
No, no éramos tan importantes ni tan invulnerables. A esta hora sí que siguen cantando los pájaros juanramonianos como si no pasara nada y mi perro se tumba relajado mientras escribo. También suenan de fondo las campanas de la Catedral, pero nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Neruda escribía sobre el amor cuando contaba esos cambios inevitables, todo lo proteico y sorprendente que acontece en los humanos, pero los humanos nos hemos creído durante mucho tiempo que podíamos vencer a las enfermedades y a la muerte inventando aparatos para comunicarnos o generando dinero que no existía más que en los dígitos de las cuentas corrientes. Especulamos hasta con nuestro propio cuerpo y dejamos que la sanidad pública, la investigación y la educación fueran haciendo aguas delante de nuestros propios ojos. Hoy nos encomendamos a quienes nos llevaban avisando desde hacía muchos años de lo que podía suceder, a los médicos y a las enfermeras, a los auxiliares y a las celadoras, a todos los que comprobaban impotentes cómo se iba desmontando la sanidad pública para sumar más dígitos en las cuentas de los especuladores. No les hicimos caso. Hoy tenemos que pedirles disculpas y decirles que son los ciudadanos más importantes, de los que dependen nuestras vidas y las de nuestros padres y nuestros hijos, y debemos apoyarles a carta cabal, y cumplir, ya de una vez, todo los que nos recomienden.
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Quizá este tiempo de retiro obligatorio nos sirva para pensar y para ubicarnos ante la naturaleza. Urge ese cambio en nuestra manera de vivir. De momento les invito a leer en estos días de encierro, y también a conocer a quienes conviven con ustedes y solo han visto entrando y saliendo de casa, corriendo de un lado para otro, o mirando alelados a cualquiera de las pantallas. No, la vida no estaba en las pantallas: la vida es efímera, la nuestra y la del propio planeta, y ya iba siendo hora de que nos despertáramos.
Ahora no valen gorigoris, lamentos, insultos, ni toda esa política de baratillo que ha dejado que los Trumps se multipliquen peligrosamente por el mundo. Este es el momento del ser humano solidario y consciente de los tiempos que estamos viviendo, y también es el momento de creer más que nunca en que lo público es lo que realmente nos pertenece. Solo confío en que no olvidemos este momento histórico (y también histérico) que estamos viviendo. Tenemos muchos días para pensar y para llegar a conocernos un poco más. Cuando volvamos a la calle, espero encontrarme con seres más evolucionados, menos temerosos y más comprometidos con los verdaderos problemas de su tiempo. Saldremos de esta, por supuesto, pero aprendamos, no volvamos a caer en el infantilismo grotesco que estábamos protagonizando desde hacía muchos años.
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