Es el segundo de los ocho perros de Santa Ana que tiene que salir de la plaza para tratarse las heridas del tiempo en los últimos años. A finales de noviembre se le detectó un agujero en la parte trasera de su base, producto de la oxidación en la zona de anclaje al pedestal. Entonces se le practicó una reparación provisional a base de espuma de poliuretano, para evitar el riesgo de que la fractura creciera y las filtraciones le obligaran a agachar la cabeza.
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Así pasó las navidades, dispuesto a retratarse con todos los chiquillos y siempre vigilando la fachada de la Catedral. Desde que la plaza se quedó sin palomas, los perros de bronce que se instalaron en 1895 se aburren un poco más, pero están más limpios. En el mandato anterior ya se les aplicó una capa de antioxidante y una manita de pintura.
Texto íntegro en la edición impresa de este miércoles.
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