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Una cosa es la igualdad formal, teórica y conceptualizada legalmente y otra bien diferente es la real, la efectiva y la que se palpa a diario en la calle y, sobre todo, dentro de cada hogar. De nada sirve la mejor de las normas si la sociología no acompaña. Y, prueba de ello, es que a pesar de que se ha avanzado mucho en la igualdad entre las mujeres y los hombres de un tiempo a esta parte, aún queda mucho por hacer. Se supone que las generaciones más jóvenes están más concienciadas al respecto y, por el contrario, se atisban rasgos en el ámbito educativo juvenil en el que se advierte un retroceso: el control del móvil, la mirada a la vestimenta o el acaso subliminal persiste en las aulas.

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Hace un año el país vivió una jornada histórica y que justo ayer sobrevoló como antesala que motivase el derecho de huelga o el de manifestación. Se buscaba otro éxito de contestación ciudadana para ir forjando un espíritu reivindicativo cuando justo nos enteramos del asesinato en Madrid de una mujer, otra más, a manos de su marido que luego se quitó la vida. Una tragedia incomprensible. Una injusticia bárbara. Y solo nos resta permanecer inquebrantables en la voluntad para que unos pocos no dobleguen al resto, ni matando ni silenciando.

Detrás de los hombres que imponen su voluntad, violan o confiscan se halla las lagunas propias de alguien vulgar y repleto de miedos que solo usa la violencia y la amenaza para lograr sus propósitos. Con su podredumbre alimentan relaciones tóxicas de las que muchas veces es difícil escapar para ella y los hijos. Y no siempre asiste la ayuda de la familia o el consejo preciso de alguien cercano que sepa diagnosticar y arrojar empatía ante el dolor acallado.

Me temo que tanto ayer como hoy hubo mujeres, asistieran o no a la manifestación, que padecerán episodios dantescos (si no lo han sufrido ya) en el año que acaba de arrancar. Por desgracia, es tirar tan solo de estadísticas o de tendencia. No es normal que si primero ETA causó tantos asesinatos, hayamos tardado tanto en reaccionar y en concienciarnos todos en los diferentes tipos de machismos. Quiero pensar que algún día llegará, como sucedió con la lacra del terrorismo etarra, que podremos respirar tranquilos. Aunque, siendo francos, todo indica que ese punto todavía está muy lejos. Mientras ellas tratan con dignidad de sobrevivir en la cotidianeidad, otros siguen barruntando sus miserias internas que se solapan con celos, envidias y variadas bajas pasiones. Este es el campo de batalla en el que nos encontramos y en el que la Administración tiene que estar presente pero hace falta muchos más esfuerzos compartidos para atajarlo. Y sin llegar a la muerte, mes a mes numerosas mujeres aguantan el cochineo de sus exmaridos que, por ejemplo, se resisten a pasar la pensión de alimentos antes del plazo establecido para mayor impotencia de ellas. Son tantas cosas...

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