Directo Pablo Rodríguez da las claves sobre la agilización de las licencias en la regulación de la vivienda asequible

Si existía alguna duda sobre las teorías sociológicas de Zygmunt Bauman y su concepto de «modernidad liquida», el periodo electoral que estamos viviendo, las ha despejado. La «sociedad líquida» define perfectamente el actual momento de la historia en el que las realidades sólidas de nuestros padres y abuelos, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido y da paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades, superficial, dinámico y... agotador. Nada es para siempre, todo es cambiable... incluidas las ideas que creíamos sagradas sobre el mundo, los otros y sobre nosotros mismos. Vivimos a la misma velocidad que las noticias corren por las redes colapsando nuestro pensamiento, nuestra capacidad de discernir más allá de discriminar lo que «me gusta» empujados por una euforia de libertad que no deja de ser un espejismo. Vivimos en una sociedad «flexible», como la describe, Bauman, en la que no estás comprometido con nada para siempre, sino listo para cambiar, la mente, las ideas... y el voto en cualquier momento. En una sociedad marcada por la «psicopolítica» ( Byung-Chul Han, Corea) en 1959) en la que entregamos nuestra alma para que alguien la utilice y nos conduzca en la creencia de que hemos encontrado la auténtica libertad.

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Lo que no ha cambiado es la capacidad de manipulación de las masas, sólo que ahora es mucho más efectiva. Las claves de la manipulación de Noam Chomsky están más vigentes que nunca, pero ahora con un campo abonado, con una masa liquida más dispuesta que nunca a cambiar de parecer, y de voto y tecnología que permite su manipulación. Los mismos parámetros de manipulación pero ahora mucho más eficaces en una sociedad que corre y no piensa, que recibe más información que nunca pero que es incapaz de digerir racionalmente pero sí emocionalmente y con tecnología capaz de almacenarlo todo, discriminarlo y utilizarlo sin que te enteres. En definitiva, lo que «siento» es lo que triunfa siempre. La razón nos engaña. Los impactos emocionales son certeros. Gana siempre el miedo. Triunfa el espectáculo. La victoria no es para la libertad sino para su ensueño engañado.

Una simple mira a este periodo de la vida de España nos sitúa en el terreno en el que estamos. Los catalanes no saben explicar muy bien, de forma lógica y racional, lo que quieren, y lo que es mejor para ellos. Acuden al argumento del sentimiento. Es un «sentimiento», se repiten unos a otros en medio de una tormenta perfecta, una acción orquestada que arrastra y atrapa a millones de personas y la vida misma de un país. Un sentir que provoca el nacimiento y el hundimiento de partidos políticos. Orquestación y manipulación en una sociedad permeable, líquida, voluble, cambiante, que ha entregado su auténtica libertad, todo lo que es, a cambio de un «me gusta» en un mundo de libre expresión (hipercomunicación) que se convierte en el mejor aliado de los expertos en manipulación.

Ésta España, la magmática, tampoco ha sido inmune al populismo, primero por la izquierda y ahora, directamente exportado de Estados Unidos, el de la ultraderecha ramplona, hija de la época líquida que nos ha tocado vivir.

En esta dinámica nada es seguro. Nadie sabe lo que va a pasar. Ningún empresario o político puede apostar a un valor fiable en estas dos contiendas electorales. Ninguna previsión es mínimamente exacta. Ningún parámetro de los conocidos sirve para componer una realidad, o apostar por una tendencia. No hay escenario previsible. Todo es laxo, relativo y va a depender de grandes mentiras o verdades a medias. Todos cambian en función de lo que se vaya orquestando por un lado o por otro. La derecha estigmatiza y desmoviliza a la izquierda explotando sus acuerdos con los independentistas. El PSOE, a pesar de creer firmemente en el diálogo, reacciona rompiéndolo y alejándose de los catalanes. En ese magma que nada tiene que ver con los programas o las ideas, sino con la laxitud cambiante de la masa, con el sentimiento de miedo, la izquierda resucita de nuevo al doberman que inventó contra Aznar Felipe González.

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Los partidos políticos en España no están pendientes de las ideas, de los paradigmas tradicionales ni de los programas electorales. Sólo está pendiente de lo que dice esa masa líquida, magmática, que más débil que se posiciona cada hora, cada minuto, siempre en función información simple, muchas veces falsa, que confirma un universo de ideas provocadas por los sentimientos, el miedo el más poderoso y ante una inmensa oferta de todo, de política también.

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