Directo Pablo Rodríguez da las claves sobre la agilización de las licencias en la regulación de la vivienda asequible

Para que el populismo cuaje son necesarias condiciones políticas, económicas y sociales que en este país no se dan. No es posible que prospere una visión del mundo creída de sí misma, redentora, mesiánica y excluyente en una democracia que logra manejar y encajar los contrapoderes que se mueven en la sociedad, armonizando, con más o menos acierto, las aspiraciones de todos. Lo que sí es posible -y preocupante- es que la política tradicional, la seria, adquiera del populismo algunos “tic” y mecanismos propios, que los haga suyos, los utilice, los propague con orgullo y no encuentre resistencia alguna ni en la misma política ni en la prensa. Cuando se desprecia la representación parlamentaria y se acusa al “templo de la voluntad popular” de cometer ilegalidades o le reprocha el debate y el control, algo chirría gravemente. Cuando un cargo público con poder minusvalora el papel de la prensa y a los periodistas, colocándolos en la marginalidad, algo no está encajando con la tradición democrática y se asoma, peligrosamente, a la censura. Cuando se bordea la legalidad en los procedimientos y se quita de en medio a los controladores, se les amenaza o se compran para sacar proyectos concretos, se deben encender determinadas alertas entre quienes defendemos la legalidad como principio democrático. Cuando se construyen relatos que falsean la realidad y se miente para justificar decisiones y posiciones, incluso sin que nadie haya pedido explicaciones, la desazón que producen estas actitudes debe colocarnos a los demócratas en posición de máxima alerta.

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Esto ocurre en España, con este Gobierno y ocurre en Canarias y son sus protagonistas los que ejercen el poder quizás con la perspectiva perdida por el excesivo tiempo en el mismo, siempre enemigo de la libertad, o, quizás, por la falta de cultura democrática de algunos altos cargos, que de la ingeniería o la economía, han pasado a la política sin hacer un curso de constitucional.

Desprestigiar a la prensa, en privado y en público, es otro de los “tic” populistas del que se han contagiado algunos políticos en Canarias. He escuchado en privado varias veces el argumento: “Ese es un debate de periodistas, a la gente no le interesa esos temas”, sobre todo cuando se habla de cuestiones de fondo en la política canaria. Se lo he escuchado a algún consejero del Gobierno, a algún presidente de cabildo y al propio Fernando Clavijo en entrevistas públicas. El modelo Trump es muy atractivo porque socava una de las bases del control democrático, la prensa, sobre todo la que expresa opiniones contrarias a las oficiales. Incurren en un error grave. En España la política y la verdad siguen importando, como demuestran las audiencias de las tertulias políticas en radio y televisión, o el creciente interés por las secciones de opinión en los medios escritos, en papel y digital.

Se trata de un argumento que intenta colar en el debate y que no explica muy bien, qué contradice, la cantidad de personal y recursos que los gobiernos dedican a colocar sus mensajes en los medios de comunicación que desprecian y a los que tratan de restar valor.

Es aquí donde hay que estar atentos porque los medios tan denostados están sirviendo, en muchos casos sin reflexión alguna, para trasladar otro de los grandes “tic” adquiridos del populismo, la construcción de relatos falsos y la falta reiterada a la verdad. Los relatos son elaborados como “Storiytelling” y lanzados en tertulias, columnas y noticias como verdades absolutas desde las que se desprecia a los actores, se retuercen sus declaraciones, se cortan y se amplían para que la verdad quede clara. El “tic” adquiere tintes dramáticos cuando algunos de sus usuarios, no solo retuercen la verdad, sino directamente mienten sabiendo que nadie tiene tiempo, capacidad, y algunas veces interés, en desmontarlo. Esta práctica adquiere tintes verdaderamente lamentables cuando se miente para justificar posturas que nadie ha cuestionado, es decir, se coloca la mentira antes de que a alguien se le ocurra decir la verdad, de forma preventiva.

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Retorcer y bordear la legalidad, saltarse los controles judiciales, es otra de las prácticas que denotan una tendencia hacia postulados que se alejan gravemente de los procesos democráticos, precisamente los que garantizan su estabilidad, la legalidad. En algunos órganos de poder se ha convertido en una frase hecha eso de “dime lo que quieres que le damos forma legal”, que denota una manera de ejercer el poder bastante alejada de las garantías democráticas. Bordear la legalidad a sabiendas y bajo la protección del caos en los tribunales, o la convicción de que no se acudirá a ellos, prescindir directamente de la garantía judicial, es otra de las formas más abusivas del sistema y eso está ocurriendo en Canarias. Quizás ocurre por la incultura democrática que acompaña la “renovación” o por la seguridad que otorga el poder ejecutivo y los apaños para seguir en el mismo. Una anomalía democrática que necesitará justificarse ante la historia, salvo que nos coma una distopía en la que gane el populismo disfrazado de democracia representativa.

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