Tiene mucho de estafa el abrazo del martes, por el tiempo y el dinero que nos hicieron perder los protagonistas. Gestos forzados y tardíos por la amenaza de la ultraderecha edulcorada de Abascal y sus cómplices populares y naranjas. Los primeros, aún celebrando su segundo peor dato de la historia, y los segundos, en retirada y descabezados por sus continuos bandazos. Vía libre para la falsa demagogia de Vox.

Publicidad

Con un rompecabezas más sesudo que el de abril aún por armar, a pesar de la euforia desatada en una izquierda irreconciliable hasta el domingo por la noche, las heridas siguen abiertas y la amenaza de la crisis, latente. Tanto en las fronteras como en los bolsillos de los españoles, incluidos los catalanes claro. Por lo que hará falta más que una puesta en escena y un abrazo de pega para recuperar el tiempo y rehacer las costuras rotas.

Tan desconcertante como el futuro que viene, resulta el resultado electoral y el reposicionamiento del voto en la derecha. Que el sector más radical se sentía cómodo con el aznarismo era una evidencia, que Ciudadanos aprovechó en abril la indefinición del recién llegado Casado y el discurso centrista de un Rivera que se erigía en salvador de la patria en Cataluña, pues también. Pero el ascenso meteórico de Vox en seis meses es culpa de todos, por la inacción de unos y los errores de otros. También de la izquierda.

Sin embargo, y a pesar de todo lo que ha pasado en este medio año, exhumación del dictador incluida, nada justifica los 52 diputados verdes. Sumados los dos de Canarias. Ni Cataluña, ni la falta de entente de la izquierda, ni el último viaje de Franco. En los últimos días, antes incluso de ir a las urnas, más de un conocido me admitía orgulloso que votaría a Vox. Sin embargo, mi sorpresa se tornó en mayúscula cuando estas mismas personas me recordaban que antes habían sido votantes de Podemos. Un salto mortal con doble tirabuzón. Sin que sean lo mismo, el cambio del voto supone, además de una incoherencia, un cambio radical de argumentos. Los dos partidos siempre se han situado en las antípodas. Las propuestas de cada uno son absolutamente antagónicas y las consecuencias de cada modelo, también. Pero además, y es la diferencia más significativa, Unidas Podemos no ha cuestionado con sus propuestas la actual Constitución como sí la ha desafiado Vox.

Si se tiene presente la historia, no hay voto de castigo que ampare el cambio de criterio y la ebullición de Abascal, solo la inconsciencia o el radicalismo. En cualquiera de los dos casos, se valida el preacuerdo entre PSOE y Podemos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Regístrate de forma gratuita

Publicidad