Hace 30 años que Anacleto agente secreto dejó de editarse. Por eso, hay que rebuscar muy mucho entre los recuerdos para toparse con aquel investigador de flequillo tieso. Y no se crean que es sencillo. Anacleto fue eclipsado por Superlópez, Mortadelo y Filemón, Rue13 del Percebe, Zipi y Zape y hasta por Rompetechos. Todos ellos asomaban cada verano en la colección de tebeos con la que mis abuelos buscaban silenciar a las pequeñas fierecillas durante la hora de la siesta. Anacleto era el más soso y sus historietas apenas salían de aquel baúl de recuerdos y viñetas. Pero he aquí que Javier Ruiz Caldera ha obrado el milagro de convertir las aventuras de aquel tipo algo estirado y seco en una película trepidante, gamberra, negra negrísima, con sangre a raudales, grandes dosis acción y un humor muy ibérico, salpicado con guiños a trabajos de Tarantino, de los hermanos Coen o, incluso, de Takashi Miike.
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Durante casi todo su metraje, la película consigue arrancarnos carcajadas de forma intermitente y por distintas vías. Echan mano de todo: chistes chuscos e ingenuos, violencia absurda y, sobre todo, diálogos en ridiculizan las miserias cotidianas y nuestros defectos más vulgares.
Por supuesto, estos ingredientes no los aporta nuestro rígido y eficaz Anacleto - interpretado por Imanol Arias-, ni su archienemigo Vázquez (Carlos Areces), sino los personajes que rodean a los protagonistas del cómic y que trazan una divertidísima caricatura de actitudes y comportamientos muy comunes en nuestros días. Y es que, aunque Javier Ruiz Caldera no se ajusta al guión de una historieta creada por Vázquez, usa los mimbres del imaginario del propio Anacleto y, en general, de todo su bagaje como devorador de cómic y de cine de acción para dibujar una película hilarante, en la que brilla la actuación de Quim Gutiérrez, que da vida al hijo atontado del agente secreto.
Curiosamente, en el preestreno canario de la cinta, celebrado en durante Cine+Food, el trabajo de Javier Ruiz Caldera apenas fue aplaudido. Quizás, la tímida respuesta del público se debió al tono melodramático que adopta la historia en el final de su metraje y porque, a fin de cuentas, cerrar de este modo hora y media de risas fastidia y mucho.
Por cierto, al final, las sonoras carcajadas del abuelo, que todos los veranos se mondaba leyendo el Quijote, rompían la paz de las siestas estivales. Quizá, en manos de Ruiz Caldera, el hidalgo caballero provocaría risotadas. Al fin y al cabo, lo ha logrado con Anacleto y no era asunto fácil.
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