmudeció. Desnortado por el viaje, apenas fue capaz de vertebrar una explicación digna y construir un discurso para la inmediata campaña autonómica. Lo mismo que le podía haber pasado a Podemos tras el cataclismo del superdomingo.
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Los rostros descompuestos desfilaban junto a los que asumían la realidad de la bofetada por la Plaza del Pilar. Tras la puerta en la que se refugiaban Noemí Santana y su equipo había un cuerpo de guardia. Un gabinete que asumía su fracaso en las urnas y que planificaba su futuro inmediato.
Desde el nacimiento del proyecto autonómico de Podemos la base de su discurso ha estado en el cambio del flujo de poder en las islas, consolidado bajo las siglas de Coalición cuando parte del nacionalismo comunista de la provincia de Las Palmas se alió con los herederos del tardofranquismo de Santa Cruz de Tenerife.
No van a poder conseguirlo por la vía de las urnas, donde están obligados a una reflexión intensa sobre la forma de comunicar su proyecto –eludir charcos como el de Amancio Ortega– y conseguir trasladar la buena labor de oposición –casi la única consistente– en el Parlamento. Pero sí que han ofrecido su pequeño botín, sus cuatro diputados, para ver si es verdad que el PSOE apuesta por el cambio.
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