La actuación de la administración Clavijo ha sido una de las más complejas de la historia de esta autonomía. Representa toda una forma de conducirse que ahonda en la preocupación de muchos demócratas por lo que ha ocurrido en Canarias en estos últimos cuatro años. Para empezar no parece que tenga encaje sano en el sistema que el tercer partido en votos haya gobernado Canarias y manejado miles de millones de los canarios en solitario.

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Quién se presentó a la sociedad como el adalid de la renovación, no era otro que el sustituto de Ana Oramas, apartada forzosa de la contienda interna en CC para la candidatura a la presidencia del Gobierno. El presidente del Gobierno resultó ser uno de los más genuinos representantes del insularismo y el tinerfeñismo de derechas. Clavijo pasaba por allí como quien no quiere la cosa, seduciendo con su apacible aspecto de bonachón lagunero, pero pronto se reveló como el artífice de un régimen para el que desplegó toda una estrategia de poder insularista, con toques populistas y de fondo autoritario.

La clave de su política en estos años ha sido pagar las cuotas a los socios de la UTE insularista para mantener la unidad, incluso frente a las contradicciones ideológicas. Pagar dentro y pagar fuera a los poderes fácticos y colaboradores que se han entregado a su régimen como si la democracia no permitiese oponerse en libertad. La apuesta ha sido eficaz, aunque todos los canarios estamos pagando un alto precio.

Clavijo ha anulado, y casi hecho desaparecer, a los sectores más progresistas del partido y ha creado una potente red clientelar en su entorno. Muchos de los que comenzaron con el presidente han caído por el camino como cadáveres profesionales y políticos y ha triunfado el núcleo de adeptos, un gran número de vividores de la política, que de perder el Gobierno irían, directamente, al paro. Otros, los necesarios colaboradores externos, han sido convenientemente premiados con todo tipo de prebendas y títulos, mientras el castigo, en sus múltiples formas, se ha extendido entre los contrarios y críticos.

El resultado no puede ser más desalentador. En primer lugar para la sociedad canaria, que ha sufrido un Gobierno volcado en la propaganda de su líder sin resolver los graves problemas de la comunidad. Un régimen molesto para la democracia en las islas, que ha sufrido un notable retroceso al imponerse el poder ejecutivo frente al Parlamento, ataduras a la libertad de expresión o a la empresarial en detrimento del interés público, los intereses partidistas frente al interés común, la amenaza velada al resto de instituciones y partidos que han sufrido campañas vergonzosas.

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La forma en la que se condujo con el PSOE en el Gobierno fue lamentable. Desde la presidencia y desde las consejerías de su ámbito de poder se echó toda la basura que se pudo contra las áreas del Partido Socialista Canario, con el único objetivo de quedarse sólo. Echar al PSOE del Gobierno fue una temeridad política que casi le cuesta el puesto al presidente, pero, visto con perspectiva, entra dentro de los parámetros de su forma de conducirse.

Se apoyó en Casimiro Curbelo, un ex socialista cuyo recorrido político es más que cuestionable, pero que tiene como corona de laureles haber reinventado el insularismo más rancio. ¿Cuánto ha costado a los canarios este apoyo? ¿Cuánto ha costado la red clientelar y los favores?

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Logró poner a su servicio al PP con la inestimable ayuda de José Manuel Soria, hoy constituido en lobby, reforzado con su apoyo a Pablo Casado y auténtico valedor de Clavijo ante los conservadores, además de beneficiario de la acción del Gobierno. Logró confundir gravemente a Ángel Víctor Torres para imponer sus intereses y traicionarlo a la primera de cambio, cuando ya no necesitaba de sus servicios. Engañó a los sectores progresistas de su partido y a otros líderes nacionalistas. Ha girado el partido hacia la derecha, impidiendo la convivencia ideológica que siempre caracterizó a CC. Ha enterrando el nacionalismo como ideología y convertido al partido en un feudo particular que ha controlado desde el Gobierno.

La tendencia y las encuestas anuncian el fin del régimen, el agotamiento del modelo que ha impedido que Canarias siga en la precariedad y siendo una de las comunidades con más paro y a la cola en todos los parámetros de los servicios públicos básicos, como la educación o la sanidad y con un notable déficit democrático. Un tiempo en el desierto sería lo más sano para que CC recupere su esencia y para Canarias, que podrá dar un paso hacia la democracia en esta enjuta comunidad que nos ha dejado.

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