En cuatro años al frente de la Presidencia del Gobierno Fernando Clavijo ha hecho amigos, eso sí, muchos, la mayoría, son de esos que lo son cuando estás en el poder y que al doblar la esquina te arrinconan en el olvido o directamente te rematan cuando las cosas van mal. Lo comprobará en pocos días. Pero son muchos más los enemigos.
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Eso tiene el poder democrático. De forma natural genera oposición, pero si se ejerce a las bravas, desde la bravuconería, la soberbia y la altivez, como ha hecho Clavijo, a los enemigos se le revuelven los sentimientos. Los humillados sin poder siempre esperan ver el cadáver de sus enemigos pasar por la puerta de su casa, pero los denigrados se revuelven en su ofensa, y la de sus intereses, conspiran y se vuelven peligrosos. Los que han ido de frente con Clavijo han corrido la misma suerte y aplauden ahora su caída.
Es difícil crear un estado de opinión de «todos contra Clavijo». Se lo ganó a pulso el presidente diciendo una cosa en una casa y la contraria en casa del vecino, engañando a todos. La arrogancia y la impunidad se adueñaron de la política practicada por el presidente y en cuatro años fulminó los puentes con Antona y en menos de uno los que tendió con Ángel Víctor Torres. Y para qué hablar del PSOE de Tenerife en el que sus miembros todavía recuerdan el tamaño de la humillación y el desprecio a los que los sometió Clavijo y que continuó Carlos Alonso.
Con estas mañas hizo esta presidencia y quizás por eso no le ha costado pestañear para poner su cabeza sobre la mesa y conservarla intacta al mismo tiempo.
Su último acto de soberbia lo escribió a modo de epitafio el pasado viernes en el almuerzo que sostuvo con el PP y otras fuerzas políticas en el chalé de presidencia en Ciudad Jardín. Abusando de sus modos y maneras, las que ha impuesto desde el poder, trató de convertir a sus potenciales socios en marionetas en un Gobierno que quería seguir controlando.
No sólo quiso convertir a Asier Antona en un rey que reina pero no gobierna, sino mantenerse intacto el poder a través de las consejerías más potentes del Ejecutivo. La soberbia del aún presidente en funciones le impidió asumir la debilidad de su partido ante sus socios y su propia debilidad, marcada por las líneas rojas de su imputación, esa que desprecia y que ha tratado de eludir por todos los medios, incluidos los escasamente democráticos para el papel de un presidente.
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La ceguera y las ansias por mantener intacto su poder le impidió ver con claridad que los que estaban a su mesa eran invitados en mejor posición que él. No tenía en su cabeza el mapa del poder municipal, ni calculó adecuadamente el desastre al que estaba llevando a su partido por conservar intacto su influencia. Lo único importante en se momento crucial para su partido era él.
Algunos de los comensales pudieron comprobar, una vez más, las ilimitadas artes del engaño y la humillación a la que ha sometido a sus oponentes. Vieron con más claridad que nunca la capacidad de líder de CC y de sus colaboradores para las maniobras torticeras de las alcantarillas que ha construido Coalición Canaria a lo largo de estos 25 años de poder.
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Si alguien se puede atribuir en el futuro el mérito de sacar a Fernando Clavijo de la primera línea política es Ciudadanos y el PP. Gracias a la empecinada y comprometida renovación a la que se agarra el partido naranja los representantes de ese partido en la mesa de la casona de Ciudad Jardín mantuvieron contra viento y marea la línea roja, que no sólo se extiende a la presidencia, sino también a cualquier puesto en ese Gobierno que a Clavijo se le escurre hoy de las manos. Asier Antona mantuvo firme su dignidad y tampoco aceptó ser un mono de feria de un gobierno que no gobernaría él, que estaría en manos de los de siempre.
Y, evidentemente, si prospera un pacto de progreso Fernando Clavijo habrá dado un triste paseo intrascendente por la política regional y su figura caerá en la irrelevancia, política, e histórica.
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